El campeón tiene miedo,

tiene miedo de pegar.

No se quiere romper las manos

porque tiene que cantar.

El ritmo del protector bucal,

el bombo de la ciudad

le golpea en el culo.

Golpea y nada más.

Alta suciedad,

Andrés Calamaro

La moneda está girando en el aire y nadie se anima a sacar pecho para anunciar su augurio públicamente. Con interminables rodeos y precavidas salvedades, encuestadores y consultores ofrecen sus servicios de sondeos e investigaciones sobre intención de voto pero coinciden en un final abierto. Sin embargo, cierto entusiasmo se contagia subterráneamente en el Frente de Todos al filo del comienzo de la veda y una confianza contenida impera en Casa Rosada.

Aunque se mueven con cautela, en el entorno del candidato a gobernador bonaerense por el armado peronista, Axel Kicillof, estiman que se impondrán el próximo domingo con una ventaja que quizá supere los 6 o 7 puntos. Un ex senador de alcurnia y liturgia setentista -remozada con la madurez intergeneracional- recogió en una encuesta que la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Kirchner orillaban los 10 puntos de distancia sobre el oficialismo, hace 15 días, en el distrito que concentra más de un tercio del padrón.

Cerca del presidente Mauricio Macri, sin embargo, mantienen la calma. Y hasta celebran la algarabía de sus retadores en las redes, cuando sus simpatizantes y militantes se mofan por Twitter por encumbrarse en una arenga futbolera y desgañitarse al grito pelado de “carajo”, en un acto en Caballito. “Está medido y sube un puntito”, descerrajó una fuente con despacho en el primer piso de Balcarce 50 ante la consulta de Diagonales acerca de si el jefe de Estado respetaba un libreto o se le soltaba la cadena.

Bajo la misma perspectiva, habría que zambullirse al análisis del posteo de Macri sobre la solicitud de un sufragio sin racionalidades. “No se necesitan argumentos, no es necesario dar explicaciones”, publicó el mandatario en sus redes sociales desnudando décadas de teoría sociológica sobre las lógicas del sufragio, y añadió: “a nadie le tienen más miedo que a personas como vos diciendo que me van a votar”.

Aunque se da de bruces con el imaginario político del siglo XX, la estrategia de Juntos por el Cambio es clara: interpela al indeciso o, incluso, al que se desencantó con la gestión de Macri pero podría volver a votarlo. Un sociólogo que da cátedra por televisión, además de dar clases en su facultad de origen, le dijo a este medio que “los focus dan” un porcentaje tentador y determinante de electores que expresan: “no sé qué hacer porque me está yendo como el culo pero quiero votar a Macri”.

El flan sin argumentos y el amor

La vicedirectora de CITRA-UMET e investigadora del Conicet, Paula Canelo, acaba de publicar por editorial Siglo XXI el libro “¿Cambiamos?”, un trabajo que interroga acerca de las transformaciones sociales que explican el gobierno de Macri. En declaraciones a FM La Patriada, la académica sostuvo: “Argentina cambió y nosotros, como sociedad, habíamos cambiado antes. El éxito de Cambiemos en 2015 fue un síntoma, una ventana, un observable a partir del cual podemos ver esos cambios que venían de antes”.

En ese sentido, Canelo advierte que la actual competitividad del macrismo en el plano electoral termina de dar por tierra con ciertos consensos locales acerca de que un gobierno que ajuste estaría impedido de revalidarse en el poder. “La Argentina nunca votó sólo con el bolsillo”, lanza, y enumera una serie de factores que justifican el voto por enojos, adhesiones o enamoramientos del sufragista con le candidate.

