Como bañista revolcado por una ola que no vio venir o no dimensionó en su real potencia, el Gobierno sigue en estas horas intentando identificar para qué lado está el fondo de arena y dónde la superficie, manoteando desesperado por una bocanada de aire. El golPASO del domingo pegó duro y profundo, hizo tambalear mitos de la envergadura de “el peronismo unido no pierde en la provincia” y sembró interrogantes sobre el rumbo a seguir para amortiguar una posible derrota en noviembre que, si se mantienen los números de las primarias, sería catastrófica de cara a la gobernabilidad hasta el '23. La épica de la remontada no aparece por ahora seriamente en el menú, y reducir la diferencia, recuperar algunas bancas en provincias que se daban por ganadas y bajarle el precio a la victoria opositora no sería un escenario despreciable puertas adentro.

Armar y sostener una coalición electoral efectiva no es lo mismo que lograr el funcionamiento aceitado de una coalición de gobierno. El Frente de Todos está pagando el precio que en su momento pagó Cambiemos cuando Macri y el PRO impermeabilizaron la conducción del su gobierno frente a las goteras constantes de las demandas radicales, de sus socios peronistas o de Carrió, hiriendo de muerte el volumen político de la coalición gobernante. En el caso del FdT esa resultante de pérdida de volumen político es similar, pero las causas son diferentes. No hay, como en la experiencia amarilla, una conducción única e incuestionable que decide el rumbo, lo comunica como quiere y administra las quejas y tensiones con sus socios minoritarios. A la inversa, la heterogeneidad que amplió la base de sustentación de CFK en 2019 y parió una victoria contundente, dos años después aparece como una de las mayores encerronas para el peronismo unido en el gobierno.

Las diferencias internas en los diagnósticos y las soluciones a los problemas de estos dos años de gestión afloraron en reiteradas y ya muy discutidas ocasiones, que no viene al caso enumerar. Pero se refrescan y profundizan con el Gobierno de bruces en el piso tras la trompada de Knock Out del domingo, que sorprendió al oficialismo con la guardia baja.

DIAGNÓSTICO

Lo primero es la interpretación sobre los motivos de la derrota. En el kirchnerismo sobrevuela un “yo te avisé”, que tuvo sus escalas previas en discusiones como el monto de aumento de las tarifas, o una mayor inyección de liquidez en la calle versus el orden macroeconómico para contentar al FMI. Los actores fueron siempre los mismos, de un lado representantes del núcleo K, desde figuras de segundo orden como Federico Basualdo hasta el mismísimo Kicillof, y del otro el Ministro de Economía Martín Guzmán. Los movimientos sociales también alertaron en muchos momentos sobre la urgencia de poner más plata en los bolsillos, con el pico en la discusión que se dio a partir de la suspensión del IFE para este 2021.

Desde esta perspectiva, el motivo de la derrota pasaría fundamentalmente por no haber logrado cumplir las expectativas de la sociedad en lo económico, e incluso haber profundizado la crisis, mirada que cobra sentido en el cuarto año consecutivo de caída del salario real frente a la inflación. A pesar de que los esfuerzos económicos para mitigar el impacto de la pandemia no fueron pocos y que la situación de crisis preexistente los limitaba de por sí, el paquete de asistencia de la Argentina resultó sensiblemente menor al de otros países, incluso vecinos cercanos. Y se limitó aún más para este 2021, apostando a un rebote de la economía que la segunda ola cortó en seco, y desde una mirada algo ortodoxa focalizada en bajar el déficit y la inflación limitando la emisión. Aquí radicaría una explicación principal para los cuestionadores internos de la gestión de Guzmán y el apoyo del Presidente.

Pero el “yo te avisé” kirchnerista no pasa solo por lo económico. Hace poco menos de un año, en el décimo aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner, la Vicepresidenta ya alertaba con su famosa carta en la que crucificó a los “funcionarios que no funcionan”. Punto de partida para numerosas ocasiones en las que trascendió que la socia mayoritaria del FdT y su riñón no estaban del todo conformes con el volumen político del gabinete de Alberto, llegando incluso a forzar algunos cambios. Hoy, con el diario del lunes y el resultado sobre la mesa, esa falta de capacidad de maniobra política se le factura con intereses al Presidente, que se encadenó a varios de los apuntados por las críticas K y todavía los mantiene a su lado, en una especie de resistencia para la supervivencia propia.

