La novedad estuvo esta vez en las formas y no en el fondo. No hubo sorpresas en el discurso de Alberto Fernández en cuanto a la pulpa de su pensamiento: la deuda es impagable, la lógica del ajuste no va más, tampoco la justicia federal y los servicios así como están. Todo eso era predecible. También su enésima confirmación de que no quiere más conflictos que los estrictamente necesarios para sacar al país de la terapia intensiva en que lo recibió. El asunto es cómo se hace eso. Cómo se sale de la grieta en un mandato que, la propia CFK lo advirtió en el video en el que propuso la candidatura del hoy presidente, tiene que ser posgrietista.

Alberto hoy ofreció algunas pistas. Hablamos de la cantidad de consejos extra-institucionales que anunció. Puede hacer ruido, pero de alguna manera hay que escapar de la encerrona que plantea una oposición que, se vio en el escándalo por la presencia de Daniel Scioli en el debate por la eliminación de las jubilaciones de privilegio de los jueces, no parece querer entrar en razones. De nuevo, hay que regresar a la Cristina del 18 de mayo de 2019: la coalición de gobierno debe necesariamente exceder a la electoral en un gobierno que nace en jaque.

Al Fernández varón no le ha costado construir acuerdos en torno a las urgencias sociales más evidentes y a la deuda. Los dramas en materia judicial y de servicios de inteligencia, en cambio, van a costar más. Es que muchos de quienes deberían ser convocados tienen intereses creados allí donde resulta necesario derribarlos. Y, sobre todo, tienen con qué embestir contra el Presidente en asuntos que pueden despertar la pasión cacerolera en parte de la ciudadanía. Pero es imprescindible apagar esos verdaderos incendios. En criollo: ¿cómo arreglar el desastre en que se ha convertido Comodoro Py sin que parezca que se quiere colonizar otro poder del Estado?

Yendo a pedir prestigio prestado, parecería ser la respuesta. Las modificaciones que vengan detrás de las ya sugeridas no serán las del gobierno nacional solamente, sino las de personas que no tenga vocación partidaria. A falta de una oposición que ayude en la construcción de políticas de Estado, el primer mandatario habló de “políticas de la sociedad”. Es la ruta que eligió para saltar por encima del laberinto quien fue convocado para romper lo que Martín Rodríguez denominó “Hablemos de Cristina”. Esa inercia perversa por hacer de la vicepresidenta eje de cualquier debate, que tiene al país detenido hace un buen tiempo, y a la que ella misma hirió gravemente al correrse hacia un costado. Si vamos a pelear, que sea por los qué y ya no más por los quiénes.

Si el automatismo es rechazar tal cosa porque lo quiere hacer la yegua con algún oculto fin perverso, ceder el copyright a alguien que no sea parte del conflicto. Para el tango hacen falta dos.

Luego de una administración que se empachó de deuda en dólares, viene un gobierno que tomará créditos con la presunta transversalidad que puede presumirse en los hipotéticos convocados, mientras señala con el dedo a otros repudiados por las mayorías: por caso, se insiste, los jueces. De hecho, la propia ex presidenta apeló mucho a esto en su primer mandato: ni la ley de medios, ni la AUH ni el matrimonio igualitario fueron ideas originales de ella. Y, en realidad, es en buena medida la historia del peronismo: no tanto grandes creaciones (“¡Alfredo Palacios lo dijo primero!”) sino capacidad de darles volumen político para concretarlas en la realidad. Es, por supuesto, una incógnita si esto tendrá éxito o no: la pregunta es si existen muchas alternativas.