Para salir de la crisis, la construcción de consensos no será solo respecto de cada espacio de poder. Si bien parece dibujarse -con trazos muy gruesos- como uno de derecha, que perdió la elección pero se consolida como segunda minoría, y otro progresista, que ganó por menos margen que lo expresado en la PASO; será necesario negociar hacia adentro con las expresiones que presentan matices y con aquellos que se consideren intolerables desde las alas más duras de cada una de las alianzas.

En un fino equilibrio, cuya ruptura puede arrojar al vacío a grupos más amplios de argentinos, queda claro que las fantasías totalizadoras deberán esperar para tiempos más estables. Si la política es central para la construcción de lazos sociales y no hay marketing que la reemplace, el escenario que se asoma requiere de una gran responsabilidad de la dirigencia, independientemente de su rol dentro del sistema.

Otra de las cuestiones a atender es que el binarismo, consolidado tras las elecciones nacionales, no supone el fortalecimiento de un sistema bipartidista sino la creación de bloques heterogéneos, unidos por el espanto que les genera su contracara.

Dicho esto, la reversión a medias de los resultados de las PASO para el Presidente Mauricio Macri da cuenta de que no se pudo, pero también de un abroquelamiento de la mayoría de las expresiones de derecha detrás de su figura. En ese sentido, el tan mentado posmacrismo del que tanto se habló -a partir de los números de las nuevamente fallidas encuestas que se conocieron en la previa- parece tener que esperar.

Los fantasmas del fraude, agitados desde el oficialismo y temidos desde la oposición, dejan de manifiesto que los microclimas de los que participa cada bloque solo refuerzan prejuicios. En el medio, la realidad apremia para resolver las desnutriciones, los analfabetismos y las carencias de todo orden.

Terminados los discursos del bloque ganador, las rencillas esgrimidas como amigo/enemigo parecen quedar circunscriptas a sectores muy claros pero no mayoritarios de cada uno de los dos lados. Tal vez por eso, tanto el presidente electo como el que perdió la elección, dieron señales de conciliación que permiten pensar en un paso adelante respecto de las prácticas democráticas.

Así las cosas, ganar o perder no parecen constituir en este caso una fuerza tan grande como para prescindir de nadie. Y si bien puede leerse como potencial debilidad para uno u otro lado, abre la puerta para la gestión de nuevas formas, de obligación de consensos y de mayor capacidad de escucha. No solamente en relación con el otro bloque, si no hacia adentro de cada uno de los dos espacios que canalizan la voluntad del 90% de los argentinos.

Inmersos en una ola global en la que la política cobra relevancia pero las instituciones tradicionales son cuestionadas, las construcciones hacia el futuro deben atender necesidades, incluir diversidades y básicamente tolerar las disidencias.

Poco acostumbrados al ejercicio de la negociación, los dirigentes de ambos bloques se enfrentan a la necesidad de intentar la tolerancia, ejercitar la negociación y elaborar una agenda en la que la prioridad esté puesta en la atención urgente de las necesidades de los argentinos

Mientras tanto, los cuarenta días que separan la elección de la entrega del poder requieren actos de grandeza por parte de todos los actores. La etapa que comienza el 10 de diciembre no admite mezquindades. El precio ya pagado es muy alto. La gravedad de la situación exige un amplio margen de responsabilidad.

*Dra. en Ciencia Política. Directora IIPPyG-UNRN. Profesora UBA.