“Hola, ¿vas a la plaza?” dice una mujer de unos 45 años, quizás atraída por la camiseta de la selección argentina que el cronista eligió como uniforme de lucha hace apenas unos minutos. A la respuesta afirmativa le sucede un “bueno, voy con vos, así no voy sola”, acompañado de una risa tímida. El escenario es la estación Entre Ríos – Rodolfo Walsh de la línea E del subte y Virginia, que había llegado de Lomas del Mirador en su auto que dejó a unas cuadras, enseguida comenzaría a sentir y entender que en un día como ese no se puede estar solo, porque todos somos uno. Bastaron dos frases en la conversación para que a la maestra de primaria se le explotaran los ojos en unas lágrimas incontenibles, que pronto rodarían por sus mejillas pese a sus esfuerzos por no quebrarse.

“Es como si nos hubieran querido matar a todos, eso es lo que siento frente a tanto odio permanente, ¿qué es lo que quieren? No lo puedo entender” dice con el corazón a flor de piel, reflejando el sentimiento de millones que el jueves por la noche se vieron al borde del abismo. La despedida se da ya en el canto de una pequeña multitud que se baja del vagón en la estación Bolívar y enfila para las escaleras que llevan a Plaza de Mayo. “Venimos todos a lo mismo”, le dice sonriente otra desconocida que camina a su lado y así, con el pecho inflado y un nudo en la garganta, comienza un humilde recorte de una jornada inabarcable que habitará los libros de historia.

Pasaban apenas las 14 y la Plaza de Mayo ya estaba llena. Con espacio entre las personas, con la posibilidad de moverse de un lado para otro, pero llena y recibiendo cada vez más y más de la marea humana que decidió salir a dar su mensaje paz y democracia. Las banderas flameaban incontables, con identidades de toda procedencia y mezclándose en el aire con el humo de las parrillas ubicadas al borde de la plaza. Además de la “gente suelta” que se reconocía por todos lados, las organizaciones políticas, sindicatos y movimientos sociales ya marcaban una presencia digna de codearse con las más gloriosas movilizaciones de la historia del país.

Sobre la calle Rivadavia, frente a la Catedral, un primer botón de muestra de algo que se repetiría toda la tarde y que se había visto el sábado pasado en la Recoleta: funcionarios públicos entre la gente. Caminando entre “silvestres”, Matías Lammens recibía saludos a diestra y siniestra que respondía tomándose el tiempo y entre sonrisas. “Estoy muy conmocionado. Los que tenemos 40 y pico no estamos acostumbrados a vivir en este clima de violencia política, creo que la condena tiene que ser muy firme, absoluta. De todos los sectores, no solamente políticos, empresariales, religiosos, sociedad civil, organismos de Derechos Humanos. Hay que ponerse por encima de cualquier diferencia y ser muy vehemente para condenar lo que pasó ayer” le dijo el Ministro de Turismo a Diagonales. “Estar en esta plaza, con mucha gente que tiene claro que no quiere vivir en la Argentina con hechos como los de ayer” sintetizó Lammens el motivo de su participación en la jornada.

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Minutos después avanzaría la primera columna importante sobre ese lado de la plaza, en la que la mayoría de la concurrencia estaba estática disfrutando del sol que bendijo la tarde. El Frente Patria Grande superó la Catedral enfilando hacia la Rosada entre bombos, platillos y enérgicos cánticos de su militancia, que recordaba junto a CFK a otras figuras latinoamericanas como Hugo Chávez. La organización que conduce Juan Grabois fue un actor protagónico el sábado pasado en la Recoleta, copando la esquina de Juncal y Talcahuano donde cayeron las vallas. CFK reconocería ese gesto con un profundo abrazo a Grabois cuando bajó del improvisado escenario desde el cual realizó su discurso.

