La duda sobre la elección de Neuquén era si el oficialismo vigente desde 1962, el Movimiento Popular Neuquino, resistía la nacionalización de la política local o si lograba sostener el blindaje de la dinámica provincial, clave de su poderío de más de cinco décadas, que ha superado hasta el regreso de Juan Domingo Perón en 1973. La pregunta es por qué eso llegó a estar en cuestión. Hay buenas razones para ello. El primer comicio del año que definía algo (porque los de La Pampa fueron internas partidarias, aunque alcanzaron para lastimar a Balcarce 50), en el marco de una polarización nacional inconmovible, hace de cada episodio parcial insumo de construcción de cara a las citas definitivas, las presidenciales que se dirimirán en agosto y octubre. Los neuquinos, como antes los pampeanos, y/o como en breve lo harán rionegrinos o cordobeses, ponen en juego sus realidades específicas, no son meras reproducciones de la escena grande. Pero quienes intervienen en esta última intentan, lógica y válidamente, apropiarse de cada resultado para fortalecer sus respectivos relatos y así edificar un clima favorable a sus pretensiones.

En este último sentido, le convendría al kirchnerismo moderar sus expectativas provinciales. Hoy podría estar celebrando que el macrismo acabó tercero, llamando en los últimos días a votar en contra de su propio candidato, negado a su vez por éste en campaña y lejos de su objetivo inicial, pues en tales proyecciones Neuquén figuraba como gobernación a capturar con alguien propio. Un desastre político por donde se lo mire en materia de conducción en el contexto de una alianza. Que se suma a otros tantos: en Córdoba, los cambiemistas se están sacando los ojos.

Si no puede hacer esto es porque prefirió subirse, por lo visto sin fundamentos sólidos, al carro de un posible triunfo que a fin de cuentas no era tal. Y Olivos, en cambio, respiran un poco porque una victoria del crédito de su antagonista máxima habría sido peor. Hasta que la próxima corrida cambiaria lo sacuda de nuevo (lo cual siempre está al caer en el desastre macroeconómico en curso), claro está. Pero sucede, y debería revisarse en el Instituto Patria el tropezón, que de ningún modo es caída, para lo que se viene. Evitar el autoflagelo. A fin de cuentas, nada se movió tanto en Neuquén desde 2015, el kirchnerismo podría rescatar como mérito un caudal mantenido pese al llano total y destacar que Mauricio Macri es mancha venenosa. Tarde.

Por otro lado, no hacía falta extralimitarse. Quienes serían derrotados en el balotaje hace cuatro años arrancaron aquel ciclo ganando por goleada en Salta, cuando Juan Manuel Urtubey todavía atribuía su buena suerte a CFK. Quien, a su vez, pudo ser reelecta en 2011 a pesar de que, en las semanas previas, sus candidatos salieron terceros en Córdoba, Santa Fe y Capital Federal. Así podríamos estar hasta que se nos ocurra dando ejemplos de voto cruzado. Por último, Neuquén suele acompañar nacionalmente al peronismo. Incluso a Daniel Scioli en segunda vuelta. Lo crucial, se insiste, es no proponerse al divino botón ir más allá de lo razonablemente posible.

Moraleja, pues: cada pago es una relación de fuerzas particular. También el grande. Tome nota, Presidente: si el dólar vuelve a saltar, ya no podrá culpar al maldito piquetero neuquino.