En el albertismo se comparte la idea del voto castigo por la economía, pero se encuentran otras explicaciones. La razón principal sigue siendo la pandemia, que golpeó a muchos oficialismos a lo largo del mundo en distintos procesos electorales, y la posibilidad que tuvo la oposición para hacer campaña eludiendo sus responsabilidades en el estado de crisis previa en que dejaron al país. Así lo expresó el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, señalando la “extinción de la repregunta en los medios dominantes” hacia los candidatos de Juntos por el Cambio como una condición de posibilidad de su triunfo.

El propio Presidente insistió, aunque solapadamente, con la idea del “ah pero Macri” en sus distintas intervenciones post electorales. “Les pido por favor que piensen que la Argentina merece algo mejor de lo que nos pasó desde 2015 hasta 2019” dijo ayer en Almirante Brown. Insistió también con que más allá de los errores la gestión está en la senda correcta, y pidió que “en noviembre no interrumpamos la marcha que empezamos. Lo que hicimos mal lo corregiremos, haremos lo que no hicimos, los errores que cometidos no los volveremos a cometer, pero por favor no condenemos al país al retroceso”.

De sus palabras se desprenden la suposición de un electorado desencantado, enojado con los errores del Gobierno, pero aún con cierta conciencia de que votar a Juntos por el Cambio significa condenar al país al retroceso. Tal vez la lectura surge del hecho que la coalición opositora no incrementó su caudal electoral de 2019, sino que la derrota tuvo que ver con los más de 15 puntos propios que el oficialismo perdió. En la Rosada interpretan que ese caudal es el que Alberto sumó a Cristina con la creación del FdT, y que ante la difícil situación del país y las expectativas incumplidas pudo derivarse a otras opciones o simplemente esfumarse en la baja participación o el voto en blanco.

Por eso Fernández pidió ayer “hay que salir a buscar a los vecinos que no fueron a votar”. En eso coinciden con kirchnerismo. Daniel Gollan lo expresó sin posibilidad de doble interpretación: “Vemos al analizar los resultados que la caída en cantidad de votos recibidos en Provincia es directamente proporcional a la cantidad de bonaerenses que no fueron a votar”. Hipótesis riesgosa a contrastar de cara a noviembre, sobre todo si no se acompaña de un fuerte volantazo en la gestión que saque al Gobierno de la banquina y le dé motivos para el voto al 33% del electorado que se ausentó el domingo.

TRATAMIENTO

En la interpretación de la derrota anida la definición del rumbo a seguir. “Este camino que iniciamos en 2019, en lo que a nosotros concierne, no se va a alterar” dijo Alberto Fernández el lunes en su primera aparición luego de la derrota. Sus dichos, que apuntaron a lo económico ya que fueron pronunciados en la presentación del el proyecto de Ley de Compre Argentino, Desarrollo de Proveedores y Compras para la Innovación, tenían incluido un metamensaje. Sentado a su lado estaba Matías Kulfas, y desde las filas observaba Martín Guzmán.

Ayer, en el segundo día de resurrección, quién se sentó a la derecha del Presidente en el anuncio de 25 nuevas obras públicas desde Almirante Brown fue Santiago Cafiero. La línea de lectura es doble: medidas económicas y banca a directa a los más apuntados de su gabinete. Esa parece ser la receta elegida, al menos a tientas en las primeras horas, por el núcleo de la Rosada. Se ratificará este jueves, para cuando el Gobierno prepara una batería de anuncios económicos que pretenden ser de alto impacto: aumento por decreto de la AUH, bono para jubilados y adelanto del aumento del salario mínimo serían medidas ya confirmadas, a las que pueden sumarse más anuncios de obra pública, política crediticia relacionada al Ahora 12 y un nuevo IFE.

El Presidente responde a su interpretación del voto castigo económico pero se planta en sostener la tropa propia, en medio de especulaciones sobre cambios en el gabinete que no saltaron a la luz tras la derrota pero vienen siendo una constante de los otros socios en la alianza gobernante. En efecto, tanto desde el kirchnerismo como desde el sector de Sergio Massa se había impulsado la candidatura de Cafiero para la provincia, en parte porque lo consideraban una cara visible del sello FdT que buscaban revalidar, en parte porque ambos pretendían un jugador más potente en ese lugar preponderante de la cancha. Alberto Fernández resistió a su funcionario mimado y parece continuar en esa línea. A favor del Jefe de Gabinete habrá que decir que, más allá de cierta pérdida de muñeca política por parte del Gobierno, ser el director de una orquesta donde cada músico tiene su propia partitura y la lógica es tocarla más fuerte que el de al lado, no debe ser tarea sencilla.

