¿Habrá estrategia en la cuasi simultaneidad de las reapariciones públicas de Mauricio Macri y de Jaime Durán Barba? Poco importa. Si la hay, no es buena: en los hechos, cayó muy mal entre la dirigencia de Cambiemos que no pertenece al núcleo duro de PRO.

Por supuesto que el relato, coordinado o no, tiene una línea clara: el presidente anterior era el bueno, tenía intenciones excelentes, pero el sistema, malvado, se complotó para bloquearlo, y así conservar sus privilegios. Separar al ex alcalde porteño del fracaso que fue su gobierno, porque él siempre habría estado en contra de aquello que lo hizo chocar. Eso conecta, sí, con su designación en FIFA de pocas horas después: afuera sí saben valorar lo bueno que la manga de gronchos de acá no sabríamos apreciar. No nos mereceríamos al invaluable Macri.

Hay que decir que nada en ese repertorio conceptual es nuevo. Ya lo mismo se dijo acerca de Raúl Alfonsín y de Fernando De La Rúa. Habrían tenido grandes propósitos que no les fue permitido concretar, porque supondrían ir contra el statu quo, que sería el peronismo. La suerte del radicalismo de ser evaluado por sus aspiraciones y no por sus resultados. Al revés que el peronismo, a menudo de mejores desempeños pero siempre ocultando alguna perversidad.

Por cierto, también todo esto estuvo presente en el libreto de la campaña cambiemista por la reelección, que Mauricio no logró, único en su rubro. Supuesta condición de outsider, cuando lleva casi dos décadas en política; presunto saber superior por dicho origen empresarial, “ajeno a vicios de los partidos” y contactos en “el mundo”. A todo eso apeló en 2019. Nada le sirvió. ¿Cuántas maniobras del laboratorio ecuatoriano se derritieron velozmente desde 2017?

Y si bien a Durán Barba le gusta despreciar a la Unión Cívica Radical, no se puede tapar el sol con la mano: fue la convención boina blanca de 2015 en Gualeguaychú la que evitó la dispersión del voto no-peronista aquel año, mientras el justicialismo sí se fragmentaba. No hubo, así, novedad en el 40% de Macri en las últimas elecciones presidenciales. La misma cantidad no votó por Juan Domingo Perón en 1973 y lo hizo por Eduardo Angeloz en 1989. La diferencia estuvo en el reencuentro entre los compañeros, que trasladó a primera vuelta el 48% que obtuviera Daniel Scioli en el único balotaje de la historia nacional.

La noticia, para Macri, fue que perdió dos tercios de los sufragios que había sumado del turno inicial al definitorio en su consagración. Y no se observa cómo podría recuperarlos insistiendo en aquello que ha sido repudiado. Menos aún le convendría quebrar los acuerdos vigentes, dividiendo el voto opositor, insultando a todos aquellos que no se le subordinan, que ahí está su dilema. Como aventuró Nicolás Lantos, lo más probable es que la FIFA sea una salida decorosa para el presidente mandato cumplido ante su incapacidad de imponerse en la interna cambiemista, pues quienes allí tienen responsabilidades (y urgencias) de gestión quieren paz con el gobierno de Alberto Fernández, no bolsonarizarse al estilo Patricia Bullrich.

Tampoco le sirvió apostar a la idiotez de la gente: ¿cuántos podrán tragarse que el default del que se está al borde se edificó a sus espaldas y que él no tuvo nada que ver? Lo sintetizó brillantemente Aníbal Fernández: si así fue, o si sabiendo del desastre al que se iba dejó hacer igual, por tonto o por mala fe, en cualquier caso, no demuestra aptitud para el cargo. Vale la pena repetirse: por fuera del 40% que votará no-peronismo en cualquier circunstancia.

Quizá Macri haya intentado borrar su nombre del desastre de deuda que lo señala como culpable exclusivo, justo cuando se entra en las semanas en que se definirá su arreglo (o no). La realidad es que el ahora oficialismo tres veces le advirtió, durante su gestión, que iba mal: cuando les pagó de más a los fondos buitre reiniciando un ciclo de endeudamiento, luego del primer pacto con el FMI y tras el segundo. Y en otras tantas oportunidades el ingeniero desoyó. La primera vez terminó corriendo al Fondo, después tuvo que apelar a renegociar el contrato inicial en tiempo récord y cerró defaulteando bonos en pesos. No hay maquillaje que pueda con ese desastre, salvo que su sucesor arruine las cosas en idéntica proporción.

Macri hizo un gobierno cuyo lema fue que su camino era el único posible. Ahora lucha por negar su herencia, vía un video “filtrado”. Y lo mismo hacen quienes marcharon junto a él: eso fue la votación por unanimidad de la autorización que pidió Martín Guzmán para la formular una oferta a los acreedores del país (se espera que con auspicio del FMI), que en los hechos desanda lo actuado desde 2016, que tuvo en la deuda el combustible esencial. Por detrás de fuegos artificiales, la política se cura de la lógica CEOcrática: a eso se le llama derrota.

Después está lo que puede y lo que quiere hacer el gobierno del Frente de Todos bajo la guía de Alberto. Se ha dicho que la piedra atada al cuello de la deuda impuso el giro hacia el centro de CFK (tras, primero, afirmarse en uno de los polos), porque en lo inmediato la salida de ese infierno pide consensos amplios, lo que obliga a más zanahorias que palos. Pero a mediano/largo plazo la misión histórica de este período tal vez sea otra.

Si en la mayoría de la región y del mundo la nota distintiva de los sistemas partidarios es que existen una centroderecha y una centroizquierda que se parecen demasiado, con sesgo hacia lo primero, lo que está generando orfandad representativa y las crisis políticas de repudio a toda institucionalidad conocida, el desafío sería aquí suavizar las transiciones entre peronismo y no-peronismo, pero aceptando los segundos que no pueden volver a excluir del modo en que lo hicieron durante la era Macri. Durán Barba hizo referencia a ello en el reportaje que concedió a Letra P. Miguel Ángel Pichetto se ha cansado de lamentarse por la oportunidad perdida de una Moncloa en la que el justicialismo abdicara definitivamente de sus raíces doctrinarias y se domesticara. Hoy Horacio Rodríguez Larreta, al revés, busca cómo esterilizar a los más reaccionarios de los suyos, y de ahí que se le tenga tanta paciencia en Casa Rosada.

Pero todo esto será utopía si Guzmán no sobrevive y vuelve la deuda a niveles razonables.