Después de la dura derrota en las PASO de septiembre, el peronismo, kirchnerismo y/o el Frente de Todos tienen una buena cantidad de cuestiones a replantearse de cara al futuro, tanto el inmediato, como el de mediano y largo plazo.

El corto plazo. En este mes previo a las elecciones generales,para poder declarar al menos un empate, el Frente de Todos debe revertir al menos 5% de los votos en la provincia de Buenos Aires y recuperar, además,algunos distritos que renuevan senadores, como La Pampa y Chubut. Para lograrlo debe corregir principalmente el funcionamiento de la (s) campaña (s), (en particular debe respetar más la estrategia definida y coordinar mejor las acciones que de ella se derivan), profundizar el trabajo territorial y, por último, realizar algunas medidas de gestión que apunten en la dirección de cumplir aunque sea algo de las expectativas de quienes lo votaron en 2019 y no en las PASO recientes.

El mediano plazo. En realidad, son las mismas cuestiones, pero en proporciones distintas: si en lo inmediato es difícil tener logros de gestión con impacto electoral y los caminos más conducentes parecen ser la campaña y el trabajo territorial; en los aproximadamente 20 meses de gobierno que le quedan por delante a Alberto Fernández, este orden se invertirá: la suerte del Frente de Todos estará principalmente signada por los resultados de gestión, especialmente en la economía. La comunicación y la política seguramente tengan su peso, pero que por sí solas resuelvan nada si no existen resultados económicos positivos y, de modo inverso, es esperable que la comunicación y la política funcionen mejor por el simple hecho de establecer un gobierno en mejor sintonía con las expectativas populares.

Pero quizás lo más interesante sea un tercer tipo de cuestiones de largo plazo, que el Frente de Todos/kirchnerismo/peronismo merece preguntarse y que probablemente se arrastren desde de las elecciones de 2003, o al menos desde el conflicto por la resolución 125 en 2008. Se trata de aspectos centrales que hacen a la representación política de los sectores populares, la razón de ser del peronismo y de su continuidad histórica, el kirchnerismo. Confieso que en este punto tengo más preguntas que respuestas.

Estas preguntas se refieren a cuatro cuestiones vinculadas a la representación popular, donde quizás las cosas parecen distintas a cómo las pensábamos. En primer lugar, parece profundizarse la tendencia hacia una creciente heterogeneidad social, laboral, cultural, política, etc. de aquellos que llamamos muy genéricamente “sectores populares”. El trabajador industrial peronista de los años 40 es hoy una minoría; incluso los asalariados registrados también lo son en algunos casos. Esto no es novedad, los años 90 se inundaron de textos que daban cuenta de este fenómeno y su impacto en distintos ámbitos de la vida social, incluida la política. Pero quizás el contexto de pandemia y una nueva vuelta de rosca en la digitalización del trabajo y la vida cotidiana, hayan profundizado, o al menos renovado, esta evidencia. El efecto político de todo esto es simple: representar los intereses de identidades heterogéneas es más difícil que cuando éstas son homogéneas. Las tensiones discursivas habituales entre los vecinos de un mismo barrio que cobran planes sociales y los que no, son sólo un ejemplo en este sentido. Y podríamos enumerar muchos más.

En segundo lugar, otra dimensión a observar es el de las organizaciones y mediaciones políticas. En la época de los “partidos de masas” cuando el sujeto social de los partidos populares eran los trabajadores industriales, los sindicatos eran las organizaciones que naturalmente ejercían la representación de ellos y sus intereses. En menor medida, existían organizaciones e instituciones territoriales (organizaciones libres del pueblo, las llamaba Perón) que también representaban a los sectores populares fuera del ámbito laboral. Los partidos políticos se encontraban normalmente articulados con ambas y así ejercían con relativo éxito la representación estrictamente política de estos sectores. Luego de la última dictadura militar, el protagonismo de los sindicatos comenzó a menguar dentro del peronismo y, en su lugar, cobraron protagonismo las agrupaciones políticas, las sociales y las territoriales (generalmente vinculadas a los gobiernos locales). Por último, desde fines de los ’90 comenzaron a cobrar protagonismo los movimientos sociales. Hoy vale la pena preguntarse cuánto representan cualquiera de todas estas organizaciones en términos políticos y si no es mucha más la cantidad de personas de sectores populares cuya vida transcurre completamente al margen de estas organizaciones. Quizás sólo los gobiernos locales, y no todos, cumplen esta tarea de representación política de modo más o menos universal. No sé si esto es una verdad evidente, pero sí cabe lugar a la pregunta.

En tercer lugar, está el ámbito de la comunicación o, en términos más generales, la opinión pública, sentido común, ideología, hegemonía cultural, entre otras formas de llamarlo. Es indiscutible y hasta redundante decir que uno de los tópicos centrales del decálogo de las dificultades de los partidos populares en occidente es el acceso a canales de información que transmiten sus ideas y opiniones. Los partidos populares dejaron de tener hace mucho tiempo canales y prensa propia predominante y, en su lugar, los medios masivos de comunicación dominan la circulación simbólica cotidiana con los sectores populares. Ahora bien, en la medida que los medios de comunicación se van convirtiendo en poderosos grupos de interés, la capacidad y autonomía de los partidos se ve menguada en la medida que crecen las dificultades para comunicarse y contactar con sus bases. Las redes son mencionadas muchas veces como nuevos canales de reemplazo de los medios tradicionales… Personalmente dudo bastante de esa idea, la comunicación política suele ser eficaz en la medida en que el mensaje circula convergentemente por varios canales y llega redundante al receptor. Es difícil disputar ideas sin capacidad de influir en la agenda social. Los partidos populares necesitan canales que al menos no sean enemigos y les permitan llegar a su público para poder marcar alguna agenda y ser protagonistas de las disputas de sentido.

