Con el boicot del cambiemismo bonaerense a la actualización del impuesto inmobiliario provincial, a Axel Kicillof le toca el mismo mal trago que atravesó Alberto Fernández cuando la oposición nacional intentó trabar la Ley de Emergencia, Solidaridad y Reactivación Productiva. Toda vez que no hay todavía plafón para una avanzada camachista, conviene no descartar que estemos ante una sobreactuación destinada a cosecharse en el hipotético caso de una escalada con raíces más firmes. Mientras el oficialismo saliente discute una nueva síntesis que reemplace a la que lo rigió hasta hace un par de semanas, en su interna ya bracean nuevos actores en busca de figuración.

Cambiemos procura congraciarse con el “campo” al que no pudo salvar del aumento de retenciones y evitar que dejen de pagar las ridículas sumas que hoy abonan en relación a los millones de dólares sobre los que están parados. La otra opción es creer que dirigentes que cuando fueron gobierno castigaron a la población con tarifazos de cuatro cifras en servicios imprescindibles, sin matizar según escala de ingresos, están preocupados por incrementos de apenas dos dígitos sobre un gravamen que es los más progresivos que existen. Risas.

La oposición racional viene más lenta que las tropas del general Ernesto Alais que nunca llegaron a auxiliar a Raúl Alfonsín en Semana Santa de 1987, por lo que, mientras tanto, la duda pasa por saber si vendrán primero los resultados que desinflen a los fragmentos que insisten en estirar la vida útil del antikirchnerismo cerril, o si estos consiguen conectar de vuelta con el humor social.

Con más de mil millones de dólares adquiridos por el Banco Central en dos semanas desde la asunción de las nuevas autoridades y 600 puntos menos de Riesgo País a partir del anuncio de los distintos paquetes de medidas, y mientras llegan señales al menos auspiciosas de diferentes actores (en especial, los acreedores externos), tanto Fernández como Kicillof (que depende en gran medida del éxito del Presidente, pues María Eugenia Vidal le dejó un muerto aún peor que el de Mauricio Macri) tienen motivos para ilusionarse. Pero ello puede, a la vez, reforzar las inclinaciones golpistas de quienes han visto desarmarse de un plumazo el modelo que los privilegiaba, porque el éxito peronista desacreditaría a su representación partidaria.

También habría que considerar la posibilidad de que al menos algunos segmentos exploren canalizar vía Kicillof sus pulsiones antidemocráticas mientras fingen credenciales republicanas con Alberto: así, además de suavizar reproches por su comportamiento violento, regarían la plantita de la división peronista, el Papá Noel al que eternamente le escribe el gorilismo, aislando al virus K. Axel es, dentro del peronismo que rechazan en general, parte de lo que más les repugna.

Todo esto no obstante, la señal más auspiciosa pudo verse en el canal de cable del Grupo Clarín (TN): la mañana en que los jubilados que perciben el haber mínimo comenzaron a cobrar el famoso bono adicional que dispuso el nuevo gobierno, una notera fue a cubrir una de las tantas colas de abuelos que se formaron a la espera de dicho alivio. Fue unánime y pacíficamente repudiada por los beneficiarios, quienes respondieron a sus preguntas malintencionadas que por lo menos Fernández se acordaba de ellos, cumplía lo que prometía y que en tal caso no importaba tanto aguardar algunas horas bajo el rayo de un sol y en medio de una humedad agobiantes.

Y, fundamentalmente, que no tenía su empresa autoridad moral para presentarse allí tras cuatro años de silenciar el más brutal despojo planificado que se haya visto contra la clase pasiva desde 1983. Luego de días y horas de posar de preocupados por bolsillos de ancianos cuya destrucción celebraron hasta el último 10 de diciembre, pudo comprobarse que la capacidad de los medios de comunicación de deformar la realidad encontró límite en la defensa de la miseria macrista.

No es del todo seguro que puedan persistir en amoldar la cabeza a un sombrero tan deforme.