En una realidad paralela desde la que gobiernan el país, buena parte de los principales funcionarios del Ejecutivo festejaron un nuevo registro inflacionario altísimo en febrero, que superó a cualquier mes de la gestión del FdT y se ubicó en el podio de los IPC mensuales de las últimas tres décadas, quedándose con el bronce detrás del 25,5% de diciembre y el 20,6% de enero. Hay que remontarse a la hiperinflación de los inicios del menemismo para encontrar una marca que supera al 13,2% que Milei, Caputo y compañía celebraron ayer como una “desaceleración”.

Pero la realidad es que el Gobierno se encuentra en graves problemas para sostener el corazón de su relato: que la reducción del gasto público y el déficit fiscal conducirá al fin de la inflación y el crecimiento económico. Ninguna de esas variables se verifican en la economía argentina hoy por hoy, ni hay luces al final de ningún túnel que indiquen que estén cerca.

Febrero volvió a marcar un déficit financiero en las cuentas públicas, impulsado por los pagos de deuda y la caída de la recaudación producto del desplome de la actividad económica, tal como informó la oficina de Presupuesto del Congreso. El crecimiento parece una utopía en un contexto donde caen todas las ramas de la industria relevadas por el Indec, cae vertiginosamente el consumo y comienza la peor fase de la crisis, el aumento de los despidos y el crecimiento del desempleo. El combo se completa con el rebote inflacionario de los alimentos al inicio de marzo, que desató la furia de Milei, puso a Caputo en la cuerda floja e inauguró una nueva fase intervencionista del Gobierno libertario y anarcocapitalista.

La consultora LCG midió para la primera semana de marzo un incremento del 3,6% en los precios de los alimentos y de 3,7% en la canasta de supermercados. La disparada implicó que se duplicaran los aumentos con respecto a la semana anterior, la última de febrero, en la que la consultora registró un incremento de 1,7%.

Según pudo reconstruir Diagonales con fuentes del Ministerio de Economía, el titular del Indec, Marco Lavagna, habría alertado a Milei sobre este rebote que amenaza con llevar la inflación de marzo, un mes ya de por sí estacionalmente inflacionario, a un índice superior al de febrero. El presidente enfureció al ver atacado el corazón de su relato, y se despachó con su ministro de Economía. “Frená esto” fue la orden para Caputo.

El titular del Palacio de Hacienda quedó entre la espada y la pared. La confianza ciega del Gobierno en el mercado que todo lo equilibra, recibió la misma paga que todos los gobiernos anteriores, desde el neoliberal de Mauricio Macri al intervencionista de CFK: el salvajismo del empresariado argentino no tiene bandera más que la de maximizar sus ganancias sin reparar en las consecuencias. La respuesta del oficialismo implicó asumir su propio error: los empresarios, liberados de toda regulación, aumentaron y siguen aumentando de más. Cualquier coincidencia con el discurso del kirchnerismo no es pura casualidad.

Apretado por Milei, Caputo se puso a intervenir activamente en la economía, contradiciendo el ADN libertario. La apertura de las importaciones de alimentos no fue una medida tomada por convicción ideológica sino como un intento de disciplinamiento al empresariado del sector. Pero no fue el único movimiento del ministro en ese sentido.

Caputo dijo ayer en la reunión de la Cámara Argentina - Norteamericana de Comercio, a la que asistió con una escarapela con la bandera de ambos países, que no podía suceder que Argentina tuviera alimentos más caros en dólares que lo que cuestan en EEUU. La definición surge de un estudio comparativo que el titular de Economía encargó en su Ministerio para contrastar precios de cadenas de supermercados Argentina, Brasil, Uruguay, España, Chile y EEUU.

En la reunión que Caputo mantuvo con los representantes de las principales cadenas de supermercados del país, el ministro cuestión los aumentos preventivos que se ejecutaron pensando en un dólar arriba de los $1500 para estas fechas, y que la estrategia de los empresarios para equilibrar esas subas desmedidas fuera establecer promociones en lugar de sincerar los precios en las góndolas. La respuesta de los supermercadistas, según reconstruyó este medio, fue que no bajarán precios y que aún tenían margen para seguir subiendo porque “estamos más baratos que Brasil y Uruguay”.

