El populismo en un término clave en la política argentina. Entendido como el nombre que condensa el rechazo manifiesto hacia una forma particular del ejercicio de la política y la organización del Estado, se lo invoca para denostar gobiernos y organizar los ejes del debate político nacional. Así, sistemáticamente la etiqueta del populismo ha sido utilizada para identificar al peronismo y al kirchnerismo con la demagogia presidencial y el avasallamiento de las instituciones del Estado.

Desde el momento de su asunción, Alberto Fernández intentó correrse de cualquier asimilación de su gobierno con dicha acepción peyorativa del populismo. Así, los llamados al consenso y la deliberación, la decisión explícita de llevar al mínimo los niveles de confrontación política, el protagonismo que otorgó a los gobernadores y la importancia que imprimió a los poderes legislativo y judicial en el proceso de elaboración e implementación de políticas públicas, forman parte de un giro gubernamental que le provoca muchas dificultades a la oposición para catalogar al actual presidente como un líder populista. Y esto, aún cuando el mismo Fernández se ubica dentro del peronismo y en continuidad con el kirchnerismo. Entonces, ¿podemos afirmar que el candidato de Cristina pudo sortear los dilemas y estigmatizaciones que provoca el populismo?

Para avanzar sobre esta pregunta, vayamos a las voces que reivindican la defensa del populismo y que lo conceptualizan como un proceso de ampliación de ciudadanía que trae consigo la incorporación de personas hasta entonces excluidas del acceso a determinados derechos y libertades, junto con la creación de un imaginario político en el que las transformaciones sociales adquieren sentido -justicia social durante el primer peronismo, inclusión e igualdad en los años kirchneristas-. Todo ello, en el marco del establecimiento de vínculos entre los líderes estatales y sus seguidores sostenidos en lazos de identificación política y afectiva que perduran en el tiempo.

En relación a ello, no resulta difícil argumentar que estos aspectos del populismo aparecen débilmente articulados -cuando no, ausentes- en la gestión de Alberto Fernández. La identificación política y afectiva que militantes entablan con el gobierno y la figura presidencial parece sostenerse más en la memoria de las transformaciones sociales promovidas por el kirchnerismo y el peronismo histórico que en la forma que toma hoy la política, el Estado y la conducción del Ejecutivo. Del mismo modo, medidas que provocaron amplio entusiasmo y apoyo popular -como la reestructuración de la deuda externa, la defensa del Estado cuidador en situación de pandemia y la estatización de la Hidrovía Paraná Paraguay- tomaron mayormente la forma de respuestas gubernamentales orientadas a resolver problemas específicos mediante el juego de los procedimientos democráticos, antes que la forma de decisiones políticas que adquieren relación en un horizonte más amplio de politización y transformación social. Cuestión que no tardó en diluir el entusiasmo militante y de aumentar las dudas respecto de los límites de la propuesta política albertista.

Con lo cual, si abandonamos las acepciones peyorativas del populismo y miramos hacia adentro del propio espacio del Frente de Todos, y también, hacia una variedad de movilizaciones populares que reconocen en la ampliación de ciudadanía el camino a seguir, el giro que realiza Alberto Fernández para evadir su asimilación con la demagogia y el atropello institucional empieza a convertirse en su posible -y certero- talón de Aquiles. En definitiva, los mayores dilemas y desafíos para el oficialismo no provienen actualmente de las voces contrarias al populismo, sino más bien, de una variedad de reclamos que, reconociéndose en tradiciones políticas de fuerte arraigo nacional y popular, esperan la vuelta de un Estado promotor de nuevos derechos, impulsor de nuevos modos de organización social y creador de esas nuevas políticas que aún parte de la sociedad no ha imaginado demandar.

*Politóloga. Investigadora del Conicet radicada en el Centro de Conocimiento, Formación e Investigación en Estudios Sociales (CConFInES-CONICET) y docente de la Lic. en Ciencia Política de la Universidad Nacional de Villa María. Miembro del Grupo de Estudios sobre Peronismo y Subjetividad Política.