Como en todo verano argentino que se precie, han comenzado los circuitos de la rosca playera. Sin la pompa de aquellos veraneos en reconocidos balnearios de Pinamar o Punta del Este, donde la élite política alquilaba –no sin intención- carpa en lugares bien cercanos, y aprovechaba entre mate, churros y partidos de truco frente a la brisa marina, para negociar y consensuar estrategias de cara al futuro. Menos visible –salvando excepciones, como la reciente cena con empresarios de Patricia Bullrich en un reconocido hotel esteño-, este verano no es la excepción, y los trascendidos nos permiten hacer algunas inferencias para entender dónde está parada la oposición en el año que tendrá que prepararse para “ir por el poder en 2023”.

La madre de las batallas de la oposición está dada por un acuerdo y un desacuerdo central. El acuerdo es que Juntos por el Cambio no se romperá: del destino del radicalismo, del Pro y de otros aliados menores, parece grabado en piedra. El desacuerdo, que no hay un candidato a presidente único (a diferencia de lo que parecía hace exactamente un año). Desde el radicalismo, ya distintos sectores anunciaron que creen que el centenario partido debe tener candidato propio en la primaria de Juntos. Algunos, más dialoguistas –como el ala Lousteau-, y otros, haciendo demostraciones de fuerza mediática –como el gobernador jujeño Gerardo Morales, quien ya se calzó el cartel de presidenciable-. Mientras que esto expresa la vocación radical de continuar integrando la coalición, hacia el interior del partido se traduce en enfrentamientos por su liderazgo (un ejemplo de esto fue la ruptura del bloque radical en diputados el pasado diciembre). En el Pro, asimismo, sigue imperando la pelea entre halcones y palomas. Las últimas, lideradas por Horacio Rodríguez Larreta, se muestran como fervientes partidarias de ampliar la base de sustentación de la coalición para garantizar gobernabilidad. Los halcones, ahora tienen una candidata presidencial in pectore (Patricia Bullrich), que ya pregona que “no es tiempo para tibios”, pero mientras anuncia que Juntos no solo irá unido, sino que tendrá un programa común. El problema –por ahora- es de nombres y de tendencias. El camino en este 2022 será dilucidar si la principal coalición opositora logra ese programa común y puede contener sus diferencias sin romper su débil unidad.

En esta búsqueda de “unidad para proponer”, Juntos por el Cambio se encuentra con dos piedras de incertidumbre, que marcarán sus verdaderas posibilidades. La primera de estas piedras es la notoria emergencia de opciones a su derecha. Javier Milei es, hoy por hoy, el principal exponente –al menos mediáticamente- de este momentum liberal. La reacción por derecha, por un lado marca la cancha a Juntos por el Cambio, ya que los votos (y las simpatías) de este sector no se encuentran precisamente en quienes votaron por el peronismo. Para evitar la fuga de votos, Juntos por el Cambio parece correrse hacia la derecha –incluso ampliando su base de sustentación, como lo hizo exitosamente en la Capital, con Ricardo López Murphy-. Sin embargo, este corrimiento también limita o dificulta su unidad, o la captación de votos en el “mundo peronista”.

La segunda de las piedras es el inestable escenario económico. Hoy por hoy, la estrategia de Juntos por el Cambio de cara al oficialismo es la de confrontar, pero con ciertos límites. Una prueba de ello es el ida y vuelta entre los gobiernos provinciales y el gobierno nacional en el marco de las negociaciones con el FMI. Mientras que un sector mayoritario de la coalición opositora adquiere una posición de “responsabilidad” frente al gobierno (considerando, no sin razón, que este “no es momento para gobernar”), otro pugna por aumentar los decibeles en la confrontación con el oficialismo. Esta incertidumbre también limita el margen de maniobra de la coalición. Ante la falta de un acuerdo con el FMI, una clara incertidumbre global (atada a los fenómenos geopolíticos observados recientemente y a la evolución de la pandemia), y un desconocimiento de la potencial gravedad de la crisis económica, Juntos por el Cambio no tiene espacio para elaborar propuestas coherentes y una hoja de ruta efectiva por los próximos dos años.

En síntesis, el 2022 debiera ser el año de la “estabilización” de la oposición. Ese año en el que las incertidumbres de cara a la construcción de una alternativa opositora frente al gobierno comiencen a ser certidumbres. Un escenario económico más claro (no necesariamente mejor), un escenario político donde se conozcan los límites de la coalición y donde se conozca el despliegue de las otras fuerzas políticas viables electoralmente, y un escenario “personal” donde los liderazgos puedan mostrar su capacidad de negociación al interior de la coalición. Con todo ello, ante la reducción de las incertidumbres, la oposición tendría una hoja de ruta para 2023.

*Politólogo, y profesor en las carreras de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica Argentina, la Universidad del Salvador, y la Universidad Nacional de Tres de Febrero; investigador del IDICSO (USAL); y se especializa en procesos electorales y partidos políticos. Twitter: @ferdsardou