Caputo ordenó entonces un relevamiento de precios en cadenas que lideran los mercados en países de la región y EEUU. El resultado arrojó números tremendos que muestran la verdadera cara de la desregulación. El mismo kilo de arroz que cuesta US $1.86 en EEUU, US $1.41 en España y US $0.94 en Brasil, en “el granero del mundo” cuesta 3 dólares. El mismo litro de leche que cuesta US $1.06 en Argentina, vale US $0.68 en Brasil, US $0.89 en Uruguay, US $0.79 en España y US $0.93 en Chile. El mismo kilo de fideos secos que cuesta US $1.04 en Argentina, vale US $0.91 en Brasil, US $0.74 en España y US $1.12 en EEUU. El mismo café de 100 gramos que en Argentina vale US $9.21, en Brasil sale US $2.74, en España US $3.62 y en EEUU US $4.47.

Los anteriores son solo algunos de los múltiples precios comparados que exponen lo obvio: los empresarios argentinos se lanzaron a la nueva era libertaria en modo ley de la selva, incentivados y empoderados por las propias decisiones del Gobierno. Pero al enojo de Caputo y Milei con esta situación le falta una pata principal y determinante, de la cual son responsables: la brutal caída del poder adquisitivo del salario de los argentinos.

La comparación en abstracto de los precios de los productos entre países no dice nada si no se la contrasta con los niveles salariales. En ese sentido, desde el Ejecutivo siguen cumpliendo a rajatabla el sueño mojado del mismo empresariado que no les responde con el mismo cariño: bajar a mínimos históricos el salario en el país y cristalizarlo allí. Caputo bajó la orden a la secretaría de Trabajo de no homologar paritarias que superaran topes de 14% en marzo y 9% en abril. La decisión ya desató respuesta de fuertes gremios como el de camioneros, que negoció un 25% para marzo y un 16% en abril. El camino conduce inexorablemente a nuevas medidas de fuerza sindicales.

Los relatos del oficialismo se resquebrajan por todos lados. Forzando hasta lo intolerable la reducción del gasto público y pisando la inflación monetaria, no consiguen frenar la inflación. Desregulando la economía y liberando la competencia de mercado, no consiguen equilibrios de precios sino aumentos preventivos y desmedidos por parte del empresariado. Aplastando la economía interna no consiguen ordenar la macro, y sus resultados no sólo no atraen inversiones sino que hasta provocan advertencias sobre el rumbo económico por parte del mismísimo FMI.

Ante este panorama tan opuesto al microclima tuitero de #LaEstánDomando, el Gobierno libertario se va convirtiendo paulatinamente a la religión del intervencionismo. Se reúne con empresarios para exigirles que “sinceren” precios, realiza relevamientos comparativos para presionarlos en público y en privado y, del otro lado del mostrador, se entromete en las negociaciones salariales fijando topes que en muchos casos resultan inferiores a los que el propio mercado convalida con el acuerdo del empresariado.

La frutilla de este postre tiene que ver con las versiones que comenzaron a circular en las últimas horas sobre una posible medida cambiaria tendiente a incentivar las liquidaciones por parte de los sojeros. El nuevo “dólar soja” que Santiago Bausili habría conversado con el sector del agro y que Caputo estaría diseñando para implementar responde a cierta lógica en la marcha de la economía. La devaluación de diciembre fue licuándose frente a la inflación descontrolada, y el tipo de cambio ya no resulta tan apetecible a los exportadores como lo era hace dos meses. El Gobierno necesita dólares para sostenerse y empezar de a poco a permitir ciertas importaciones que reactiven la rueda, y los sojeros se ven en una posición de poder para presionar por una nueva devaluación o un tipo de cambio diferencial como el que les otorgara Sergio Massa en plena campaña.

Los libertarios anarcocapitalistas chocan de frente con la realidad. Los relatos caen y sólo quedan expuestas las tristes realidades que hoy lastiman a las mayorías: un establishment económico depredador que sólo responde a sus propios intereses; un Gobierno que parece no saber ni dónde está parado, se muestra impotente para lograr estabilización alguna y sólo cuenta con fuegos artificiales como respuesta; una sociedad empobrecida y castigada por un shock que busca disciplinarla para que tolere lo imposible. Cuál será el punto de lo intolerable es la gran incógnita de este momento, en el que todo es túnel y no hay luces a la vista.