En la antesala de una temporada electoral decisiva para los años venideros, Alberto Fernández se muestra decidido a apostarlo todo para reafirmar, de una vez por todas, su carácter de liderazgo dentro del Frente de Todos. El anuncio de las nuevas medidas restrictivas fue una muestra clara de cómo el mandatario que debió lidiar con acusaciones de tibieza por izquierda y derecha durante todo el 2020 y, sobre todo, durante los primeros meses del 2021, ahora se planta decidido a hacer valer sus decisiones.

Diciembre de 2019 ya es historia vieja y la figura que llegó a Casa Rosada como “el presidente de la moderación” fue testigo de cómo ese capital político que supo ser su virtud se convirtió poco a poco en su principal problema. El 2020 y la inesperada excepcionalidad de la pandemia, fue la prueba de fuego para un Alberto Fernández que llegaba al poder con intención de inaugurar una Argentina del diálogo y el consenso, fórmula que fue fructífera de manera inicial, pero que empezó a mostrar serias dificultades con el correr de los meses.

Al ritmo de cuarentena, presión económica, pérdida de empleo y crisis sanitaria, la foto del “trío de la unidad” entre Fernández-Kicillof-Larreta comenzó a desinflarse y las miradas cayeron ante el jefe de Estado, a quien comenzó a pesarle cada vez más la acusación de tibieza frente a un país que, otra vez, volvía a “agrietarse” sobre la crisis.

El caso Vicentin, los enfrentamientos con los referentes del agro, el reagrupamiento de la versión más agresiva del macrismo y el malhumor social de una larga cuarentena plagada de incertidumbre, comenzaron a mostrar las debilidades de Fernández en su intento por “quedar bien con todo el mundo”. Mientras tanto, el ala del Frente de Todos leal a Cristina Fernández de Kirchner comenzaba a manifestar su propia incomodidad hacia el Presidente y su insistencia por esquivarle a la pelea una y otra vez.

El acto de cierre de 2020 tuvo su gesto final con el discurso de CFK y el contundente mensaje a “los funcionarios que no funcionan”, acaso la advertencia final para un albertismo que no terminaba de mostrar nunca de qué estaba hecho y para quién gobernaba.

En ese sentido, el 2021 encuentra ahora al Presidente en el inicio de una segunda ola de contagios de COVID19, donde intuye que es momento de arriesgar a ser el artífice de sus propias decisiones, incluso a costa de su propio capital político. El anuncio de las nuevas disposiciones, el retorno a clases virtuales que contradijeron al propio ministro de Educación, Nicolás Trotta, dieron la pauta de un Fernández que ya no va a pedir permiso para gestionar.

“Las medidas la tomé yo y me hago cargo yo y las fuerzas federales van a hacer cumplir esto”, fue una de las primeras declaraciones que realizó Fernández tras el anuncio de las nuevas restricciones. Luego de un año de no dar ni un paso sin antes atender los llamados de Rodríguez Larreta, Kicillof, el FMI, operadores mediáticos, sindicatos u organizaciones sociales, Fernández encara esta etapa del 2021 dispuesto a demostrar que la última palabra es la suya y que el único albertismo es la realidad.

Lo mismo corre como gesto hacia una oposición que se decidió a poner el dedo en la llaga de cuanta directiva baje desde Casa Rosada. “Yo dialogo siempre, las medidas anteriores las conversé, quise cerrar los restaurantes, me pidieron que no, propuse a las 22, me pidieron hasta las 23. Consensué, y después me enteré que cuando las anunciaron, los negocios cerraban a las 23 y se podían quedar hasta las medianoche y que no estaban de acuerdo con las restricciones de circulación”, expuso, y dejó en evidencia un escenario político donde ya es casi imposible gobernar en base a complacer a todos los sectores.

La jugada es arriesgada. Fernández tiene encima la tarea de desarmar esa bomba de tiempo que es la segunda ola, con la frialdad suficiente para hacer cálculos entre cantidad de vacunas, saturación del sistema de salud y las subas de precios que amenazan desde las góndolas de los comercios. Puertas adentro del Frente de Todos, el cristinismo sostiene a gritos que no es momento para mandatarios débiles o ambiguos.

“Yo no estoy para ganar una elección, estoy para cuidar a la gente”, concluyó ayer el jefe de Estado, acaso un reconocimiento de que la futura grieta puede que sea entre “salud vs. votos”. Alberto Fernández sabe que es tiempo de calzarse los pantalones largos y poner las manos en el fuego por sus decisiones. Incluso aunque en el intento termine quemándose.