“Cuando Dios los vio trabajar como locos decidió no destruirlos por completo, ya que no habían aprendido nada de la destrucción de los pecadores anteriores; provocó, en cambio, la confusión entre ellos haciéndoles hablar en distintas lenguas para que no se entendieran”.

Flavio Josefo: Antigüedades judías

En estos días el peronismo recuerda a la Torre de Babel, la historia bíblica acerca de porqué los pueblos hablan diferentes idiomas. En la Biblia, luego del diluvio universal los descendientes de Noé se dirigieron a la zona donde más tarde se asentaría la ciudad de Babel, y hablando todos el mismo idioma, se decidieron a construir una torre hasta el cielo que los ponga a resguardo de un nuevo diluvio. Sin embargo, a Yahveh (el dios de Noé) no le habría gustado la idea e hizo que los hombres hablen lenguas distintas, impidiendo el entendimiento y haciendo fracasar el proyecto.

En el Frente de Todos no se construyó ninguna torre, pero sí se le puede reprochar, especialmente de parte de quienes votaron Fernández-Fernández en 2019, no estar cumpliendo con las expectativas generadas para llegar al gobierno. La ira de los pueblos puede compararse con la de los dioses y, en cualquier caso, se vuelven similares sus efectos: desde la derrota electoral del año pasado, sino desde antes, las principales tribus del Frente de Todos comenzaron a hablar dialectos diferentes y ya no se entienden entre sí.

Para simplificar, vamos a tomar a las que hoy son quizás las dos principales y que por estos días se cartearon públicamente. Denominemos a los más cercanos al presidente como “los moderados” y a los más críticos como “los kirchneristas”. Resumiendo, los moderados consideran que el país y el Frente de Todos se encuentra atravesando una coyuntura muy delicada y no ven espacio para tomar riesgos ni encarar conflictos con otros sectores sociales y políticos. Cuestionan de “los kirchneristas” un intento de radicalización del conflicto y el discurso, que temen que conduzca a la más dura derrota y al retorno del neoliberalismo ahora sí recargado y sin contemplaciones. Convocan a la unidad (e implícitamente al apoyo al gobierno) por sobre todas las cosas, como condición sine qua non para cualquier forma de resistencia al neoliberalismo, casi en una especie de “desensillar hasta que aclare” o “resistiendo con aguante”. Y podemos decir que hasta ahí llega todo.

Los kirchneristas por su lado, no reniegan de la unidad -ni menos aún-, de la importancia de enfrentar al neoliberalismo representado por Macri y Juntos por el Cambio, pero cuestionan una especie de vaciamiento de sentido provocado por el supuesto abandono de las políticas propuestas y el sujeto social a representar por el Frente de Todos. Sintéticamente, ven en la moderación del gobierno una renuncia al conflicto que conduciría inexorablemente al fracaso por el incumplimiento de las expectativas del electorado que votó al gobierno en 2019. Dicen que por ir despacio terminan inmóviles, por hablar suave terminan inaudibles y por buscar moderación terminan débiles y sin capacidad de transformar. Resumiendo, todo eso lleva a una dilución de las fronteras con la experiencia del gobierno macrista, tanto en los resultados de políticas como en el discurso, y en consecuencia a la fragmentación del sujeto social peronista-progresista que sería la base del Frente de Todos e inexorablemente a la derrota. Y frente a ello proponen la reposición de las políticas de doce años de gobierno kirchnerista.

Tengo que reconocer que leo más sensatez política en esta segunda carta que en la primera, pero no sin indicar que siempre se luce más la crítica que la defensa de un gobierno en situación complicada. El problema de los moderados es que eluden cualquier cuestionamiento a la orientación de las políticas de Alberto, planteando una disyuntiva entre moderación o radicalización que corre el riesgo de ser insustancial. El problema de los kirchneristas es que se sienten cómodos en la crítica a su gobierno, al presidente designado candidato por Cristina y al frente electoral del que son socios principales. En ese sentido la insensatez corre pareja para ambos.

En mi opinión, los problemas son principalmente de (falta de) resultados de gobierno, especialmente en materia económica. Si ese tema no se resuelve, con radicalización o moderación o lo que sea, se pueden seguir escribiendo los versos más tristes esta noche que nada cambiará. El 48% que votó al Frente de Todos siempre estuvo muy lejos de ser un electorado fiel y menos cautivo. A la defraudación del macrismo respondieron eligiendo un gobierno que les mejore la situación. Y es difícil imaginarse por qué no harían lo mismo ahora con el gobierno de Alberto.

Tengo la sensación de que ninguna de las partes se puede salvar sola, y que, como en los finales de “Elige tu propia aventura”, los acechan contadas chances de encontrar la salida al laberinto e innumerables formas de fracasar. Quizás por la pandemia, quizás por la dinámica habitual de la política, quizás porque las exigencias de ser gobierno desnudan todas las disfuncionalidades de un colectivo, luego del triunfo electoral cada tribu fue desplegando su propio argot y dejó de entenderse con el otro. El comienzo de la salida de la pandemia y las elecciones de medio término los hizo mirarse a los ojos como dos desconocidos. Y ahora o empiezan a inventar alguna forma de portuñol (¿algo así como un moderichnerismo?) y de los acuerdos logran enderezar la política y el gobierno, o esperan algún milagro del cielo que logre salvar a los vivos y a los muertos.