En pocos días se cumplirán los primeros seis meses de Alberto Fernández en la presidencia de la Nación, y las miradas están expectantes sobre el nacimiento de un eventual “albertismo”, de cara a un futuro donde, al menos desde la oposición, ya comienzan a darse las primeras discusiones sobre la reorganización de tropas para disputar las urnas.

No obstante, en una situación de extrema excepcionalidad, la pandemia de coronavirus llegó a la Argentina y obligó a vaciar las calles tanto de ciudadanos y actividad laboral, como de actividad política y expresiones militantes. Un dato no menor, si se tiene en cuenta que el espacio público supo convertirse, tanto en tiempo de kirchnerismo como de macrismo, en el terreno de batalla para condensar el humor social (malhumor, en general) frente a las grandes decisiones políticas.

Esto toma mayor relieve en el actual gobierno, siendo el peronismo la fuerza nacional que, de manera histórica, logró apropiarse de la voz de la calle a fuerza de bombo, celebraciones, protestas, actos en plazas colmadas y balcones triunfales. En tanto, cabe ahora preguntarse de qué modo el actual oficialismo, encarnado en la figura de Fernández, logrará construir su épica popular en un contexto donde, hasta el momento, la política ha quedado estrictamente limitada puertas cerradas y videollamadas.

Uno de los ejemplos más simbólicos fue la inédita cancelación de actividades y actos públicos por el Día de la Memoria (uno de los íconos que marcó el imaginario de la década kirchnerista), incluidas las históricas rondas y marchas junto a las propias Madres de Plaza de Mayo. En los primeros seis meses de gestión, la épica del Frente de Todos pareciera correr por cuenta de las redes sociales, memes y la cuenta de Twitter del propio Presidente.

Si bien la sociedad civil ya comenzó a lanzar varias señales de una necesidad latente por recuperar el espacio público, expresiones como los cacerolazos “cada uno desde su puerta” o la reciente marcha anticuarentena, han sido tomados como gestos todavía de carácter marginal -en muchos casos fogoneados por sectores radicalizados de la oposición-. Lo mismo cuenta para las diversas movilizaciones de las organizaciones sociales que, si bien observan con lupa cada movimiento del Gobierno, aún están dispuestas a mantener intacto el período de gracia dialoguista.

Por su parte, en la opinión pública no hay un consenso demasiado definido sobre qué etapa política del país estaría inaugurando Alberto Fernández. Con una retórica de campaña que se centró en la moderación antigrieta y el intento por dejar atrás el sello “ultra K”, hay dudas sobre cómo se moldeará el perfil del oficialismo de cara a los próximos años. Sin proponérselo, el país experimentó una “unidad nacional” obligatoria para combatir el coronavirus que, si bien logró cierto éxito para unificar criterios, no se sabe con exactitud cómo impactará a futuro en las relaciones de poder entre oficialismo y oposición.

Mientras tanto, el camino de Fernández ladea entre la paz permanente (en especial con Horacio Rodríguez Larreta, principal referente de Juntos por el Cambio todavía con responsabilidad de gestión, ni más ni menos que en el bastión amarillo de CABA) y los momentos de “mano dura” para marcarle la cancha al adversario. Así quedó demostrado con la irrupción del escándalo de “espionaje macrista” que destapó en los últimos días la AFI (ahora a cargo de Cristina Caamaño,  figura del círculo íntimo de Fernández). El Presidente ensaya su propio equilibrio para no agitar las aguas, al mismo tiempo que necesita golpear cuando es necesario.

Con un clima de aislamiento social en todo el país que está lejos de desaperecer, el peronismo ahora debe pensarse a sí mismo sin el ruido de la Avenida 9 de Julio ni la Plaza de Mayo. Alberto Fernández deberá imaginar en qué terrenos y condiciones se gestará la épica de su propia “primavera albertista” y, en caso de que finalmente aparezca, quiénes y cómo saldrán a militarla. Por lo pronto, la historia ha demostrado que la calle, al igual que el peronismo, siempre se las ingenia para volver.