Paradójicamente, la llegada de la primavera en el calendario anual se está viendo acompañada por el fin de la primavera política y económica para el Frente de Todos que significaron, por un lado el alineamiento de todo el frente con CFK tras el intento de magnicidio, y por el otro, la llegada de Sergio Massa a Economía. La pacificación de la interna con el apoyo incondicional a CFK luego del atentado en su contra, y las expectativas que Massa logró generar con su llegada al ministerio, van dando paso, a partir de jugadas políticas de los distintos actores del frente, a la dinámica a la que el oficialismo tenía ya acostumbrada a la sociedad: confrontación política interna e incertidumbre económica.

En el plano económico, la inflación sigue lejos de ceder y va licuando de a poco los horizontes que en algún momento logró esbozar el autoproclamado superministro. La consultora económica de Orlando Ferreres arrojó una primera estimación privada que situó el alza de precios en un 6,5% durante septiembre. Tercer dato fuerte que tendrá que soportar Massa desde que asumió y que acorta los tiempos para que lleguen los resultados que necesita el FDT, los que impactan en la sociedad y no el board del FMI.

En lo político, la discusión por una eventual derogación de las PASO el año que viene ya comenzó a partir aguas en el oficialismo y abrió la puerta al retorno de una práctica kirchnerista que había quedado en pausa: bombardear ministros que responden a Alberto Fernández. El encargado, nuevamente, fue el principal artillero de La Cámpora y ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, Andrés “el cuervo” Larroque. El referente de la organización de Máximo Kirchner ya había tenido un martes picante, en el que se manifestó a favor de la suspensión de las PASO, dando un primer mensaje público del cristinismo en el debate más caliente de la política hoy por hoy. Este miércoles volvió a la carga y el apuntado fue el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, a quien Larroque le achacó un “déficit de gestión” que quedó en evidencia en la prolongación del conflicto de los trabajadores de neumáticos.

En esa primavera política y económica del FDT, que comenzó con la asunción de Massa y se consolidó con la reafirmación del liderazgo de CFK tras la acusación en su contra en la causa vialidad, hubo un factor común en ambos eventos: el ocaso de Alberto Fernández. Desdibujado en su rol y su poder políticos, el Presidente perdió espacio en la toma de decisiones y sus momentos de mayor impacto luego de esos hechos fue cuando salió del país, jugando casi como un canciller. En el nuevo ataque de La Cámpora contra Moroni y la discusión interna por la suspensión de las PASO, lo que puede leerse tangencialmente es cuánto más poder político retendrá o perderá el Presidente en los próximos meses. Y ese proceso tiene nombres propios.

Lo que alguna vez los análisis políticos y no pocos peronistas anti k entusiastas dieron en llamar el albertismo, más en una expresión de deseo que en una descripción de la realidad, hoy aparece completamente en declive con representantes que resisten en sus cargos en su nombre y otros que se despegan lo más posible de aquella identidad que nunca terminó de ser, por propia impericia. Un rápido repaso por los cambios en el gabinete y los últimos movimientos de los principales actores del oficialismo confirman a simple vista el declive albertista.

En noviembre del 2020, cuando la interna oficialista estaba en pañales, el misil de CFK con su “funcionarios que no funcionan” se cobró su primera víctima albertista. La hasta entonces ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación, María Eugenia Bielsa, sería reemplazada por un intendente cristinista como Jorge Ferraresi, dando inicio a un dominó en el que gran cantidad de piezas del Presidente fueron cayendo. Ferraresi tuvo un momento de acercamiento con Alberto Fernández tras las PASO 2021 y el amague de renuncia de los funcionarios K, pero rápidamente volvió a  alinearse con la tropa de la Vicepresidenta.

Tras el escándalo del vacunatorio VIP, otro albertista como Ginés González García tuvo que dejar su cargo, esta vez en manos de Carla Vizzotti, quien es más cercana al Presidente que a la Vice pero nunca jugó políticamente en esa interna. Unos meses antes, por presión de CFK, Martín Soria había reemplazado a Marcela Losardo como ministro de Justicia, en lo que sí fue una avanzada de la Vicepresidenta en un área clave para sus intereses y una pérdida para el Presidente.

Previo a las primarias del año pasado, se dio otro cambio en el gabinete en el que Alberto incorporó un jugador propio. Se trató del reemplazo en Desarrollo Social de Daniel Arroyo, que partió para ser candidato a Diputado nacional, por Juan Zabaleta, intendente de Hurlingham y parte del peronismo bonaerense que buscaba empoderar al Presidente a raíz de sus históricas disputas territoriales con La Cámpora. Otro intendente-ministro en esa línea es el titular de Obra Pública y jefe comunal de San Martín, Gabriel Katopodis.

