Percepción del carajo
Por el desconcierto oficial, el país pende de la racionalidad opositora
“Te torcieron el brazo
y no bajaste más ni a la vereda;
nuestras pasiones cansadas
entristecen a esta era que acaba...”.
Qué pasó
Bersuit Vergarabat
Cruje el gabinete de Mauricio Macri, aunque la moderación y la responsabilidad opositoras contribuyeran al precario sosiego financiero e institucional que se alcanzó sobre filo del fin de semana. Más allá del altercado que tuvo con un alto funcionario -incluyendo un cachetazo al aire que no conectó con su cara-, el titular del Sistema Nacional de Medios Públicos, Hernán Lombardi, fue el que agitó en la fatídica madrugada del lunes, a través del grupo de WhatsApp de las principales espadas del oficialismo, que los generales mediáticos pretendían su rendición y que no debía concederse ese deseo. Ni helicóptero ni renunciamiento a la candidatura, podría inferirse que fue la consigna que primó en la semana donde la cúpula cambiemita se debatió entre concentrarse en la gobernabilidad o delirarse lo que fuera necesario para el intento de reelección cada vez más quimérico.
Hasta el jueves, cundieron rumores sobre la posible salida del ministro coordinador, Marcos Peña, y su par de Hacienda, Nicolás Dujovne, cuyas propuestas de reemplazo serían el candidato a vicepresidente, Miguel Ángel Pichetto, y el jefe de la cartera de Interior, Rogelio Frigerio, quien a su vez sería en ese caso relevado por el diputado radical Mario Negri. Sin embargo, Pichetto desmintió esas versiones ayer por la mañana. Una alta fuente consultada por Diagonales confirmó la existencia de esos intentos por desplazar tanto a Peña como a Dujovne pero también aseguró que ambos van a resistir. Por más que diversos actores supongan que el feriado patrio expandible hasta el próximo lunes propiciará interminables conciliábulos, también es cierto que el plazo para que el refresh surta efecto se agota –si no se extinguió ya la noche posterior al tropezón electoral-: una cosa es lavarle la cara a la gestión en medio del enchastre y otra, muy distinta, es revocarla con maquillaje tantos días después.
Difícil es, de todas maneras, calibrar el crédito que transfieran esa clase de movimientos, a pesar de que el mismo Jefe de Estado pidiera disculpas por su intolerancia a los votantes de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en su tercera aparición pública, luego del resultado adverso en las urnas, para recuperar el terreno perdido en los comicios. “La elección está terminada”, declaró a este portal un consultor de los que reconoció haberse sorprendido por la cosecha de sufragios del Frente de Todos pero había pronosticado, con lo que fuera considerado una dosis de excesivo optimismo, alrededor de 8 puntos de ventaja de la fórmula retadora contra Juntos por el Cambio.
Desde Balcarce 50, sin embargo, admitieron que la distancia “parece irreversible” pero “se va a dar pelea hasta el final”. Si bien sueñan con que los que optaron por la propuesta de los Fernández revean su decisión y trabajan para que más ciudadanos asistan al cuarto oscuro en octubre, los funcionarios postulan que piensan “menos en las elecciones que en la necesidad de que se normalice todo”. Pero como todavía faltan casi 70 días para el 27 de octubre, fecha en que deberán realizarse las elecciones generales, nadie se anima a susurrarle –ni siquiera en off- un vaticinio a la prensa.
Los mismos que decían que Macri subiría “un par de puntitos” en la intención de voto por apelar a la chabacanería al grito de que la Ciudad “no se inunda más, carajo” se sonrojan y eluden cualquier pronóstico ahora. También periodistas y consultores revisan sus propias apreciaciones: la propaganda abrumadora del macrismo y la supuesta quietud de quienes resultaban damnificados con la política económica del Gobierno confundieron y persuadieron a sendos sectores de la esfera cultural y política vernácula sobre la presunta invencibilidad de la máquina electoral cambiemita. Como si -al decir de Silvia Schwarzböck- la democracia se hubiera convertido en un salón literario pretencioso, con sus cánones y sus propias ficciones regulativas, una ingente cantidad de influencers reprodujo guarismos amarretes que auguraban paridades o cercanías entre los campamentos antagonistas. Amordazados por experiencia, ningún periodista –tampoco quien suscribe- quería que lo estigmatizaran con memes al estilo de los que se le dedicaron a C5N por dar la noticia de la victoria de Daniel Scioli sobre Macri en 2015.
