Amado Boudou, Julio De Vido, Milagro Sala, Luis D’Elía y otros tantos son presos políticos. Y si coincidiéramos con la categoría de detenciones arbitrarias, habida cuenta que la discusión semántica es lo de menos, igual está mal. En Argentina, la libertad como regla hasta la sentencia firme debe ser bandera de toda fuerza democrática. Sobre todo, si se trata de dirigentes: la paz bajo la cual se aspira que transcurra la competencia institucional corre riesgo si alguno de ellos es condenado. Siempre cabrá la sospecha de influencias de sus rivales en la labor judicial. Peor si se apela a un derecho procesal creativo, peligroso invento de alguno.

Es tan importante tener clara la vocación de consensos amplios para la salida del desastre macrista, como la certeza de que los únicos que pueden considerar esencial el debate por los presos políticos nunca se sumarán, ni aunque se les conceda la sutileza lingüística. En cambio, sí se corre riesgo de desmotivar a los propios si se desvaloriza a quienes están detenidos por la única razón de haber, con su accionar, dado justicia social al pueblo. Más cuando casi a diario surgen pruebas de las, por decirlo suave, arbitrariedades de que fueron víctimas.

Debería tener claro eso el gobierno de Alberto Fernández, que tiene en su horizonte peleas tremendas, que defiende en ellas posiciones dignísimas y que necesitará para encararlas de todo el músculo que pueda acumular, pero también que quienes integran el espacio no pierdan entusiasmo. Ya le pasó a Dilma Rousseff, por ejemplo, de ceder a pretensiones ajenas creyendo que así compraría piedad. El resultado es conocido. Y la elección 2019 se ganó poniendo en tela de juicio las ganancias financieras, contracara del hambre mayoritaria. No sólo pasó por la suma de las partes la cuestión, sino por el contenido del cóctel.

Se viene avanzando mucho en ese sentido, pero también esta semana salieron mal algunas maniobras en relación a la deuda. Nada grave, por ahora, pero puede anunciar nubarrones en breve, si la renegociación no sale como se espera. El drama de intentar esto sin haber caído en default (formalmente, a Mauricio Macri sólo le faltó tiempo para ello; pero el ‘casi’, ya hemos dicho, hace diferencia). Si sucede, quienes desean seguir viendo en prisión a aquellos que integraron los gobiernos kirchneristas no estarán para apoyar a Alberto en la mala. ¿Qué incentivo habrá a la pelea si no se garantiza respaldo cuando la mano viene jodida?

Si algo enseñó la excelente gira europea de Fernández es que no hace falta actuar de esclavo cuando se sabe articular intereses comunes: eso que llaman mundo abre sus puertas igual en caso de necesitarlo. El Presidente no vacila en recibir a Evo Morales ni anunciar que promoverá la legalización del aborto aunque les pide ayuda a EEUU y al Papa para salir del pozo en que lo dejó Macri. ¿Se estará operando tras bambalinas en la Justicia mientras el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, se incinera vivo con declaraciones diplomáticas? Veremos.

La calidad bien entendida empieza por casa: no se entendería la necesidad de sobreactuar corrección adentro para el odio cacerolero si afuera no se está siendo manso.