La literatura politológica señala que las coaliciones en los presidencialismos suelen tener menos incentivos a cumplir los acuerdos que le dieron origen, puesto que la defección de cualquiera de las partes no conlleva a la caída del gobierno. En los últimos años, esta observación parecería haberse atenuado si se considera la gran cantidad de presidencialismos de coalición exitosos en América Latina y capacidad de mantener unidos a los distintos sectores durante el mandato constitucional. Incluso, varias de las rispideces o fracturas, no se tradujeron en una caída del gobierno. ¿Qué sucede con la actual coalición de gobierno en la Argentina?

El análisis requiere de un breve repaso sobre quiénes son los actores, sus expectativas e intereses. Generalmente cabe esperar que el actor con mayor caudal electoral sea quien abra el espacio político a otras fuerzas en vistas de asegurar o posibilitar una victoria. En este caso, el Frente de Todos confeccionó su fórmula presidencial en una forma atípica. Fue la fuerza política con mayor caudal la que abrió el juego, pero en lugar de ofrecer el segundo lugar en el binomio a otros actores, lo que cedió fue la misma presidencia. La razón de este inusual ofrecimiento es bastante clara: Cristina Fernández posee un piso electoral y un techo casi al mismo tiempo. De aquí que ceder la principal baza política implica subir el caudal electoral sin, a priori, perder plafón de votos kirchneristas. Electoralmente, la jugada tuvo éxito y logró encolumnar a los distintos espacios del peronismo tras Alberto Fernández, un insider-outsider del kirchnerismo.

La pandemia y sus consecuencias eran un escenario impensado para cualquier aspirante a presidente en 2019. Una vez más, la realidad superó a la ficción y la administración Fernández se encontró frente a una agenda política y prioridades que no eran las esperadas. Sumado a ello estaban los pendientes que dejó el gobierno anterior. La urgencia, la necesidad, los pasivos y el resultado poco favorable de las PASO hicieron crujir el delicado equilibrio al interior del oficialismo. En este sentido, si la coalición oficialista hoy parece al borde de la fractura es el resultado de un pasado de roces y entredichos.

La crisis debe leerse en varios frentes espaciales y temporales. No es lo mismo lo que sucede en la Provincia de Buenos Aires, territorio más afín al kirchnerismo y lo que acontece con los restantes gobernadores afines al peronismo. Mientras que los primeros pueden distanciarse del presidente y apostar a incrementar o retener sus bastiones a partir de la fractura, los gobernadores son más sensibles a la relación con Fernández para su reelección. ¿Por qué romper o distanciarse? Una razón posible es ideológica. El acuerdo con el FMI y el cumplimiento de las metas acordadas con el organismo internacional pueden poner en riesgo algunos de los valores y políticas públicas cercanas al kirchnerismo.

La abstención y votos negativos de varios soldados kirchneristas debe leerse en este sentido. Asegurada la aprobación del proyecto con votos del peronismo y de la oposición, la Cámpora con Máximo Kirchner a la cabeza y otros sectores, enviaron un mensaje a sus bases electorales. Cabe destacar que la cuestión no pasa por no pagar, sino cómo y a qué costo se harán los pagos.  De aquí que una senadora muy vinculada al cristinismo recordó que su jefa política es “una pagadora serial”.

La discusión sobre el cómo pagar remite al ojo del huracán: el plan económico. Cualquier partido en el gobierno sabe que su futuro electoral, generalmente, está atado al bolsillo de los argentinos. Uno de los lugares más herméticos del gobierno de Alberto Fernández es la economía, y es precisamente allí donde se elaboran los planes de los cuáles depende el futuro electoral del oficialismo. Los sectores que responden al kirchnerismo reclaman más apertura en las decisiones y utilizan una vieja táctica sindical para sentarse en la mesa: pegar para negociar.

Un posible naufragio del oficialismo truncaría las posibilidades de reelección en 2023. Esta hipotética derrota electoral podría no ser tan oscura para el núcleo duro “K”. Tanto Kicillof como varios intendentes afines tienen la posibilidad de ser reelegidos y postergar un periodo cualquier aspiración mayor. De hecho, tras la derrota electoral de 2015, el kirchnerismo regresó con nuevos bríos en 2019.

La posibilidad de descansar un periodo y dejar que otro pague los costos políticos de la recuperación económica y del acuerdo con el FMI no es una alternativa atractiva para otros sectores del peronismo. Los gobernadores viven una realidad distinta a la de la provincia de Buenos Aires y saben que el futuro puede verse condicionado negativamente si el gobierno trastabilla. En una posición similar se encuentra el presidente de la Cámara de Diputados quien posiblemente vea su futuro complicado frente a una eventual derrota. En este sentido, la disparidad de arcos temporales podría propiciar un apoyo peronista al gobierno en caso de fractura en la coalición. 

Una escalada en la interna, en el fondo no es negocio para nadie al interior de la coalición oficialista. Incluso tampoco es conveniente para la oposición con chances de gobernar en próximo período. Un fracaso político y económico deja profundas cicatrices que cualquiera que tome las riendas en 2023 deberá atender. Las amenazas de rupturas ya sonaron en tiempos pasados, incluso se acusó a Alberto Fernández de usurpador y la coalición resistió la tormenta. Alguna vez Perón dijo: “los peronistas somos como los gatos. Parece que nos estamos peleando pero en realidad nos estamos reproduciendo”. Quizás, después de todo,  no se trate de un terremoto al interior del oficialismo sino de un reacomodamiento de las placas tectónicas.