Quizá ahí estribe la serenidad de los estrategas de la fórmula Macri-Miguel Pichetto. “Estaremos más o menos 3 puntos abajo en las PASO”, arriesgan, y especulan –casi certifican más allá de cualquier prudencia antes de salir del vestuario- que revertirán esa diferencia en octubre. Para eso, adelantan que trabajarán sobre el caudal que cosechen José Luis Espert y Roberto Lavagna en las primarias de este domingo. Sobre el ex ministro de Economía ya gravitan dudas en el campamento opositor por su ambigüedad o tibieza: en la última emisión del programa televisivo de cable Corea del Centro, conducido por los periodistas Ernesto Tenembaum y María O’Donnell, esquivó la respuesta a la pregunta si era lo mismo que ganase Macri o Fernández un eventual ballotage. De ahí a la caracterización que hiciera el FIT sobre la segunda vuelta en 2015 puede haber un paso o un abismo.

En tal caso, tampoco faltan los que perciben la angustia de estas horas como la calma que antecede el huracán. Contrariando incluso el apogeo de la renuncia posmoderna a las construcciones sólidas y tributarias de formas que agonizan, la inquietud de estos días es si la cita con las urnas revelará un problema de la oferta kirchnerista o la demanda social. Si los resultados no fueran los esperados, los dirigentes tal vez se encierren para un ensayo más agudo sobre el rechazo más o menos extendido, en Argentina y el mundo, a la sustancia política antes que a las formas de presentarla. “Les hablamos con moderación y nos respondieron con crispación”, podría conjeturarse.

El doctor en Ciencias Sociales Esteban Dipaola enhebró recientemente un razonamiento que unía libertad, responsabilidad afectiva y política, en una entrevista radial sobre “la revolución del amor en tiempos de neoliberalismo”.  “Para enamorarse hay que estar un poco roto pero no en el sentido de romperse el corazón como princesas y príncipes sino como los niños, que rompen el juguete para ver qué hay adentro y en ese rompimiento hay algo que aparece”, sostuvo. Acto seguido, concluyó que “con la política es igual”, y remarcó: “lo que hizo Cristina fue romper el kirchnerismo. Dijo: Rompamos esto, a ver qué hay. Adentro había un Alberto Fernández candidato a presidente. Rompió eso, nos rompió a nosotros. Iba a ser Cristina y de repente es un tipo que ni esperábamos. Ahí nos tenemos que enfrentar al amor cuando el amor está roto”.

El amor después del amor tal vez se parezca a ese rayo de sol, cantaría Fito Páez sin renunciar al asco que le daba Buenos Aires. Justo esta semana, Compañía Naviera Ilimitada publicó un libro de J. P. Zooey, seudónimo del docente universitario Juan Pablo Ringelheim, intitulado “Corazones estallados. La política del posthumanismo”. Allí, el autor señala que la sociedad actual “no atiende a argumentos racionales sino a exacerbadas emociones”, y aunque no se rinde a esa batahola del desquicio que beneficia a los verdugos, repone que “la comunidad (ya) no la realizan los cánones literarios, la fraternidad hacia los libres, el cultivo de una interioridad o la búsqueda de igualdad entre humanos, sino alergias emocionales que se expanden y contagian a través de grandes medios y vehículos de viralización como las redes sociales”.

Repara, a propósito de esa reflexión, en el exasperante episodio televisivo del actor Alfredo Casero con Alejandro Fantino, al grito de “queremos flan”. Partidario del macrismo, el actor burlaba con esa metáfora a los que mentaban con el vocablo flan las conquistas y derechos que el gobierno en curso arrebataba pero hasta el Jefe de Estado hizo posteos alusivos en sus redes sociales, festejando la humorada… y pidiendo flan. La incomprensión es, también, parte del clima de la época porque, precisamente, casi nadie invierte en argumentos con Leliq al 62 por ciento y vértigo electoral.

Pase lo que pase, la incógnita que despejarán los comicios por venir será si el país está dispuesto a soportar la revancha político-económica instrumentada por la experiencia cambiemita o no. La propia Canelo, por caso, vaticinó en el reportaje radial citado que “el tejido social está muy deteriorado” y manifestó sus dudas respecto de la posibilidad de que el pueblo lo acepte mansamente.