Que las únicas causas que comprometen al entramado mediático-judicial y de inteligencia que viabilizó al macrismo avancen por fuera de Comodoro Py sólo ratifican lo obvio: que los juzgados federales de Capital Federal eran una pata fundamental de esa confabulación mafiosa.

Que CFK haya sido, en 2014, la primera presidenta desde 1983 que quebró el statu quo en la materia que todos sus antecesores habían respetado explica la furia de la persecución que sufrió desde que dejó la primera magistratura. Es común que quienes pasen por el sillón de Rivadavia caigan en desgracia una vez que vuelven al llano: nadie fue tan vituperado, ni con tanta intensidad como la actual vicepresidenta de la Nación. Se la tenían jurada desde 2013, cuando con el ya tristemente célebre Memorándum de Entendimiento con Irán se atrevió a discutir, como nadie antes ni después, la versión oficial del caso AMIA, sobre la que giran las relaciones diplomáticas entre medios, tribunales y servicios de EEUU, Israel y Argentina, con auspicio de sus respectivas embajadas, en una trama de impunidad al servicio de un relato geopolítico. Demasiados gigantes había despertado Cristina con su osadía: no se lo perdonaron, ni se lo perdonarán.

La desarticulación de esa red es clave para construir una democracia sana. La decisión del cambiemismo residual del Senado de retirarse de la sesión de anteayer en rechazo a la iniciativa oficial de quitarle las escuchas judiciales a la Corte Suprema, que sólo las tuvo durante los cuatro años del gobierno anterior, y que fueron una pieza clave del law fare criollo, hace pensar que tienen remordimientos a propósito de los expedientes que empiezan a moverse.

Ese temor ha llevado al radicalismo al extremo de soltarle la mano a un hombre propio, Mario Cimadevilla, titular de la Unidad de investigación AMIA de Presidencia entre 2015 y 2018, y que, como Cristina Fernández (y pese a ser más antiperonista que muchos de sus correligionarios), impugna el relato que hasta hoy se tiene como verdad sobre la voladura.

Recapitulemos: la salida de Cristina de aquel consenso le valió una guerra y fue crucial en la llegada de Mauricio Macri al poder, quien al entrar en Olivos recompuso el orden previo, que por ello se comprometió con el ex alcalde porteño como con ninguno de sus predecesores. Todos los gobiernos deben explicaciones por el incendio que hay hoy en los servicios de inteligencia, sí: pero ninguno como el cambiemita llegó al punto de complicarse la distinción entre operaciones de espionaje ilegal y gestión. De ahí que los seguimientos hayan alcanzado incluso a otros dirigentes de PRO pero ajenos al núcleo íntimo del presidente CEO. Ejemplo de su concepción patronal aplicada a la política. Nadie, excepto él, podía desarrollar ambiciones. Y al ser el resto empleados, tenía derecho a controlarlos, que no se mandaran ninguna: así tratan a sus mucamas, también.

Cuando durante el primer bienio amarillo muchos se ilusionaban con un acuerdo multipartidario, algunos se ocuparon de advertir que eso no llegaría jamás. El apoyo a las leyes de ajuste, siendo que no disponían de mayorías legislativas, vendría a punta de carpetazos, no de Moncloas.

Y aquí volvemos sobre la posibilidad de edificar una competencia democrática normal. La presencia de Horacio Rodríguez Larreta entre los espiados y la de su procurador porteño Juan Bautista Mahiques entre los apretadores colocan al jefe de gobierno ante una disyuntiva: el presidente Alberto Fernández se entiende con él con la expectativa de que eso desarme al sector irracional, bolsonarista de la oposición, más complicado en las denuncias en comentario.

Tiene la oportunidad de repudiar todo aquello y lanzarse a una empresa desinfectada de tanta demencia: está por verse si dará ese salto o preferirá persistir como cara amable de la mugre.