Seguramente Mauricio Macri busca, con la designación vicepresidencial de Miguel Ángel Pichetto, ofrecerle un gesto de amplitud al centro, frenar la fuga de antikirchnerismo desencantado con él, que dispone ahora de muchas otras opciones (Roberto Lavagna, Juan Manuel Urtubey, José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión) y puede regresar hacia el discurso crecientemente agresivo del senador rionegrino; y disputarle la primera plana noticiosa al acuerdo de unidad peronista entre los Fernández y Sergio Massa con otra novedad de peso.

Probablemente obtenga algo de todo eso y también un poco de calma adicional en los mercados (justo cuando estaban por volver a enfurecerse), que quizá crean que esto le agrega una buena cantidad de senadores, diputados y gobernadores a la alianza de gobierno. Además, el líder de la oposición a la oposición se ha esmerado en ganarse la confianza de esa gente.

En concreto, le evita al Presidente compañías rebeldes y/o pedigüeñas, pues a Pichetto le faltó poco para ofrecerse para el puesto que acaba de conseguir en detrimento de amarillos puros que no podían ser y radicales que agotan con demandas de contratos. En la eventualidad de una reelección, Macri tendría, es cierto, un buen operador, que sabe de rosca legislativa.

Lo cierto es que fue el único que le dijo que sí. Inmediatamente, como él mismo lo contó.

Como brillantemente sintetizó Ignacio Fidanza para explicar la relación entre lo que en breve dejará de llamarse Cambiemos y Massa, llegar tarde a un lugar es lo mismo que no llegar. Vale también para la incorporación de Pichetto. Emilio Monzó, Rogelio Frigerio y varios otros se cansaron de rogarle a Macri la ampliación del espacio hacia el medio que representaron (o al menos lo intentaron) los justicialistas que se alejaron de CFK entre 2016 y estos días. El jefe de Estado, siguiendo los consejos de Marcos Peña y Jaime Durán Barba, siempre se negó. Capturarían esas voluntades --aseguraban-- convirtiendo en anticristinistas a muchos que todavía no lo eran, manteniendo en carrera aunque siempre bajo amenaza a la ex presidenta agitando la agenda judicial y cristalizando con eso la fractura del movimiento. Así, completaban, siempre accederían al balotaje contra los hasta 2015 oficialistas (más taquilleros entre los compañeros), y en dicha instancia, calculando inalterablemente más alto el rechazo a ella que a Mauricio, se sostendrían.

Monzó, Frigerio y compañía constantemente alertaron que eso suponía una apuesta de altísimo riesgo. Si la economía alguna vez se rompía, en la pelea de odios podían salir lastimados. Pasó y ahí andan, corriendo contra la urgencia. Adicionalmente, Cristina se adelantó en el giro hacia la moderación, recuperó entendimientos y tomó la delantera en los hechos y su diseño. De ahí lo de Fidanza: el Pichetto que acaba de adquirir el oficialismo viene sin gaseosa ni papas fritas (gobernadores, legisladores). Habrá que ver qué pasa cuando Wall Street caiga en la cuenta de que, lejos de sumar nada, el que Diego Genoud bautizó Señor Gobernabilidad se ha marchado en soledad hacia uno de los polos que decía rechazar, poniendo fin a casi 17 años de jefatura de la escuadra peronista en la cámara alta. Ni siquiera Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey, con ruidos fuertes en sus respectivas provincias por su obcecación anticristinista, lo siguieron.

Esto no debería sorprender. Sólo puede suceder eso con quienes compraron el verso de que Pichetto tenía la llave del scrum senatorial de los gobernadores. Error: sólo lo coordinaba. Cuando quiso excederse en sus atribuciones, negociando el voto electrónico pese a no estar autorizado para ello, los jefes locales bajaron a Capital Federal y lo llamaron al orden. Por lo mismo no corren riesgo los fueros de la Fernández mujer: cuando la versión local de Frank Underwood procuró apenas relajar esa doctrina y habilitar el famoso allanamiento a su domicilio, a duras penas consiguió sentar a un tercio de su bloque (7 de 21) para dar quorum a aquella sesión, dos de los cuales votaban en contra. Aquí hay sólo el negocio particular de alguien ya sin futuro.

Dos cosas a favor de Pichetto: la renuncia a la presidencia del bloque justicialista es un gesto que vale al lado aquel Julio Cobos que, en cambio, cuando eligió en 2008 abandonar el proyecto político que integraba como primer vicepresidente de Cristina, se quedó con el cargo, lo que no le correspondía, porque había sido consagrado allí por razones distintas a las que había virado. El nuevo escolta de Macri tiene al menos la delicadeza de devolver lo que ya no le pertenece.

También es cierto que nunca ocultó que, al revés de la mayoría de quienes se fotografiaron en Alternativa Federal, tenía diferencias con el Instituto Patria más profundas que el reparto de juego interno. Siempre dijo que quería para los herederos del general Juan Domingo Perón una reconversión doctrinaria hacia la senda abierta por Cambiemos. Una Moncloa argentina amigable con el mercado, que volviese imperceptibles las modificaciones de inquilinato en Balcarce 50 y domesticase las olas que pudieran alejar a los suyos del calor de las lapiceras. No le salió, y, “si no puedes ganarles, únete a ellos”. Pichetto hizo caso y se enroló en el partido capital-friendly.

Drama para quienes hacen de la coherencia la virtud que no es en política tener que votar a un tipo que ha defendido todas esas leyes que detestan, peor aún para quienes presagiaban que por fin llegaba, de la mano de la administración de los gerentes, la muerte del mal de los 70 años: en octubre, 3 de los 4 miembros de los competidores principales habrán surgido de las entrañas del monstruo. Nunca es dura la verdad, lo que no tiene es remedio, enseñó uno que sabía.

Todo un desafío para Macri el que se viene. Por primera vez descarta el manual duranbarbista para la única hora en que ha demostrado éxito, la electoral, tras aferrarse a él cuando debió descartarlo: durante la gestión. Dejó de lado las convocatorias de las mediaciones que el consultor ecuatoriano juzga caducas cuando servían, para edificar parlamentariamente siendo que está en minoría, y apela a ellas para candidaturas, en lo que no ofrecen sus mejores destrezas. De hecho, Pichetto es un perdedor serial en su propio pago. De entrada, luce más como defensivismo que como opción para atraer a las masas. No todo peronista arrastra a ese electorado.

El pastiche entre el relato que últimamente viene acelerando el elegido, rotulando al kirchnerismo como agente extraño al sistema democrático; y el de los grandes pactos a que (al igual que su antagonista principal) apeló Macri como ruta de salida al atolladero en su anuncio de la fórmula en las redes sociales, parecen anticipar una apuesta apenas maquillada al estiramiento de la grieta para ganar (un duro denostador de la jefa de Unidad Ciudadana en su mismo puesto, maniobra espejo), y si resulta, un ajeno allí donde hay que tratar con los otros para, ahora sí, consensuar.

El tiempo y las urnas dirán si fue una movida adaptativa forzada por los fracasos del mandato o una apuesta desesperada que, por eso mismo, se estrelló contra la pared de lo inviable.