Nos encontramos frente a un fin de año que combina dos “aniversarios” coincidentes: estamos por cumplir dos años de pandemia y ya hemos pasado dos años de gobierno de Alberto Fernández. Estos dos procesos han quedado unidos desde su concepción, ya que un balance de la gestión presidencial es imposible sin considerar al coronavirus.

La paradoja es que el Coronavirus, que tantos trastornos nos creó, es hoy el único tema que ofrece buenas noticias. La campaña de vacunación se extendió satisfactoriamente. Hoy nuestro país puede ofrecer cifras de vacunación ejemplares. Todo eso sepultó las dificultades del comienzo de la vacunación, con lentitud en el lanzamiento del programa, una apuesta geopolítica por la provisión rusa cuestionada, decisiones de compra poco transparentes y arbitrariedades y privilegios inexcusables en su aplicación.

¿Estamos en una fase de política pospandemia? Aunque no puede descartarse una nueva ola de contagios (basta con ver lo que está ocurriendo en Europa en este momento), lo peor de la pandemia parece haber pasado. Sin embargo, arrastraremos los efectos de la misma por unos años más. Ha quedado claro el altísimo costo de frenar la actividad por tanto tiempo, una decisión a todas luces desacertada de un gobierno que no encontró alternativas más sofisticadas a un muy rudimentario encierro como única manera de combatir la amenaza. De hecho, buena parte de dicho costo se manifestó en los resultados de las elecciones legislativas de noviembre. El importante crecimiento de 2021 no será suficiente para recuperar el terreno perdido en 2020 y habrá que esperar hasta 2022 para volver a los niveles de actividad de 2019, que ya era un nivel bajo. A su vez, la cuarentena tuvo un efecto importante sobre el desempleo y los niveles de pobreza. En términos económicos, la pandemia aún no terminó.

Políticamente, la característica definitoria de esta etapa pospandémica es la acefalía. Las dos fuerzas electorales principales se encuentran atomizadas. En el oficialismo, las disfuncionalidades del Frente de Todos hace tiempo que se tradujeron en un liderazgo desdibujado del Presidente. Las discusiones sobre el eventual acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ilustran una vez más las diferencias profundas entre el Instituto Patria y el Albertismo. Todo eso se manifiesta en el complicado liderazgo de Máximo Kirchner, que no parece poder combinar el discurso político a sus votantes y las dificultades a las que se enfrenta el gobierno del que forma parte. Por el lado de la oposición, tampoco hay jefes ni estrategias claras. Distintos actores intentan capitalizar la victoria en las elecciones y posicionarse hacia 2023. El territorio de Juntos por el Cambio está atravesado por las tensiones internas de la Unión Cívica Radical de cara al futuro. La UCR se siente renovada con la aparición de un puñado de dirigentes populares. Luego de su derrumbe electoral en 2003 y de ser furgón de cola del Pro durante la administración Macri, varios en la UCR aspiran a convertirse en un partido de poder y abandonar su rol testimonial y de panelistas en medios de comunicación. Así, la “nueva guardia” del partido, dirime en el bloque legislativo una batalla contra el liderazgo de Mario Negri, quien aparece desdibujado luego de las desventuras del radicalismo cordobés.

En este contexto de política acéfala tanto en el gobierno como en la oposición, parece difícil que la dirigencia pueda encontrar el rumbo en los años económicos pandémicos que nos toca vivir. Veremos una continuación de cierto vedetismo político y pases de facturas al interior de ambas fuerzas. Los acuerdos nacionales que nuestro país necesita para salir del nudo deberán esperar.

*PhD en Ciencia Politica. (UNSAM-UTDT). Twitter: @jjnegri4