“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Sí, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”, reza el Apocalipsis 3:15 -16. Desde el origen de nuestro país, parece ser una máxima reiterada. Ni bien nos empezábamos a poner los pañales como país, y en el primer gobierno patrio se abrió la primera grieta “Morenistas y Saavedristas”, a doscientos años de ese hecho quien tiene más prensa es Moreno, el más radicalizado de los dos.

Así, durante 200 años, los grupos pasaban, pero las lógicas se repitieron: Crudos contra Cocidos, Unitarios contra Federales; la Causa contra el Régimen; Peronismo contra Antiperonismo.

Con la recuperación de la democracia, parecía que las antinomias habían quedado en el pasado. El primer presidente Raúl Alfonsín; una vez en el gobierno, convidó a su contrincante Ítalo Argentino Luder a convertirse en el Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en formación. Su sucesor, Carlos Saúl Menem; recién llegado a la presidencia, incorporó a quizás el personaje más antiperonista vivo, Álvaro Alsogaray como asesor de la Presidencia y a su hija como Interventora de ENTEL y Secretaria de Recursos Naturales y Ambiente Humano.

El siglo XXI que ya sin fascismos existentes y sin guerra fría, en Argentina se conformaron dos coaliciones electorales: Frente de Todos y Juntos para el Cambio. Esto es una relativa buena novedad en el sistema político argentino. La alternancia parece ser una realidad, y un presidente no peronista terminó por primera vez su mandato. En el 2023, vamos a cumplir 40 años de vida institucional ininterrumpida. El tema central es su calidad.

Hoy, agosto de 2022 nos encontramos en uno de los escenarios más débiles y graves de la vida política desde la recuperación de la democracia. La renuncia del Ministro de Economía, Martín Guzmán cristalizó un gobierno tricéfalo: Alberto Fernández, Cristina Fernández, Sergio Massa.

Al oficialismo y a la oposición parecen cotizarle la crispación y llevar el debate al extremo. La moderación está en demodé y pierde adeptos en una sociedad en donde relaciona razón con debilidad.

Luego de ser sobreseída en 10 causas, 5 llegadas a Juicio oral (causa cuadernos, subsidio a trenes y subtes, envío de diarios en avión a su casa, tener en su poder cartas de San Martín a O´Higgins, compra de gas natural licuado). El Fiscal Diego Luciani pidió 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para cumplir cargos públicos a la ex Presidente y Vicepresidente de la Nación. Esto generó los resortes históricos: la grieta, la antinomia, los odios.

En términos objetivos es una acusación. La sentencia estaría en unos 5 años: 2 elecciones, Cristina Fernández con 75 años. Por lo tanto, su efecto REAL es cercano al 0.

Pero esto es una buena excusa para volver a activar las fibras de nuestra historia. Cristina Fernández, hizo una nueva “cadena nacional” en sus redes durante 1 hora y 33 minutos. Allí dijo que era una perseguida política por el poder judicial, que la persiguen por ser “nacional y popular”, que el juicio es “al peronismo”, que Mauricio Macri robó más. Inmediatamente, sus seguidores se concentraron en la puerta de su casa en Recoleta, manifestando contra la “oligarquía” en pleno Recoleta en donde vive “la jefa”.

El Presidente de la Nación, que conoce como nadie cual es la agenda política coyuntural, asoció la actitud del fiscal Luciani con Nisman, y le recomendó “no suicidarse” porque “no da”, mientras tocaba el bombo leguero en La Rioja.

La oposición, siempre con la cuota de responsabilidad política que le cabe y para poner “paños fríos”, dándose cuenta que en dos años le toca, se juntó y pide el “juicio político”. Sabe que no es posible, no le dan los números y que tampoco el motivo es suficiente. Pero la sobreactuación cotiza en sus electores.

En definitiva, la racionalidad no tiene buena prensa en la Argentina de 2022, más bien quienes ponen sangre a la grieta, cotizan en bolsa, en una economía que no goza de buena salud.

El dirigente Luis Delía dijo que “Les pido que se preparen para la batalla contra la oligarquía, el imperio y la Corte”. “Si tocan a Cristina que quilombo se va armar”, dicen los seguidores. “Esa yegua tiene que ir presa”, dicen los opositores.

Pocos conocen la causa (poco importa), pro y anti están tan convencidos de lo culpable o inocencia. En el medio, la institucionalidad se va con las acusaciones cruzadas.

La política es la contracara de la guerra, lo era en el Medioevo, luego se buscó la mediación. En una sociedad crispada, no hay lugar para la racionalidad.

Por el contrario, la racionalidad no encuentra espacio en una Argentina de pro y contras. El mundo continúa, mientras la Argentina se debate en un oficialismo que gira en la cultura del “aguante”, pro y anti colocan a un país pantalones cortos. ¿Será nuestro destino?

¿Es posible una democracia con calidad cuando los partidos políticos se desconocen? ¿Es posible pensar en una democracia con partidos democráticos?