Volvió La Voz. En primer lugar, destacar el protagonismo de su voz en el video que anuncia la fórmula, en detrimento de su imagen. Un tono adusto que se va suavizando con el correr del video, un tono de perentorio patriotismo (requerido hace tiempo) y de mentora sabia y cálida. Todos necesitamos volver a la Madre, todos necesitamos su arrullo cuando la intemperie arrecia.

Ahora bien, en el mensaje, el orden de los factores es fundamental: ella le pide a él que la acompañe a ser vice. Básicamente, necesita a alguien para poner por encima, de forma tal que pueda poner en acto su baño de humildad,  es decir que no quede en el nivel del discurso. La primera paradoja que domestica Cristina, entonces, es la de su propio poder, la fuente que legitima el poder del otro. Para ceder, primero hay que poseer.  Como Borges, su modestia sincera es su más cabal acto de soberbia.

La segunda paradoja presente en la fórmula consiste en elevar la figura del armador por encima del candidato, fundiendo en una cadena de equivalencias a la rosca con la gobernabilidad, el deber con la ocupación política, el protagonismo con la trayectoria. Saber equivale a vencer y vencer equivale a gobernar bien. Y esto es peronismo.

Pero en esta paradoja se cifra la más importante, y es que en su gesto de consensuar, en la reminiscencia o retorno de la transversalidad nestorista, termina eligiendo como candidato a presidente a alguien de su riñón originario. Más kirchnerista no se consigue: purismo o muerte, aun cuando la intención sea enviar un mensaje de amplitud y unidad. Fernández – de Kirchner resume el peronismo porteño y conurbano, al fin de cuentas, la esencia K. Una fórmula de microclima diseñada como ofrenda para los no kirchneristas.

Efectivamente, esta fórmula es un mensaje a dos o tres prodestinatarios, aunque el interlocutor indiscutido es la clase política. Un mensaje a los realpolitikers, una subordinación de Cristina a los reclamos largamente desatendidos de gobernadores, intendentes, diputados y senadores, líderes territoriales no camporistas e incluso radicales y socialdemócratas “libres”. Los moderados están contentos porque sienten que “vuelve la política”, perciben en Alberto Fernández una prenda de reconocimiento a lo que ellos entienden como política: menos show y más pasillo, la rosca por encima del marketing, valorizar en definitiva el oficio como lo específico del quehacer político.

La primera pregunta que se desprende de este mensaje es, ¿alcanza con la unidad de cúpulas para movilizar el voto, sin entropía, de sus constituencies? Relacionado a esto, ¿cómo impacta este mensaje/fórmula en los votantes independientes? ¿Les llega o atrae esta idea de que “es la hora de la Patria”, que estamos en una crisis terminal, comparten la idea de la urgencia y la respuesta que se propone, aka expertos versus amateurs? ¿Es Alberto Fernández percibido como un representante de esa idea, en todo caso, por  ellos? ¿Cómo se podría traducir, entonces, la propuesta, para los sectores independientes? Hay un largo recorrido pendiente, discursivo y de campaña, en este aspecto.  

Y aquí llegamos a la tercera paradoja, la de la épica y la desangelación. Cristina como símbolo es incapaz de enajenar a su núcleo duro de votantes: tanto en su versión crispada o Reina Roja como en su versión reflexiva y sosegada, el quantum de fanatismo que despierta permanece inalterable: todo lo que hace es perfecto, es estratégico, es sorprendente. La subjetividad cristinista posee su propia lógica polar: el silencio y la euforia. ¿Es Alberto Fernández la figura para equilibrar esto?

Todo lo que le adscriben a Alberto Fernández como valor agregado son elementos que bien podría traer Cristina Kirchner: la rosca (durante años fue armadora de su marido, antes de desembarcar en King’s—digo, en Buenos Aires), la negociación con acreedores, financistas, organismos internacionales, opositores, y más. Es, después de todo, la mujer que después de pagar el 98% de la deuda, se plantó en Naciones Unidas y demandó una revisión de los fondos buitre para todas las naciones periféricas. El valor específico que aporta la candidatura de Alberto Fernández resulta, entonces, difícil de vislumbrar, más allá de ser el accesorio de su acto de humildad y la prenda de pax peronista con los realpolitikers de centro, lavagnistas et al. Desde luego, no fue convocado por su capacidad de sumar votos, y esto es una buena noticia para Durán Barba también. Cristina, en su renovada vocación contractualista, entonces, emitió un anuncio celebrado por kirchneristas, lavagnistas y macristas por igual. Todos tienen un poco de razón, y sólo en octubre veremos quién estaba más equivocado.