Hace poco más de un año, el tropezón de la sangrienta sanción de la Reforma Previsional no hacía mella en la hoja de ruta trazada por los estrategas cambiemitas. En todos los despachos de tinte amarillo, se daba por sentada la triple reelección oficialista: Mauricio Macri revalidaría su mandato presidencial y María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta harían lo propio en Provincia de Buenos Aires y Capital Federal, respectivamente.

Eran tiempos de encendidos debates acerca del carácter democrático de la derecha y todavía resplandecían con petulancia los tuiteros que atribuían a la alianza gobernante dotes hegemónicos. Sin embargo, la corrida cambiaria de abril del año pasado comenzó a traducirse en bancos de niebla cada vez más densa hasta que la visibilidad del horizonte se redujo drásticamente.

Con el dólar indomable y la cantinela del Plan V sonando en todas las radios, el jefe de Estado comprendió la magnitud de su aporía. No le quedó otra que desenvainar su rabia, apretar los dientes y salir a pelear por él mismo lo que su jefe de Gabinete, Marcos Peña, y su consultor estrella, Jaime Durán Barba, ya no pueden garantizarle: el sosiego de la tropa propia en una serie de batallas previstas en campos minados por pronósticos de desahucio y desastre.

En medio de la carrera alcista de esta semana, un funcionario con despacho en el primer piso de la Casa Rosada le dijo a Diagonales que comprenden la “angustia social” frente a los cimbronazos del tipo cambiario pero resaltó que se encontraba “dentro de las bandas de flotación”. “Está dentro de las posibilidades que suba y baje”, sostuvo con una endeblez pasmosa, y aseguró que “no es un tema de fondo de la economía sino que afuera se percibe mucho riesgo político”.

Bajo esa sintonía se regó el rumor de que si eventualmente ganara la elección, la actual senadora Cristina Fernández de Kirchner defaultearía la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Enseguida, salieron a desmentirlo desde su entorno pero, en paralelo, debían atajarse de la ampliación del procesamiento contra la ex Presidenta dispuesto por el juez Claudio Bonadío, en un nuevo capítulo de lo que ya se contó aquí.

Para colmo, el éxito comercial del libro “Sinceramente”, con estética alusiva al affaire de los cuadernos del remisero Oscar Centeno, corre el eje de ciertas discusiones e, indirectamente, exime al macrismo de brindar mayores explicaciones sobre la deriva económica. “Nosotros creemos que no tenemos que ir a explicarle nada a nadie y, por eso, si prestás atención al video casero de Mauricio con Adriana (la vecina de Colegiales que se hizo cargo del vilipendiado paquete de medidas oficiales para contener el descontento popular), la que habla es una mujer de carne y hueso, no el Presidente”, argumenta uno de los estrategas discursivos del primer mandatario para relativizar las posibilidades de capitalización del boom editorial en el plano electoral.

El banquete y el pago chico

Con sanguchitos o ascetismo monetarista, el Gobierno multiplica mesas y mesitas de decisión, fotos, selfies, visitas, roscas, operaciones y canales de comunicación con todos los actores que puede, mientras sean antikirchneristas. Por momentos, las charlas se tornan diálogos platónicos y Macri las clausura cortando cualquier elogio a Eros -o Vidal- bajo la hipótesis de que si él diera un paso al costado todo el proyecto de Cambiemos se hundiría tras la polvareda de la asunción del fracaso.

El problema es que cada vez son más los comensales o parroquianos que llegan a la mesa y nunca falta uno que tire del mantel. El Ejecutivo anhela por estas horas que los preparativos del paro organizado para el 30 de abril con movilización y acto de las centrales sindicales en Plaza de Mayo diluyan la propensión mediática a ocuparse de la divisa norteamericana por algunos días, pero sabe que esa apuesta es pan para hoy y hambre para mañana.

Cerca de Rodríguez Larreta admiten, con una mezcla de candidez y falsa humildad, que entienden ahora el impacto del billete verde en el humor de los argentinos. “Con el tema de la inflación, más o menos, la gente se la banca pero si no hay previsibilidad con el tipo de cambio, se complica”, soltó una fuente del gabinete porteño ante este portal.

No obstante, exhibe el macrismo porteño una serenidad que, por momentos, asemeja una mueca del destino contra su líder a nivel nacional y fundador. “Contrariamente a lo que dicen, a nosotros nos conviene que vaya Cristina de candidata presidencial y que se cuelgue de ella en la boleta un Mariano Recalde, para llegar a un ballotage del orden de 60 a 40 a favor nuestro”, comentan.

El miedo mayor sería para quienes defienden la gestión de “Horacio” que Martín Lousteau vuelva a postularse por esta jurisdicción, en una boleta con el nombre de Lavagna para la tira nacional, o el propio Matías Lammens, quien se lanzaría en los primeros días de mayo aunque todavía no esté claro bajo qué orgánica o alianza de partidos. “Si van Lousteau o Lammens, ganamos igual pero tenemos que transpirar más la camiseta”, confiesan con un dejo de resignación.

Los facazos y la cuenta

Como los tiburones cuando huelen sangre, comienzan a contagiarse de entusiasmo los dirigentes peronistas conforme trascienden los zamarreos que el establishment local le dedica a Macri. En ese tren, se animan varios a decir que Cambiemos se agotó y el Presidente tiene el boleto picado.

Con esa perspectiva, recupera protagonismo el tigrense Sergio Massa, alentado por sectores del PJ bonaerense que reniegan del rigor ideológico de los apellidos que llevan la “K” por inicial pero menospreciado por aquellos que lo consideran “desesperado por cerrar con Cristina”. En todo caso, resulta evidente que cada vez queda menos espacio para la pavimentación de una avenida del medio, como alguna vez soñó el jefe del Frente Renovador, y esa es también la razón por la cual no terminaría de prender la postulación de Roberto Lavagna, aupado fundamentalmente por Clarín y Techint.

Surfeando las olas de ese magma, Macri se pertrecha para el tramo final de su mandato, jugándose a todo o nada. Por más raro que parezca en un hombre nacido y criado en la oligarquía pero curtido a sopapos –de carácter social, al menos- en el grupo empresario que condujo su padre hasta su muerte, el Presidente arroja al aire la moneda del país bajo el influjo de su orgullo y el despecho ante lo que considera el desaire de la clase que lo parió y lo moldeó. Irá, en consecuencia y como esbozara Peña recientemente, por el alma de los argentinos cuando la oposición cree que alcanzará con centrar sus argumentos alrededor de issues vinculados a la heladera o el bolsillo.

Sin embargo, los consultores más serios advierten que en la polarización el macrismo tendría más chances de seducir a los votantes que rechazan tanto al actual gobierno como al anterior. Tal es el caso del sociólogo por la UBA y especialista en Comunicación, Cultura y Política por la Universidad Complutense de Madrid, Ignacio Ramírez, quien deslizó dos axiomas en una reunión que mantuvo ayer con dirigentes y militantes del kirchnerismo porteño: la disputa electoral se definirá entre Macri y Cristina, por un lado, y tendrá más chances de conquistar la voluntad de los indecisos el candidato que logre hablar la lengua más blanda y desprovista de ataduras o densidades ideológicas, por el otro.

El diagnóstico no cayó nada bien a algunos de los gauchos que escuchaban atentamente en la pulpería, con la mano siempre cerca del facón. En última instancia, hasta el propio diputado Axel Kicillof habría dicho esta semana en un mitin cerrado con popes del movimiento obrero que, ganando o perdiendo en octubre, el vasto campo popular necesitará de las estructuras sociales, sindicales y políticas para aguantar la que se venga.