Estos dos hombres fuertes del peronismo bonaerense fueron de las máximas expresiones de ese deseo por que Alberto Fernández pudiera erigirse en una referencia que, de alguna manera, eclipsara a CFK y le diera otro aire al peronismo no kirchnerista. Pero, con el tiempo, ambos fueron despegándose del fracaso del albertismo y hoy planifican sus posibles retornos a sus distritos, donde tienen realidades diferentes. Zabaleta dejó Hurlingham en manos de La Cámpora y hoy por hoy negocia su vuelta con Máximo Kirchner. El movimiento es inminente y ya suenan Victoria Tolosa Paz o Ariel Sujarchuk como posibles reemplazantes suyos en Desarrollo. Katopodis está más tranquilo, con un hombre propio como Fernando Moreira al frente de San Martín, pero no se hundirá con el barco del Gobierno nacional si la derrota el año que viene se hace más tangible, ya que su vuelta no presentaría problemas políticos en su distrito. Dos grandes espadas albertistas en fuga.

También antes de las primarias 2021 se dio la salida de Defensa de Agustín Rossi, quien se fue a jugar su partida electoral a Santa Fe y fue reemplazado por Jorge Taiana. Rossi se distanciaría de CFK por la postura de la Vice en relación a las listas santafecinas, y su vuelta al Ejecutivo como titular de la AFI se dio en el marco de un apoyo al Presidente que, hoy por hoy, resuena mucho menos en el debate público que entonces. Alberto no puede contar muy enfáticamente al “chivo” como un soldado propio.

El primer gran terremoto en los cambios de gabinete se daría tras la derrota en las PASO 2021, cuando la propia unidad del FDT caminó por la cornisa. Allí, el Presidente tuvo que entregar a su mano derecha, Santiago Cafiero, quien pasó de la Jefatura de Gabinete a Relaciones Exteriores. Cafiero sigue siendo soldado de Fernández, pero su lugar de exposición e injerencia es mínimo comparado a lo que fue. En su lugar entró otro jugador que, en ese momento, se suponía que jugaría políticamente con Alberto Fernández. El Gobernador de Tucumán, Juan Manzur, tiene un enfrentamiento histórico con CFK y su inclusión como Jefe de Gabinete no fue una avanzada de la Vice, aunque con el tiempo se vería que sí fue un retroceso del Presidente.

En ese momento también entraron Jaime Perzyck, en Educación, reemplazando a otro bombardeado por el kirchnerismo como Nicolás Trotta; Daniel Filmus en Ciencia; Julián Domínguez en Agricultura; y Aníbal Fernández en Seguridad. Estos últimos dos cambios parecieron también un cierto empoderamiento de Alberto Fernández, que perdía ministros propios como Sabina Frederic, pero ponía jugadores que le responderían. Julián Domínguez cayó tras la llegada de Massa y el reacomodo de ministerios, en el que Economía absorbió Agricultura, y Aníbal Fernández sigue en pie como una de las resistencias albertistas, aunque con mucho menos volumen político que con el que ingresó al gabinete.

Ya en 2022, la interna y el bombardeo kirchnerista explotaron fundamentalmente con dos figuras del albertismo, a las que el Presidente se aferró hasta más no poder: Matías Kulfas y Martín Guzmán. El recordado off the record que el entonces titular de Desarrollo Productivo enviara a los medios, luego de un discurso en el que CFK criticó el otorgamiento de dólares baratos a Techint para la construcción del gasoducto, fue su propio certificado de defunción. Alberto Fernández no pudo sostenerlo y en su reemplazo llegó Daniel Scioli. El “pichichi” no tuvo ni tiempo de acomodarse. Un mes después de Kulfas caería el titular de Economía, Martín Guzmán, y tras el breve interinato de un mes de Silvina Batakis, todo el poder económico iría a manos de Sergio Massa.

El tigrense, cuando lo convocaron ante la renuncia de Guzmán, pidió de entrada para asumir el ministerio que también le dieran el control de la AFIP y el Banco Central. En un primer momento la propuesta no cerró, pero un mes después Economía se fusionó con Agricultura y Desarrollo Productivo, todo bajo control de Massa. Ese fue el último punto de inflexión en la pérdida de poder del Presidente, que quedó totalmente relegado tras la escalada de Massa con la bendición de CFK.