Pero Patria Grande, que en la noche del jueves tras el atentado a CFK se movilizó a Juncal y Uruguay, aportó también otro elemento clave en toda esta historia: la denuncia realizada por Ofelia Fernández sobre la portación de municiones de plomo por parte de la Policía de la Ciudad ese sábado. La Legisladora Porteña expresó a este medio que “para quienes queremos y acompañamos a CFK, hoy no hay otro lugar para estar que en la calle”. En la misma línea se expresó el Diputado nacional Itai Hagman, quien afirmó a Diagonales que “no podemos seguir después de lo de ayer como si nada, esto tiene que ser un punto de inflexión, un antes y un después, y para que eso sea posible necesitamos un compromiso de todas las fuerzas democráticas y de los medios de comunicación” en referencia a frenar los “discursos de odio de los cuales CFK es víctima”. Hagman anticipó un conflicto que se expresará también en la Cámara de Diputados, su ámbito institucional de intervención, este sábado: “me preocupa que la presidenta del principal partido de la oposición no haya repudiado lo sucedido, eso es lo que tenemos que lograr con las movilizaciones. No solo defender a Cristina, que hoy es defender la democracia, sino producir un cambio en cómo se da hoy el debate público”.

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La columna de Patria Grande se abrió paso entre otros grupos y llegó frente a las rejas de la Casa Rosada. Allí, al canto de “si la tocan a Cristina”, Juan Grabois se colgó de las rejas y arengó a su militancia desde las alturas tras haber llegado a la primera fila del evento. “Ayer nos gatillaron a todos y a todas, así que hoy somos todos Cristina, estamos acá para acompañarla, los que creemos para agradecerle a Dios y los que no al destino porque esas balas no salieron de la pistola” afirmó con la Rosada como telón de fondo.

Metros más atrás, la que empezaba a ingresar a la plaza era la columna de La Cámpora. El número de militantes era realmente impresionante, y nuevamente al borde de la Catedral, parecía que la organización de Máximo Kirchner y Wado de Pedro no terminaría nunca de entrar al centro del escenario. Banderas de municipios como La Matanza, Quilmes, Hurlingham o  Tigre, de la universidad y distintos frentes políticos eran sostenidas por cientos, mientras otros cientos saltaban y cantaban el amor a su “jefa”.

“Cuatro cuadras de columna” decía orgulloso un camporista de las tierras de Mayra Mendoza, otra mujer y referente del kirchnerismo que es constante víctima de discursos de odio por esas dos condiciones, como CFK. Para ese momento, pasadas las 15, los intendentes e intendentas bonaerenses ya se habían congregado en la esquina de Belgrano y 9 de Julio, punto que tomaron como partida de la “marcha en defensa de la democracia”. Algunos de ellos seguirían con sus columnas y otros partirían luego de ese encuentro al interior de la Rosada, donde el Presidente Alberto Fernández oficiaría de anfitrión en una reunión con diferentes referentes y sectores. Axel Kicillof estuvo junto a los jefes comunales y de ahí fue a formar parte del encuentro con el Presidente.

El intendente matancero, Fernando Espinoza, consideró que “Dios puso las manos sobre Cristina para que esa bala, que se gatilló dos veces, no saliera, sino hoy estaríamos en una situación trágica para el país y el mundo”.

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Una de las que se quedó con la columna de su territorio fue Mariel Fernández, intendenta de Moreno, a quien Diagonales encontró encabezando la gigantesca tropa del Movimiento Evita. “Hoy acá pedimos por la paz, queremos que nuestro país se pueda pacificar, llamar a la reflexión a Juntos por el Cambio, la Justicia, el Frente de Todos. Necesitamos un país en paz y con libertad, no podemos volver a recuerdos del pasado. La verdad que fue muy fuerte, todavía estoy un poco shockeada, no puedo creer las imágenes que vi de cómo le gatillaban en la cara a la Vicepresidenta” expresó Fernández.

