La educación presidencial y las grietas por venir
Las trincheras estatales
Mientras Mauricio Macri sigue de gira por todo el país gritando como enajenado que se puede dar vuelta la elección y gorilizando al extremo su discurso (con la gestión abandonada a su suerte), tras bambalinas hay movimientos que indican lo contrario. Hablamos del proyecto de crear una IGJ porteña (violatorio de la Constitución nacional) y del pedido de los empresarios a Alberto Fernández de mantener a los actuales titulares del BCRA, de la AFIP, de la UIF y de ANSeS aún en un eventual cambio de gobierno. Dicho sencillo: conservar trincheras estatales para que el nuevo inquilinato en Balcarce 50 sea efectivamente eso, y no otro programa.
Alberto Fernández está respondiendo cuando, como en diálogo con El Destape el viernes, avisa que “se sale no con nuestras políticas, con las de ellos salen sólo ellos”, que la primera deuda es con quienes más padecen o que “el tiempo de la especulación se acabó. En todo caso, deberán reconducir sus inversiones a cuestiones productivas”.
Horacio Verbitsky escribió en 1990 el libro La educación presidencial, sobre el período de transición entre Raúl Alfonsín y Carlos Menem. La tesis del texto es que la sacudida de mercado que sufrió el primer presidente de la democracia recuperada a partir del vencimiento de su mandato no lo tuvo por objeto a él sino a su sucesor, para domesticar las promesas de revolución productiva y salariazo. Aquí no interesa determinar si el riojano procedió como lo hizo obligado o a gusto, o como producto de una lectura que lo convenció de que era lo más conveniente o lo único posible: lo cierto es que esas presiones son usuales.
También las sufrió Néstor Kirchner, en una maniobra de pinzas entre la amenaza de Claudio Escribano en tapa del diario La Nación y la del mandamás de la Corte Suprema de Justicia, Julio Nazareno. La diferencia es que el santacruceño denunció y repelió condicionamientos.
Es lo que vendrá tras resolverse si el resultado de agosto se confirmase. El otro litigio, en la hipótesis de la consagración de Alberto, no será entre él y CFK, como se quiere, sino por la representación de quienes insisten en rechazar las convocatorias del Frente de Todos. Si Macri es derrotado y quiere liderar la oposición, pero quienes a través de los medios dejan trascender que prefieren rediseñar la arquitectura de lo que aún es (ex)Cambiemos se niegan, es muy probable que sobrevenga un quiebre opositor. Noelia Barral Grigera lo sintetiza como un diferendo entre quienes apostarán a colaborar, al menos inicialmente, en algunas cosas con el eventual próximo jefe de Estado, y otros que harán la guerra, sin matiz alguno.
Alberto debería, en tal supuesto, pensar una manera de cristalizar ese sisma, sin que ello implique incorporar a los que ya se hacen llamar racionales. Alguien contestará “¿también de eso hay que ocuparse?” Convendrá recordar, si surge esa inquietud, que es lo que le recomendaba Emilio Monzó a Macri en sus primeras épocas respecto del justicialismo: miren cómo terminó. Y tener siempre presente que dejan caos y que el FdT no es el poder real.