Cafiero no es el único apuntado. El diagnóstico sobre el mal funcionamiento económico recae sobre los hombros del Ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, y sobre todo en los de Martín Guzmán. Máximo Kirchner había avisado en el cierre de campaña: “Muchas veces los dirigentes se enamoran de los números de la macroeconomía pero se olvidan de la micro, del hombre y mujer común que andan yugando para salir adelante. A veces los números macro pueden ser buenos pero necesitamos que lleguen a nuestra gente”. La discusión de fondo pasa por la redistribución del rebote económico tras el parate del 2020, y si se le da prioridad a ser un buen alumno para aprobar con el FMI o se atiende el metro cuadrado de la economía doméstica. Massa, socio en Diputados de Kirchner, tampoco está conforme con la deriva económica e identifica el mismo responsable.

A nadie en el círculo del Presidente debe escapársele la certeza de que, más tarde o más temprano, los cambios en el gabinete deberán llegar. En la previa a las elecciones se habló de una especie de relanzamiento del Gobierno post electoral. Pero la duda que emerge después del palazo amarillo del domingo es si cambios de esa envergadura son convenientes tras una derrota tan dura. Los inconvenientes pueden ser varios. Más allá de la intención albertista de no desprenderse de los suyos, la jugada podría ser una muestra de debilidad hacia afuera del Gobierno. Además, en plena negociación con el FMI, sacar del medio a quien viene conduciendo ese proceso sería una señal compleja de cara a apurar un acuerdo que el Gobierno necesita para ayer.

Pero, fundamentalmente, la cuestión pasa porque ningún cambio asegura un mejor resultado electoral en noviembre, y quemar el cartucho del cambio de Ministros ahora es una espada de doble filo. Si un gabinete relanzado debuta con otra derrota contundente en dos meses, ya no habrá cartas nuevas para jugar, y los nuevos ungidos cargaran en sus gestiones el peso de un fracaso del que no fueron responsables. El kirchnerismo lo comprende, y esto le da un cierto aire al Presidente para aguantar a los suyos y seguir sentándolos a su lado en los actos. Habrá que esperar como transcurren las primeras semanas para determinar si al equipo titular de hoy le da el aire para llegar al menos a noviembre.

En materia económica sí son esperables más cambios, pero la magnitud del problema es tal que difícilmente lo que se haga alcance para contentar a Todos. Un emergente de esta cuestión son las picantes declaraciones que estuvo disparando Juan Grabois, quien insistió con la necesidad de un ingreso universal para la población. El Gobierno estaría evaluando un nuevo IFE, aunque más acotado que los del 2020. La nueva versión llegaría a unas dos millones de personas. ¿Alcanza? Para los movimientos sociales la oportunidad es incluir ese ingreso en el Presupuesto 2022, que Guzmán debe presentar en las próximas horas. La idea no pareciera ser algo abordable en lo inmediato, pero es un germen de las discusiones que se vienen para adelante en materia redistributiva.

La otra gran cuestión es la relación con el FMI. En los próximos días el Gobierno debe pagar el primer vencimiento de este año por 1.900 millones de dólares, para lo cual cuenta con los US$ 4.355 millones que le tocaron de la repartija de US$ 650.000 que el organismo  hizo en Derechos Especiales de Giro entre todos sus países miembro a fines de agosto. CFK, luego del proyecto que aprobó el Senado que dirige para que esos fondos fueran utilizados para paliar la pandemia, saldó ella misma esa discusión afirmando que finalmente se utilizarían para pagar los vencimientos de deuda con el organismo de este año. ¿Mantendrá esa posición el kirchnerismo, para tranquilidad de Guzmán, o habrá un replanteo a partir de la nueva coyuntura y las nuevas necesidades políticas?

Son sólo algunas líneas y varias preguntas para seguir mirando cómo decide levantarse el Gobierno del tropiezo electoral y, fundamentalmente, cómo piensa reorganizarse de cara a los dos años de mandato por delante y las aspiraciones para 2023. Arrimar interpretaciones sobre la derrota y aunar criterios sobre cómo salir para adelante, mejorándole la calidad de vida en lo concreto a la sociedad que votó desencantada, es el gran desafío por delante para el Frente de Todos. A dos meses de las generales, el tiempo no sobra.