Mancha venenosa
Mendoza a pesar de Macri
La proyección nacional más certera de la elección de Mendoza provee otra ratificación de que el tiempo de Mauricio Macri se agota. Alfredo Cornejo ya reclama mayor espacio para la alternativa radical que pretende encabezar poniendo de relieve sus contrastes con el Presidente, que anteceden a la campaña: conviene recordar que el proyecto de ley anti-tarifazos, precuela legislativa en 2018 de la reunificación peronista, tuvo como uno de sus disparadores la queja pública del gobernador mendocino al respecto. Los dardos que lanzó contra Alberto Fernández deben ser leídos como el posicionamiento de alguien que aspira a marcar la cancha desde una trinchera opositora, cuyos mandos --imagina-- pronto serán otros.
Al mismo tiempo, seguramente se dirá que la derrota de Anabel Fernández Sagasti supone un retroceso de CFK en la ecuación doméstica del Frente de Todos en relación al justicialismo de los gobernadores, en función del albertismo anticristinista que se intenta edificar para colar por allí las demandas del establishment que están por perder el canal a través del cual hoy fluyen (Cambiemos). Difícil: nadie se corrió de la foto de apoyo a la senadora de La Cámpora y, además, la mala fama del peronismo mendocino se funda más en las dos gestiones compañeras previas a Cornejo que en la figura de la derrotada o en su campaña.
En resumen: esa provincia explica poco sobre lo nacional. Y viceversa, mucho menos. Como bien sintetizó Ariel Basile en Ámbito Financiero, la UCR mendocina ganó a pesar de y no gracias a Macri, que recibió tratamiento de mala palabra allí por buenas razones: horas después se conocía que su gestión dejará, por lo menos, un 50% más de pobres en relación a los que recibió. Él mismo dijo que ése era su partido. Y lo perdió.
Carlos Pagni aventuró al día siguiente de aquel comicio lo mismo que en esta columna se había escrito horas antes de que se abrieran las urnas: la victoria cornejista sustentada en su repudio a Macri hará que quienes venían coqueteando con imitar ese giro pierdan el pudor.
Nada quita que Alberto Fernández recogió una abolladura de su intervención en Mendoza, pero el debilitamiento del ala ultra de Cambiemos lo autoriza a ver como mitad llena del vaso la división opositora que, si gana, sobrevendrá, entre los pocos aún oficialistas que lograron salvar la ropa y quienes conducen la nave nacional hasta el 10 de diciembre. Si los segundos no sostienen su posición en Balcarce 50, ya no habrá con qué ordenar a los primeros, que lejos están de los planteos maximalistas del núcleo duro macrista, de Miguel Pichetto y de Elisa Carrió, quienes se piensan en rol similar al del antichavismo venezolano. A eso apuntan con, por caso, la gira #SíSePuede y las denuncias de presunto fraude cometido en las primarias.
Esto último aporta un motivo adicional: puesto a elegir entre una oposición dirigida por territoriales del radicalismo, que tendrán incentivos para no romper; y los delirios carroístas, no hace falta mucha formación política ni intelectual para adivinar que preferiría Fernández.
La repetición de en Salta de la escena mendocina, donde el supuesto candidato de Casa Rosada, el intendente de la capital provincial Gustavo Sáenz, procedió en campaña exactamente igual que Cornejo, es en realidad hija de la misma interpretación que hace Macri cuando promete medidas de bolsillo para un hipotético segundo mandato. El sueño de Marcos Peña de reformatear la estructura de decisión del votante no pudo ser, el bolsillo manda. Para el ex alcalde porteño, parece ser tarde luego de tanto daño, irreparable en semanas.
Llegar tarde es lo mismo que no llegar nunca, de modo que en las elecciones locales que restan sólo se trata de averiguar si el despegue arribó a tiempo, pero el amarillo es mancha.