Mientras los que dicen que a Martín Guzmán le falta plan parecieran manejar sólo dos variables (resultado fiscal y emisión monetaria), el ministro de Economía concatenó en su exposición ante la Cámara de Diputados la totalidad de cuestiones en juego para diseñar una salida real del drama crónico que sufre Argentina en materia de deuda. A las mencionadas, les agregó asuntos de desarrollo y de saldos externos, entre otros.

Nuestro país, cada tanto, sufre de estrangulamiento de divisas aunque crezca porque, con su estructura productiva vigente, en tal escenario las importaciones escalan más rápido que las exportaciones. Sólo dando vuelta eso habrá un horizonte sano. El resultado fiscal e incluso la posibilidad de abaratar el crédito para que, como la mayoría de los países, el nuestro pueda cancelar deuda con nuevas obligaciones, vendrán como subproducto de aquello.

Para ello es necesario, en lo inmediato, destinar recursos al desarrollo. De ahí que Guzmán haya referido varias veces al ministerio que conduce Matías Kulfas en su alocución, y también los ataques que recibe desde que terminó de hablar. Una Nación que se abastece de dólares con saldo comercial positivo es una que se libera de la arquitectura financiera global, que como dice el doctorado de la Universidad de Columbia no está pensada para resolver problemas. Asistimos al berrinche por la posibilidad de que se les escape un territorio que cada tanto le abre sus brazos al jueguito de la bicicleta, del que siempre sale estallada en pedazos.

Ahí andan las denuncias de que Luis Toto Caputo, el cerebro de todo aquello, tomaba deuda a pedido de los bonistas y no por necesidades del gobierno que integraba; y los rumores que esparció Marcelo Bonelli acerca de un pago de u$s10 mil millones cash que exigirían los acreedores como carátula de una negociación. Eso sólo sería posible volviendo a pedirle al FMI, que a su vez exigiría un programa que encapsule a Argentina en el subdesarrollo. Otro modo de mantenerla bajo control. Guzmán fue claro: no va a permitir que lo conduzcan.

También ha repetido varias veces que acordar es preferencia, no única alternativa: en un marco al que sólo le falta la declaración formal de default, el gobierno de Alberto Fernández evitó dar ese paso por ahora para construir una salida del laberinto en el que las pérdidas sean parejas, y no, como hasta hoy, sólo para la población. No es que la cesación de pagos sea gratuita, pero al menos no se va a estar financiando una fiesta con ese sacrificio.

Las cartas que va exhibiendo Guzmán y los chismes del columnista económico de Clarín dan la razón, una vez más, para variar, a CFK, quien cumple el rol de policía malo en esta negociación (con lo que, además, el peronismo copa toda la escena doméstica, ejem). Detalles al margen, cuando la vicepresidenta aguijonea al FMI lo que hace es reclamar una salida que devuelva al presidente que propuso las palancas de la economía, y no mero maquillaje.

No hay que tener miedo a endurecerse. Es tan cierto que la incapacidad de Cristina de abarcar a los votantes que perdió entre 2011 y 2015 explica en parte al macrismo, como que su fidelidad con ese núcleo duro permitió que la CEOcracia haya durado sólo cuatro años. Ese 35%/38% fue la plataforma de competitividad que mantuvo siempre una llama de esperanza de que, en algún momento, se encontrase la fórmula para volver a engrosarla y concretar el retorno. ¿Es que alguien puede llamar racionalidad a la hipótesis de poner en juego todavía más el nivel de vida de esa gente, y de aquellos más oscilantes, ambos inevitables patos de la boda si se procede como pretenden los acreedores y su coro de abogados locales y foráneos?

Hace rato que la mayoría del peronismo decidió no ser el PT brasileño, que entregó buena parte de lo que se le pedía desde la ortodoxia para nada, porque cayó igual y peor: ahí andan, con más complicaciones de las imaginadas para el regreso. Es hora de que se notifiquen..