Empiezo esta breve nota con una afirmación: de modo general, las políticas públicas de un determinado país tienen como objetivo respaldar su proyecto de desarrollo.

En Argentina y Brasil, los años 30 inauguraron el Estado moderno de la mano de la estrategia corporativista.  Era necesario apoyar la Revolución industrial que ocurría en ambos países e integrar a las masas ya movilizadas al Estado.

En una exposición reciente, los historiadores brasileños Luciano Abreu y Marco Aurélio Vannucchi destacaban los efectos políticos ambiguos del corporativismo. En Brasil, más allá de su impronta autoritaria, el corporativismo Varguista (1930-1945) tuvo un papel central en la legitimación de un proyecto de desarrollo nacional. La preocupación de Getulio Vargas de conectarlo a la realidad del país a través de una visión de largo plazo, dirigió el armado de una burocracia técnica y meritocracia, además de la construcción de potentes empresas estatales que sostuvieran el desarrollo nacional.

Vargas buscó construir una ciudadanía robusta a partir de la inclusión social tutelada, legitimada por el proyecto de desarrollo nacional-desarrollista. Lo respaldaba un pacto entre el empresariado estatal y los sectores industriales.

El realismo desplegado por Vargas conllevó a que la figura del líder no se confundiera con la legitimidad de las políticas desarrollistas que su gobierno impulsaba y sentó las bases para la construcción a largo plazo de un proyecto de país.

En Argentina, en las etapas iniciales de la construcción del Estado moderno, el conflicto entre los ideales federales y unitarios no estaba resuelto. Era necesario encontrar otras formas de legitimación del discurso político que ultrapasaran la dicotomía entre soberanías y abarcaran los nuevos sectores de trabajadores urbanos.

Frente a esa coyuntura, Yrigoyen construye las bases de la política de masas sosteniéndolas mediante un fuerte componente carismático de liderazgo personal. La legitimidad de su política se basaba en la inclusión social a través de la redistribución de la riqueza. Esta estrategia será retomada por Perón años más tarde e institucionalizada como principio casi moral.

En términos políticos, el sistema de representación brasileño, comparativamente más elitista y menos inclusivo que el argentino, resultó institucionalmente más representativo. En Argentina la mayor inclusión conllevó al debilitamiento de estructuras más definidas de representación institucional. Eso se debe a que la inclusión social se legitimó a través de políticas de distribución de riqueza asociadas a frágiles principios programáticos.

La lectura de la historia no solamente nos ayuda a comprender los procesos políticos de antaño, sino también nos permite una mayor previsibilidad respecto al futuro.

Mirando hacia el Brasil de hoy, su futuro se muestra poco promisorio. El elemento que nos diferenció en la historia, hoy parece inexistente. Por primera vez el país vecino demuestra la ausencia cabal de un modelo de desarrollo, al igual que la falta de consenso entre la sociedad respecto al rumbo a seguir. La consecuencia más temible es el desmantelamiento del Estado que el corporativismo de Vargas ayudó a construir.

*Docente e Investigadora EPyG, UNSAM

Coordinadora del Observatorio de Economía Política Brasil-Argentina