Que las crisis son cíclicas. Que los movimientos en la economía oscilan de un extremo a otro obligando a hacer borrón y cuenta nueva en cada comienzo de ciclo. Que hay que abrir las fronteras. O cerrarlas. Que no se puede terminar ninguna presidencia sin ser peronista. Y así. Esos son los argumentos que se esgrimen más o menos cada diez años.

En los hechos, la vida es como una rueda. Gira desde abajo para volver al mismo lugar. Entrenados en el surfeo de las crisis, los argentinos que pueden se stockean de productos de uso frecuente para paliar la inflación, vuelven a las costumbres de la abuela para estirar el dinero y entran en discusiones sin retorno, que los llevan a reducir sus círculos sociales al mínimo de integrantes con quienes más o menos comulgan. Los que lo pasan de la peor manera y son el centro de los ataques de los que sufren pánico de caer, esperan el momento en que la rueda gire y los aleje del barro para empezar a respirar.

En el medio, si los días más felices fueron o son peronistas o, si por culpa de los incorregibles el país está como está, sin más descripción que esa, es una charla que se repite como un loop o disco rayado, según la edad y pertenencia de quien lo diga, tanto en las calles cuanto en los medios de comunicación.

En los últimos años, la innecesidad de los datos -para confrontar porque sí- llevó a un grupo considerable de los ciudadanos a afianzarse en la idea que se está como se está, sin más explicaciones, por los “setenta años de peronismo”.  También, y sin matices respecto de cómo se construyen las relaciones de fuerza, que “la puta oligarquía” genera el mismo resultado.

Ni setenta años peronistas ni 40% de oligarcas. Inmersos en eso, parece haber acuerdo en que, más tarde o más temprano, la felicidad termina y nada es para siempre. Que entra el Fondo o sale el Fondo pero –una y otra vez- a sacudirse las rodillas y empezar de nuevo.

El peronismo es, desde su nacimiento, un parte aguas en la sociedad argentina. Desde los inicios, su propuesta para la economía se basa en la sustitución de importaciones, el control de precios  y la inclusión de los sectores más relegados al mundo del trabajo y el consumo de bienes y servicios. Desde el punto de vista social, esa inclusión se traduce en la ampliación de derechos que permite la movilidad ascendente y la consolidación de clases medias más amplias.

En apenas dos meses, y con una impronta moderada que se diferencia de la ostentación menemista y la mística del kirchnerismo, el gobierno de Alberto Fernández parece alinearse con los preceptos del peronismo clásico. Sin estridencias, los lineamientos apuntan a generar una agenda en la que la inclusión, la producción y el trabajo vuelven a escena luego de que el macrismo volviera las cosas a la situación del fin del siglo pasado en términos de economía y a un endurecimiento de la mirada social, sustentada en un fuerte punitivismo.

Sin embargo, en términos culturales, la pertenencia a las clases medias pareciera hacer foco en la diferenciación de lo que puede empujar hacia peores condiciones  y no la discusión de por qué los ricos son cada vez más ricos. En la indignación sobre una expectativa de vida más extensa y no en la falta de políticas para convertirla en digna. Esto supone consecuencias estructurales en eso que da en llamarse crisis cíclicas cada diez años, sustentadas en concentraciones económicas brutales y expulsiones sociales violentas.

Aterrorizadas por la pérdida de posiciones, ciertas capas medias hacen alianzas con grupos concentrados aún en contra de sus propios intereses. El miedo a no pertenecer es más fuerte y para asegurarse los lugares que creen merecer prefieren confrontar con los desprovistos de todo.

¿Podrá el peronismo en su versión albertista equilibrar las cuentas, reactivar la economía  y generar las condiciones para consolidar la inclusión? Es bastante probable. Ya lo hizo otras veces incluyendo sectores relegados. La pregunta, nuevamente, es si la identificación de estos grupos con aquello a lo que aspiran no va a empujar la rueda hacia el mismo lugar.

*Directora IIPPyG – UNRN. Profesora UBA. Twitter: @lilaluchessi