En tal contexto, pocos vieron lo que pasaba en la sociedad. Igual que hace cuatro años pero en sentido inverso: si en el ocaso del kirchnerismo casi no hubo quien predijera el ascenso de María Eugenia Vidal a la gobernación bonaerense, en las horas crepusculares de la experiencia macrista faltó masa muscular para que la mirada sobre una paliza factible por parte del peronismo cobrara densidad, profundidad y alcance. Ahí radica la fuente de donde salen preguntas y frases que denotan que no abundan, amén de la autorreferencialidad y el tirapostismo, según Mariana Moyano, analistas que entiendan cabalmente qué pasó en las PASO.
Ni utopía ni distopía
Al principio, fue el verbo. Y al final, la política. En el medio, había imperado la fascinación de los derrotados por el manejo de los dispositivos tecnológicos y la fórmula para interpelar a un sujeto fragmentario.
El domingo pasado enterró las hipótesis de los kiosqueros de las redes sociales y demostró que, aun bajo el clamor presidencial para que la ciudadanía vote sin argumentos, talla en Argentina cierta lógica a caballo de la emoción en el voto, que no sucumbió siquiera a las tan mentadas crisis de representación y las estructuras partidarias desvencijadas. Bajo la evidencia empírica del escrutinio y el influjo de la frase que acuñaran Mariano Schuster y Fernando Manuel Suárez en el artículo De la primera hora, publicado en La Vanguardia Digital, acerca de que “la política es hermosa” porque es “algo menos que ideología y algo más que cinismo”, no queda otra que inferir que el triunfo de las primarias se cifró en una actitud –dicho en sentido filosófico- moderna: la ex Presidenta hizo campaña reuniendo multitudes en cada presentación de su libro y Axel Kicillof juntó voluntades a rolete a bordo de un Renault Clío con dos parlantes en el baúl, mientras Fernández urdía los apoyos a retazos de un peronismo que volvía a encaramarse. Lo que a la tecnocracia le daría urticaria a la oposición le dio el triunfo parcial en este turno electoral.
Las incógnitas para los tramos restantes de la ruta prevista para la unción de un nuevo gobierno o la permanencia del actual abundan y disparan hipótesis inquietantes. Desde la pregunta por la forma en que el macrismo logrará llegar al 27 de octubre y, eventualmente, al ballotage sin que el país se desmadre hasta el ocasional derrumbe de Juntos por el Cambio la próxima vez que la sociedad se meta en el cuarto oscuro, todo esbozo implica escozores de diverso tenor en la espalda de quien los pronuncia.
Habrá que tener en cuenta, no obstante, que los argentinos no se derechizaron en 2015 ni reivindican al populismo en 2019, así como tampoco sufragan sólo con el bolsillo ni meten boletas en las urnas en estado de shock, acongojados o embargados por sensibilidades indecibles. Y con esa perspectiva, convendría considerar lo que Immanuel Kant escribió hace más de dos siglos a propósito de “qué es la Ilustración” y rescató el afamado Michael Foucault en 1983 para un curso que dictara en Europa y se editara como libro un año después. Aplicable a la “revolución de la alegría” promovida por el Gobierno o la “revolución imaginaria” que los detractores le achacan a la administración predecesora, el filósofo alemán escribió por encargo de un diario teutón que “lo importante en la revolución no es la revolución misma, sino lo que pasa en la cabeza de quienes no la hacen o en todo caso no son sus actores principales, es la relación que ellos mismos tienen con esa revolución de la que no son sus agentes activos”.
De ahí que el Frente de Todos se mueva con tanto celo a la pesca o cuidado del apoyo de quienes incluso detestan la política o escogen una lista de candidatos por razones lejanas a las que nutren la decisión de los activistas o militantes. De ahí también, quizá, el resbalón cambiemita, que paradójicamente insufló ponzoña en su discurso de campaña y pagó caro el abuso de su propio énfasis.
Cuando el bamboleo cotidiano de los que timbean bonos y divisas equivalentes al PBI comienza a zamarrear los pilotes sobre los que asienta su imaginario esa mayoría que se entera de los avatares públicos de refilón, la moderación provee serenidad y dota el ágora de cierta sensatez. En el fondo, Argentina sigue siendo ese país que el escritor Osvaldo Soriano sintetizó a través de uno de los personajes de “No habrá más penas ni olvidos” cuando le hace decir: “yo nunca me metí en política, yo siempre fui peronista”.