Alberto Fernández atravesó el salón de los pasos perdidos 81 días después del inicio de su mandato y una vez dentro del óvalo de Diputados pudo ver las decenas de pañuelos verdes –y hasta un abanico del mismo color– que lo esperaban anudados sobre las bancas. Pero no anunció su proyecto de legalización del aborto hasta bien entrado su discurso: entonces provocó las lágrimas de ministras, diputadas, senadoras y de las miles de militantes que lo escuchaban bajo el tremendo sol del mediodía, sobre la plaza. Fue el único momento realmente emotivo, una primera conexión sentimental, una marca inaugural e histórica que ya lo define como el primer Presidente que se expresa a favor de un derecho tan postergado como exigido en las calles. Todo lo demás, la hora y media restante, fue un diagnóstico triste, con lenguaje técnico, cuasi burocrático. La primera vez para él al frente de la apertura del año legislativo estuvo marcada por las urgencias económicas que atraviesa el país y el replanteo del Poder Judicial, y en eso cada palabra vertida pareció un eco de las que quedaron retumbando aquel 10 de diciembre. “Empezar por los de abajo para llegar a todos”, repitió, casi como un mantra de lo que por ahora es –y al parecer lo será por mucho tiempo– la prioridad de su presidencia.

Esa ancla en la realidad es la que le permite hasta ahora a Alberto mantener su legitimidad de origen. Una paradoja: el Frente de Todos ganó las elecciones en gran medida por el desastre económico al que Macri condujo al país, pero ese mismo desastre que lo erigió y lo sostiene funciona a la vez como un límite a sus aspiraciones y a lo que puede realmente ofrecerle a una población ansiosa. Por eso, la primera media hora del discurso estuvo destinada a sacarle una foto a la pobreza, al hambre, a la inflación, a la deuda impagable y al desempleo heredados. A las frustraciones de un país. Y a lo que se está haciendo en el marco de esa crisis: el millón y medio de tarjetas alimentarias repartidas, los aumentos del 5,5 por ciento para sector privado en los salarios medios y del 16 para los más bajos; el aumento a estatales 4 mil pesos; los bonos de emergencia para jubilados y el subsidio extraordinario para beneficiarias de AUH; y la rebaja del 8 por ciento en medicamentos, entre otras.

Todas medidas de “solidaridad” con los que menos tienen, “la viga maestra” de su mandato, tal como lo definió. Medidas que para el resto (sobre todo para los que no lo votaron) tendrán sabor a poco, pero que Alberto se ocupó de dar a entender que es lo que hay. ¿Y la clase media? Tendrá que esperar. El primer síntoma fue el recorte en las jubilaciones mayores a 20 mil pesos, un tema que hoy prefirió eludir. Tampoco hubo algo más que proponer de cara al futuro, una vez que el país salga del pozo, que el Consejo Económico y Social ya anunciado para diseñar políticas públicas –a priori industrialistas– con el fin de “desarrollar productivamente al país”. Algo que todavía suena abstracto y que deja un margen para que crezca el argumento de un sector de la oposición cambiemita que pide –con mucha cara de piedra– un plan económico a largo plazo más allá de la emergencia.

Mañana es mejor

Alberto solucionó esas dos carencias poniéndose el casco y un traje antibalas: prometió dar pelea. Contra el sistema financiero y los tenedores de deuda, contra el sector exportador y los formadores de precios. Dejá Vú cristinista. Tuvo palabras muy duras contra ellos: “No puede ser que con las tarifas y los combustibles congelados y con un tipo de cambio calmado sigan subiendo los precios. No puede ser que el resto de los bobos paguemos los precios que unos vivos ponen a su antojo de forma preventiva. No hay lugar para empresarios especuladores en la argentina que se viene”, dijo.

También recordó que el BCRA investigará la fuga de divisas durante el macrismo. Esa pelea tiene un trasfondo ideológico: Alberto parece decidido a crear algo así como una conciencia social post-neoliberal, en la que “nunca más” se endeude al país de la manera en que hizo durante los últimos cuatro años, ni “haya una puerta firatoria” de esos mismos dólares terminan depositados en países centrales. Fue uno de los momentos en que Cristina Kirchner sonrió con ironía, como anotándose un punto.

Alberto dejó claro, entonces, el punto de partida. Y prometió un mañana mejor que todavía no tiene una materialidad palpable. ¿Qué pasaría si, pese al apoyo de los países centrales, del Papa y del propio FMI, fracasan las negociaciones por la deuda? ¿Cuándo la inversión del Estado en los sectores más pobres tendrá una repercusión en el resto de la economía y le pondrá fin a la recesión? ¿Tiene el Estado las herramientas necesarias para disciplinar a los formadores de precios, tal como hasta ahora lo hizo, en parte, con el campo? Por ahora Alberto no puede responder esas preguntas, pero dejó en claro que las atraviesa con compromiso.

ABORTO LEGAL, EN EL HOSPITAL

“La legislación vigente no es efectiva. Desde 1921 la Argentina penaliza la interrupción voluntaria del embarazo en la mayoría de las situaciones. Cien años después, la jurisprudencia da cuenta de lo ineficaz que resulta la norma desde un criterio preventivo. Está visto que son muchas las mujeres que no se sienten conminadas por la pena prevista para el aborto y que recurren a el para interrumpir sus embarazos”, dijo Alberto antes de anunciar que enviará su propio proyecto de interrupción voluntaria del embarazo, y parecía parafrasear los argumentos de la Campaña.

El tan esperado anuncio retumbó en Diputados con una fuerza proporcional a la espera y la lucha de años del colectivo feminista, al que Alberto eligió por convicción sobre los anti-derechos, en una clara diferenciación con Macri, que amagó con la avenida del centro y terminó levantando un pañuelo celeste en las marchas del Sí Se Puede. También se escuchó la explosión de las calles.

“Un Estado presente debe proteger a los ciudadanos en general y obviamente a las mujeres en particular. Y en el siglo XXI toda sociedad necesita respetar la decisión individual de sus miembros a disponer libremente de sus cuerpos. Por eso, dentro de los proximos diez días, presentaré un Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que legalice el aborto en el tiempo inicial del embarazo y permita a las mujeres acceder al sistema de salud cuando toman la decisión de abortar”, dijo.

ADIOS, COMODORO PY

Uno de los tramos más esperados estuvo centrado en la reforma judicial, sobre la que había más especulaciones que certezas. “En este tiempo de la Argentina en el que nos toca gobernar, venimos a ponerle fin a la designación de jueces amigos, a la manipulación judicial, a la utilización política de la Justicia y al nombramiento de jueces dependientes de poderes inconfesables de cualquier naturaleza”, dijo, con firmeza y enojo.

Comodoro Py, ya jaqueado por el fin de las jubilaciones de privilegio, dejará de existir como tal, en una decisión que, entre tanta densidad que tiene hoy la realidad argentina, pasará casi inadvertida pero también tiene un carácter histórico indudable. “Los delitos contra la administración pública en los que incurran funcionarios del Estado Nacional, dejarán de estar en manos de unos pocos jueces, para pasar a ser juzgados por más de medio centenar de magistrados”. Sefiní: Bonadío no llegó a verlo.