Hacia finales de los años sesenta, en una convulsionada Italia que estaba llegando al término de los “gloriosos” 30 años de progreso material en Europa Occidental, se desarrolló lo que se conoció como “strategia della tensione” (Estrategia de la tensión) que consistía en lo siguiente: desestabilizar con acciones directas (terrorismo) a la democracia italiana, para reagrupar a fuerzas más conservadoras, transformar el país en presidencialista y bloquear el crecimiento de la izquierda corporizada en el Partido Comunista Italiano. Se trataba de inocular miedo e incertidumbre a la población, para justificar un giro político determinado. Como contrapartida, la izquierda revolucionaria veía incentivos para actuar de manera similar. Esa estrategia se mantuvo hasta que a principios de los 80 el cambio de clima político y la crisis del sistema político italiano en los 90, transformaron el fracaso de la estrategia en una reliquia política.

La herencia de las PASO 2021 en Argentina puede ser también retratada como un fracaso de una estrategia de tensión: los sectores más extremos de las principales coaliciones se mantienen contenidos, cuando no afectados por malos resultados; los extremos extraños a las dos principales coaliciones (el Frente de Izquierda y Avanza Libertad), con éxitos variables. Por las características del sistema electoral argentino, la suma entre ambos difícilmente orbite más allá de las 10 bancas en Diputados. El sistema político argentino es un cementerio de terceras fuerzas con un servicio de bedelía muy profesional.

Los anabolizantes de la polarización que buscan fidelizar a los votantes propios y anular opciones intermedias, encontraron inconvenientes muy claros: en una coalición, la derrota arrastró todas sus especulaciones de un mayor control de la bancada oficial del Senado (donde ya no está asegurado siquiera el quórum), y una “mayoría dentro de la mayoría” en Diputados: un oficialismo con el número mágico de 129 diputados, con un lugar de preeminencia de representantes del kirchnerismo.  Esa aspiración detonó la noche del día 12, y la consecuente crisis ministerial no ha arrojado ventajas evidentes para ese sector. Manzur emerge como referente de gobernadores, ese variopinto colectivo que cerca del Presidente idearon en algún momento como factor moderador, antes que como una opción cristinista. Filmus hoy orbita más cerca de la constelación panperonista del panteón en ruinas del PJ porteño; Aníbal Fernández hoy es el negociador ante Cristina por parte de Alberto, y Julián Domínguez al igual que Jaime Perczyk, son representantes corporativos (el papa, el sindicalismo y las Universidades) antes que delegados de facción. Santiago Cafiero, en lógica cardenalicia, ha sido promovido para ser removido. Nicolás Trotta concretó una salida inevitable, y el Instituto Patria se vio en la situación de dejar caer a Sabina Frederic, y de manera lateral, al ministro de Agroindustria Basterra, alfil de un metálico y persistente aliado de Cristina, el gobernador de Formosa, Gildo Insfrán. El cristinismo ventila epistolarmente sus lastimaduras, por estar pagando con su capital político por un gobierno que no logra radicalizar. Julián Domínguez levantando el cepo cárnico a China dejando abiertamente fuera de juego a Paula Español, o los desafíos públicos de Martín Guzmán hacia las ideas económicas de la vicepresidenta son tan solo algunas  de las tantas postales del poder rengo del kirchnerismo sumergido en la marmita no querida de moderación.

Enfrente, las ambivalentes aspiraciones de Mauricio Macri de extender su papado sobre Juntos por el Cambio sin descartar un “segundo tiempo” para 2023, chocaron con el deshoje otoñal del despoder. La UCR pasó a facturar mayor presencia territorial, alentada por el crecimiento e influencia del grupo de Martin Lousteau y Emiliano Yacobitti; Horacio Rodríguez Larreta avanzó en su proyecto presidencial, tomando posesión del aparato capitalino, extendiendo influencias y cercenando estructuras de oportunidad al ex presidente. Bullrich, nunca ganadora de una elección por sus propios medios, soñaba un triunfo fácil que la posicionara a 2023. Larreta trianguló, aun con la magra cosecha de Vidal: desposeyó a Bullrich, confirmando la precariedad de su raíz territorial, y limitó las aspiraciones de Vidal, hoy subordinada y habiendo votado por debajo de lo esperado. Macri intentó mantener su influencia, soñándose incluso con la posibilidad de una etapa cordobesa de su carrera. La realidad fue brutal: sus candidatos fueron ampliamente derrotados en Córdoba, Santa Fe, Tucumán y La Rioja, en algunos casos por márgenes humillantes y sorpresivos. Bullrich devolvió gentilezas a su benefactor por ausentarse y dejarla a la intemperie en el momento de cierre de listas: lo desafió también, y obtuvo satisfacciones en La Rioja, Córdoba y Tucumán. “Si hay 2023 para los halcones, serán conmigo” parece decir la presidenta del PRO a Macri, aún desdibujada en un rol de wedding planner de la campaña porteña, que ahora reconoce como parte del equipo de artesanos a Marcos Peña, rehabilitado de la cepa macrista.

Juntos por el Cambio gana repitiendo los mismos votos nacionales que en 2019 y 2017, pero la abstención del votante oficialista lo sobredimensiona y empodera con el mayor triunfo de una oposición desde 1997. Los capitanes de ese navío son Horacio Rodríguez Larreta y en menor medida, Martín Lousteau. La maquinaria está monitoreada, sin embargo, por la Unión Cívica Radical. Paridades insólitas si se piensa en el período de presidencia imperial de puertas adentro en 2015-2019.

El Frente de Todos, un aglomerado de condensación reciente e improvisación estructural ha estabilizado su inestabilidad made in AMBA con el sedante del peronismo del interior. Sigue siendo un gobierno aporteñado, pero hay cambios en la gerencia. Un tiempo de inestabilidad, donde la supervivencia es el principal consenso y capital del presidente y su contradictor porteño (a escalas muy distintas), y donde gobernar el desencanto parece ser el mandato principal. Ante la ausencia de horizontes y planes estructurales, reconocida en off tanto en Uspallata y Balcarce, la estrategia de la tensión ya no parece el destino áureo que garantizaba adhesiones automáticas. No se votará al rival, pero si se cuenta con el arma de la incomparecencia para castigar la desviación de los propios, y con las PASO como una herramienta criticada y fomentada a partes iguales, como canal de aglutinamiento y galvanización. No se puede ya vivir sólo de la tensión: la gente también necesita hacer su vida.

La vida que ellos quieren. 

*Docente e Investigador de la Universidad de Buenos Aires, consultor y analista político. Twitter: @Talavera___