El Movimiento Evita, junto a Barrios de Pie y la CCC dieron una muestra realmente contundente de apoyo a CFK. Enfrentados en la interna en el último tiempo con la Vicepresidenta, sobre todo el Evita, los movimientos sociales ya habían avisado en la semana que dejarían de lado toda diferencia y que se sumarían al acto por el Congreso del PJ bonaerense en Merlo, donde CFK iba a ser la única oradora. Pero el Triunvirato de San Cayetano que conforma la UTEP superó cualquier expectativa con columnas que abarcaban prácticamente todo el largo de Avenida de Mayo entre la plaza y la 9 de Julio. Formados a la par y divididos por un cordón, el Evita y Barrios de pie copaban el ancho de la avenida, mitad cada organización, con miles de militantes de muchos territorios diferentes. Pasadas las 17:30, con el documento ya leído en el escenario de la plaza, las columnas se dividieron. El Evita dobló antes y no llegó a entrar, desconcentrando hacia uno de los laterales. Barrios de Pie siguió a contra corriente de la gente que salía de la plaza y entró para completar la cuota de mística.

Antes había sido el turno de Peronismo Militante, que también entró a la plaza con los últimos suspiros de la jornada, precedido por la organización Lealtad. Sobre la esquina enfrentada al Cabildo, las vio ingresar una enorme bandera de La Poderosa, otra de las tantas organizaciones políticas que se dieron cita y poblaron la jornada.

Cerrando la multitudinaria columna por Avenida de Mayo estaba Nuevo Encuentro, la organización de Martín Sabbatella. El ex Intendente de Morón, ex Presidente del AFSCA (el organismo encargado de la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual) y actual titular de ACUMAR, dijo a Diagonales: “lo que pasó es tremendo y lo más triste es que fue un acto de violencia política, no es una cuestión individual de un loquito suelto. Es un fruto de un contexto de violencia política que se genera desde un sector de la oposición, de parte de los medios de comunicación que se dedican todos los días a decir que la patria tiene futuro si se extermina el kirchnerismo y se termina con Cristina. Tiene que haber un compromiso de esos sectores que generan un contexto de odio, tienen que dejar de hacerlo. Los argentinos y argentinas queremos vivir en democracia”.

La tarde iba cayendo y luego de las palabras leídas por Alejandra Darín, el pueblo empezó lentamente a abandonar su templo democrático. Unas 500.000 almas, según se escuchó desde el escenario, fueron las que sintieron la necesidad y la responsabilidad de marcar un punto de inflexión en un momento crítico de la historia del país, en el que sólo un milagro evitó una tragedia social de dimensiones incalculables. Ese punto de inflexión hizo rememorar otro momento decisivo de la historia nacional, donde también se dijo basta.

Aquel  “señores jueces, Nunca Más” del fiscal Julio César Strassera en el juicio a las juntas militares, tuvo este viernes 2 de septiembre una revitalización histórica, así como la tuvo la idea de la democracia argentina. En aquel entonces la frase salió solo de la voz del fiscal, pero él tuvo la claridad para afirmar que era “una frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino”. Hoy no hubo una sola voz, hoy fueron medio millón de almas las que gritaron nunca más. Fueron las voces de dirigentes de organizaciones, de militantes y de ciudadanos que concurrieron en familia y entre amigos a defender una forma de vivir en sociedad que ya costó demasiada sangre de compatriotas.

Desandando la Avenida de Mayo hacia 9 de Julio, al atardecer el sol pega en diagonal en esta época del año. Las sombras alargadas de dos hombres se veían aún más extendidas por la de los dos niños, cada uno sentado sobre los hombros de quien quizás fuera su padre, su tío, un amigo de la familia. Los niños observaban extasiados la desconcentración popular desde esas alturas, con el tibio sol del crepúsculo en sus rostros inocentes, probablemente sin la más mínima noción del riesgo que había corrido su país hacía apenas unas horas. Los hombres caminaban hacia algún lugar, seguramente más felices que cuando habían llegado, y en el aire quedó flotando la frase de alguno de ellos, tal vez de cualquiera o de todo el medio millón de almas que pisó esas baldosas esta tarde: “menos mal que está viva, menos mal que está viva”.