Cuando comenzó el rally de elecciones provinciales, se suponía, en base a mala información, que los distintos ensayos de unidad peronista harían mejor papel en la Patagonia, y que así se compensarían expectativas menos auspiciosas en la región centro, donde en teoría Cambiemos tendría más potencia. Resultó ser, sin embargo, que en el sur vencieron los provincialismos, y que el justicialismo, sin hacer malos papeles (repitiendo guarismos de 2015 sin cajas, ni nacional ni locales), se frustró por haber agitado allí triunfalismos infundados. Las sorpresas han venido, en cambio, de Entre Ríos y Santa Fe, con resultados que superan los deseos de los más optimistas. Coaliciones que se extienden hasta a quienes se identifican en dichos territorios con Sergio Massa, que ponen en juego discursos que embisten de frente con los que levanta el oficialismo y cuyos líderes no consideran necesario ocultar sus entendimientos con CFK.

¿Y Cambiemos? Invariablemente tercero, salvo allí donde sólo compiten sólo dos, y pasando mayormente papelones por sus bajísimos porcentajes y/o por las formas payasescas en que estos se suceden: candidatos distritales que reniegan del padrinazgo de Balcarce 50, que a su vez responde llamando a votar por ajenos con el objetivo módico de evitar triunfos peronistas, vedetismos internos pésimamente tramitados y hasta descartes del sello Cambiemos. Repetir el truco en Santa Fe se le hará cuesta arriba al cambiemismo, puesto que quemaron naves en la campaña rumbo a las primarias provinciales, caracterizando al voto socialista como un guiño al narcotráfico. El tacticismo tiene un límite, sobre todo cuando se acotan al microclima de la rosca mientras cada lunes las listas de precios de los alimentos se renuevan con aumentos de dos cifras.

Como es lógico, comienzan en Santa Fe especulaciones sobre posibles corrimientos del sufragio de María Eugenia Bielsa, la derrotada del justicialismo; y del radical amarillo José Corral. Pero esos razonamientos pecan de excesivamente matemáticos. La política es otra cosa. Ya está en marcha una nueva campaña, y allí, lógicamente, juegan en la cabeza del votante las sensaciones y expectativas que produjo la primaria. Y lo cierto es que van a pesar mucho el desgaste de doce años de socialismo, los roces entre el oficialismo provincial y Cambiemos y la chapa de futuro que acaba de construir el peronismo, y que, en realidad, Omar Perotti viene elaborando desde que en 2015 casi logra la proeza de un triple empate que absolutamente nadie tenía en el radar.

Si la distancia del peronismo y el socialismo hubiese sido menor, y la de Antonio Bonfatti sobre Perotti lo opuesto, otro sería el cantar. Malas noticias, pues, también para las terceras vías.

Luego de Entre Ríos, se dijo en esta columna que el gobierno nacional debía empezar a preocuparse en serio, porque dichas cifras ya irían siendo más representativas, siendo que se trata de padrones más robustos y cercanos a la zona de fuego. De allí en más, la crisis que cumplió un año la semana pasada no ha hecho más que acelerarse: Olivos tuvo que quemar sus banderas en un control de precios, y en dos semanas se requirieron permisos del FMI para modificar el esquema monetario y el de uso de los fondos prestados originalmente para evitar default.

Y algo más importante, sobre lo que se insiste: de repente, casi sin que nos diésemos cuenta, fueron reduciéndose las porciones sociales frente a las cuales Cristina Fernández de Kirchner aparecía como un cuco a evitar. Entre el desgaste de Macri a partir del colapso de su gestión, cierta metamorfosis en cuanto a su despliegue público y mejores relaciones con la dirigencia tradicional del PJ (reconociéndose en rol secundario en los territorios, ¿a cambio de reciprocidad de cara al comicio presidencial?), el techo de ella se elevó al tiempo que de su antagonista máximo hacía lo contrario. La generosidad de reconocer como propios éxitos de figuras que no son de su riñón fue envolviéndola de una atmósfera más amable, a la vez que flagelante para la CEOcracia. Marcos Peña sigue tirando con la grieta y se encuentra con respuestas para las que no está preparado. Hasta Massa se resignó a que la existencia de la jefa de Unidad Ciudadana no puede seguir eludiéndose.

El aval del FMI a la cesación de pagos argentina es una idea mucho más inteligente que el Lawfare para contraatacar. Se trata de obligarla a un ajuste que siempre evitó, y que le significó conservar un piso de adhesiones envidiable. Que no se conmueve con expedientes judiciales.