En una reciente columna en este mismo medio, Ignacio Santoro, en un análisis comparado con otros casos, sostenía que la Argentina era -contraintuitivamente- un país estable, ya que pese a tener una economía en muy mal estado, no tenía una crisis política. Esto, a su juicio, se debía -entre otras cosas- al carácter ordenador de la grieta. Estas líneas buscan discutir un poco esa idea y pensar si, efectivamente, la muy vilipendiada grieta, tiene una utilidad en nuestro quehacer político.

El politólogo Facundo Galván, en un artículo académico con ya varios años de antigüedad, sostenía que desde la vuelta de la democracia, el sistema de partidos argentino comenzó a reacomodarse. Antes del Pacto de Olivos, la política se ordenaba en torno a dos grandes ejes: el peronista y el no peronista. La competencia política no se daba por el centro, sino que buscaba fidelizar a los votantes del propio eje político. Con el Pacto de Olivos, las principales fuerzas políticas sufren cismas y reposicionamientos. La emergencia del FREPASO -construido, centralmente, sobre disidencias del peronismo- lleva a un reacomodamiento de la competencia en torno a izquierdas y derechas, tanto peronistas como no peronistas. Esto nos permite ver como la competencia política argentina pasó a ser ideológica, antes que “agrietada”: en lugar de pensar de qué lado de la grieta está cada votante, era la visión programática de la oferta política lo que ordenaba.

Sin embargo, algo pasó en 2015. La fragmentación del peronismo en dos ofertas competitivas, y el triunfo de una opción no peronista por primera vez desde 1999, combinado con un sistema electoral que forzó a que las terceras opciones -aquellas de centro- tuvieran que jugar de un lado u otro, volviendo a formar esa grieta que parecía extinta.  La grieta no es lo que ordena, sino que es el sistema institucional -la forma de elección del presidente, el rol de las distintas cámaras del Congreso, el equilibrio de poderes, el sistema electoral en su conjunto, incluyendo las PASO- lo que estructura y estabiliza el sistema político. La grieta, lo que hace, es definir el espacio de competencia: es un “ayuda memoria” para que los ciudadanos puedan identificar con más claridad a quién votan cuando votan.

Pero este ordenamiento institucional que nos estabiliza no necesariamente incluye a los actores. La clase política argentina, utilizando a la grieta como medio de exposición, ha mostrado cómo el escenario se puede desordenar. Desde el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner, y su más reciente condena en la causa conocida como “vialidad”, la grieta nosha expuesto la desaparición del centro. Todo parece definirse en términos de “amigo” y “enemigo”, sea desde el oficialismo peronista o desde la oposición no peronista. Estas situaciones han llevado a una inestabilidad dentro de las principales fuerzas políticas, sobre todo por la incertidumbre respecto a candidaturas futuras -exacerbadas por las declaraciones de la vicepresidenta, afirmando que “no será candidata a nada”-. Hoy,  el peronismo y el no peronismo. parecen estar encerrados en un callejón sin salida. Mientras que concentran respaldo de sus votantes “clásicos”, no pueden ofrecer ningún diferencial. Aunque la política se comporte agrietada, sigue mirando al centro. Y eso no es por la grieta, sino que se lo debemos a las instituciones heredadas del Pacto de Olivos. La dirigencia política ensaya dentro de la grieta para buscar candidatos que permitan sacar más votos que los de la competencia, y para ello, necesitan votos “del otro lado”. Los peronistas ganan cuando tienen un candidato lo suficientemente atractivo para algunos no peronistas, y viceversa. La grieta, vista así, permite estructurar la competencia, pero lo que en su justa medida ordena, son las reglas de juego.

FDS