Por último, tengo la sensación de que hace tiempo que a los partidos populares de occidente les cuesta definir y proponer a la sociedad un proyecto económico y político con capacidad de organizar la vida social. Si hubiera que ubicar una fecha para este extravío, podría mencionarse la crisis del estado de bienestar de mediados de los ’70 y la caída del muro de Berlín a fin de lo ’80. Con posterioridad, en Latinoamérica los partidos populares y de izquierda tuvieron un renacer importante al inicio del siglo XXI, especialmente de la mano de los gobiernos de Lula en Brasil, Chávez en Venezuela y Kirchner en Argentina. Estos partidos y movimientos han encontrado generalmente dificultades ya sea para consolidar en el tiempo un proyecto hegemónico político y económico en el caso de Latinoamérica, como para diferenciarse de los proyectos liberales en los casos europeos. Y sin un proyecto efectivo que ordene la acción de gobierno, es difícil enfrentar y, más aún, triunfar en los conflictos importantes.

Así las cosas, el panorama parece complejo para los partidos populares en general, tanto en lo coyuntural como en los dilemas de más largo. A modo de conclusión, intentaré plantear algunos principios que podrían ayudar en la reorganización de la praxis política.

  • Con la unidad no alcanza. Los sectores sociales que constituían el sujeto social del peronismo ya no son ni lo suficientemente homogéneos ni lo suficientemente grandes como para garantizar triunfos electorales con independencia del contexto. Dicho de otro modo, el electorado sólido o “cautivo” para el peronismo, es hoy una minoría. No hay chances de triunfo electoral sin un acompañamiento de sectores “independientes” y eso implica aciertos que vayan más allá de la unidad entre dirigentes.
  • La realidad sigue siendo la principal verdad. Esto no supone un menosprecio de la comunicación, pero sin dudas, el futuro de los gobiernos está y seguirá estando determinado principalmente por los resultados y su capacidad para cumplir con las expectativas de la sociedad que lo votó.
  • Los problemas de la comunicación se resuelven con más política. Ya se dijo que la unidad política no alcanza, pero difícilmente el peronismo pueda avanzar si no acierta a (re)construir una fortaleza política capaz de revitalizar el vínculo con su electorado. Es complejo pensar que las dificultades comunicativas se puedan revertir con las mismas reglas de los medios de comunicación. Probablemente sea entonces necesario mejorar desde la política los canales de contacto con los sectores sociales vinculados al peronismo. En este sentido, pueden ser importantes los canales alternativos de comunicación en sus distintas formas: redes, presencia en medios afines y no tanto, canales directos de comunicación, militancia y presencia en las calles, etc.
  • Hay que volver a militar, discutir, encontrarse. Para profundizar la vinculación directa con las bases de los partidos populares, es importar ofrecer canales para plantear, discutir y solucionar los problemas de la gente. Para ello, los abordajes top-down de “bajar al territorio”, bajar línea y/o adoctrinar quizás no sean los más productivos. Las organizaciones políticas (las “orgas” como se les dice) quizás deban replantearse si su dinámica está siendo capaz de lograr porosidad para escuchar los problemas y demandas y canalizarlos políticamente, o si no se han cerrado demasiado sobre sí mismas con excesiva vida intramuros aislada del exterior social. También vale la pena preguntarse en qué medida esos formatos pueden dificultar el fortalecimiento de los liderazgos locales naturales.
  • La necesidad de reconstruir un proyecto. Cuando está claro hacia dónde se quiere ir y qué cosas se quieren hacer, el discurso político que expresa un proyecto surge con naturalidad. Al revés, que de las palabras del discurso político surja la práctica, suele funcionar menos. Definir del modo más claro posible el proyecto económico y político en sus objetivos y en los caminos para alcanzarlos, es un imperativo para los “progresismos” populares. Habría que ver qué forma tomaría… ¿Socialismo de mercado al estilo chino? ¿Capitalismo dirigido por el Estado? ¿Otras alternativas? Creo que por ahora no está claro, lo que es seguro la necesidad imperiosa de definirlo.
  • No dicotomizar entre técnica y política. Por último, casi un aviso parroquial. Nuevamente, a partir de los resultados electorales, arrecian las críticas a las encuestas, el marketing, la publicidad y las distintas disciplinas profesionales que tributan a las campañas políticas. Crear dicotomías entre estas disciplinas y la actividad política es un error que limita a la propia acción política, en lugar de expandirla. La política siempre debe dirigir y orientar el uso de las tecnologías y la comunicación, y éstas no deben ser ni endiosadas ni negadas. Más bien, deben ser comprendidas e incorporadas en la propia acción como herramientas de apoyo en el conocimiento y la comunicación con la sociedad. Esto incluye también a las encuestas, herramientas útiles para conocer las opiniones e interpretar los sentimientos sociales, pero poco útiles para predecir fenómenos antes de que ocurran.

Esta no es la primera ni la más difícil de las encrucijadas de los partidos y movimientos políticos populares, han encontrado salida de situaciones más complejas y no veo porque no lo harían esta vez. Sin embargo, es necesario identificar cambios, errores y dificultades para poder avanzar en la permanente actualización de los proyectos políticos que ponen a la igualdad entre las personas en el centro de su identidad.

*Politólogo y analista de opinión pública