Pero el Presidente conservó algunos resortes, que hoy por hoy sostiene y son los últimos vestigios del albertismo que nunca llegó a ser, desde los cuales piensa su supervivencia. Uno de ellos es Claudio Moroni, en el ojo de la tormenta por el conflicto en neumáticos y por la trágica actualidad del mundo del trabajo donde, con apenas un 7% de desocupación, crecen la pobreza, la indigencia y el salario no para de caer frente a la inflación. Es de esperarse que la avanzada K sobre Moroni se profundice en este contexto.

Otro albertista que sobrevive, cuyo lugar es codiciado esta vez no por el kirchnerismo sino por Sergio Massa, es el Presidente del Banco Central, Miguel Pesce. Señalado como uno de los responsables de que no se hayan acumulado reservas en años de exportaciones récord, Pesce es el último contrapeso en materia económica para Massa y habrá que ver cuánto tiempo logra sostenerlo Alberto Fernández.

A las resistencias albertistas en el Ejecutivo hay que sumarles algunas otras políticas y legislativas. En este sentido, el parteaguas que permite dilucidarlas está siendo el debate por la eliminación de las PASO. Con su lapicera vacía de tinta, el Presidente tiene a las primarias como única alternativa para discutir listas con el kirchnerismo y el massismo, y en su defensa ya salieron actores que, con intereses propios también en juego, aún responden al Presidente.

En lo legislativo, los casos más claros son los de Eduardo Valdés y Leandro Santoro. Valdés es un histórico referente del PJ porteño al cual Fernández representa y de ahí su banca al Presidente en su ocaso político. Santoro, por su parte, necesita posicionarse políticamente para discutir con La Cámpora la candidatura a la jefatura de gobierno porteño el año que viene, y hoy no tiene otra plataforma desde la cual hacerlo que el albertismo devaluado.

Algo distanciada de esas posiciones está otra albertista de primera hora, que hoy arma su jugada propia desde la banca bonaerense en Diputados que ganó el año pasado. Victoria Tolosa Paz, cercana desde lo personal con el Presidente por la amistad que este mantiene con su pareja, Pepe Albìstur, ya expresó que las PASO serían un gasto tal vez innecesario en un año económicamente complicado y que las necesidades de la población van por otro lado. Hoy se dedica a recorrer la provincia y sostener su referencia en La Plata, distrito que seguramente buscará volver a disputar en el 2023.

En lo político, quizás la principal banca al Presidente sea hoy la de los movimientos sociales, fundamentalmente el Movimiento Evita. Históricamente enfrentada con La Cámpora, la organización de Emilio Pérsico siempre apostó al empoderamiento de Fernández como una vía para cuestionar el liderazgo de CFK en el peronismo. Hoy, esa jugada se traduce también en la defensa de las PASO que el Evita ya salió a plantear junto a Barrios de Pie. Los movimientos sociales saben que serán sus militantes quienes llenen las eventuales listas que el albertismo pueda presentar en municipios y provincias para competir con intendentes y gobernadores, muchos de los cuales se alinearán con CFK por el peso específico en votos de la figura de la Vice. El caso más patente es La Matanza, donde la propia compañera de Emilio Pérsico y diputada provincial, Patricia Cubría, viene disputando poder con el armado de Fernando Espinoza y pretende enfrentarlo en las urnas el año que viene.

Además de los movimientos sociales, el Presidente aún cuenta con la banca de la CGT, principalmente en la figura de Héctor Dáer. Sin embargo, el reciente conflicto en neumáticos puso sobre la mesa la fragilidad de las representaciones sindicales tradicionales, y sobre todo el amague de Pablo Moyano de abandonar la central marcó un alerta definitiva enviada a Fernández desde el sindicalismo. La evidencia de fragilidad de este apoyo al Presidente se ve en lo tambaleante de la convocatoria para el 17 de octubre que la central obrera iba a encabezar y hoy está en veremos.

Así están las cosas para el Presidente, quien fue un gran proyecto para muchos peronistas que quisieron jubilar a CFK y hoy oscilan entre saltar a tiempo de ese barco casi hundido o aferrarse al salvavidas que puedan. Con una tropa propia cada vez más flaca, menos potente en términos políticos y con más intereses propios que apuestas al resurgimiento de su figura, Alberto Fernández sobrevive y espera la llegada del año electoral, quizás con alguna esperanza de que el final de su mandato se de en un país donde la sensación diaria no sea estar caminando siempre al borde del estallido.