Es comprensible cierta tristeza. En efecto, la libertad política del universo nacional y popular está restringida por la capacidad fáctica del establishment para obstruirla. Por algo son statu quo. Ventajas que otorgan la plata y los fierros. Por lo mismo, no les es dramático perder una elección: tienen, es obvio, con qué bancar el llano. A los demás sólo les queda el refugio del Estado.

La pregunta, frente a eso, es si lo único que resta es lamentarse, o si se puede intentar revertirlo. Con política. Desde que comenzó el declive del kirchnerismo se apostó a que la denuncia de lo trágico que supondría un cambio, sobre lo que no hay dudas (más ahora que se probó), esperando que, en algún momento, sobrevendría la ruptura de la hipnosis mediática diagnosticada. Si bien el desastre en curso lo está logrando, se insiste, el partido no se termina en las urnas.

De hecho, los resortes ya se habían activado ante la probabilidad cada vez más robusta de derrota de Mauricio Macri. ¿Qué cosa, si no un cepo a los márgenes del próximo gobierno, es el programa del FMI? Es fácil repetir que hacía falta un armado más amplio para repeler semejante encadenamiento, pero se precisaba el gesto que lo posibilitara. Este corrimiento lo hizo posible.

La senadora trituró, ahora sí definitivamente, la inercia que se traía desde 2008 sin canalización electoral, y a partir de 2013 con ella. El juego ya es otro: aunque lo que por ahora sigue siendo Cambiemos imagine una respuesta, ya van un paso atrás.

La gran política nace de definiciones que escapan a lo esperable, a lo lineal, a lo lógico para el entendimiento de quienes no ejercen responsabilidades como la de Cristina.

Néstor Kirchner hizo escuela en ello. Eligió a su esposa para sucederlo y procuró rodearla de una construcción más plural vía la Concertación con la UCR, que derivó en la postulación vicepresidencial de Julio Cobos. Ninguna de las dos cosas era necesaria para vencer, y hasta quizá el resultado habría sido más contundente con el pingüino a la cabeza y una fórmula totalmente peronista. Sabía Kirchner que se vendrían contradicciones diferentes y menos amistosas que las de los cuatro años de su ciclo, que demandarían una arquitectura más amplia para afrontarlo. No salió, pero peor habría sido quedarse quieto de cara a nuevas dificultades.

También habría sido más seguro, en la sesión del Senado por la 125, retirar del recinto a alguien que votaba a favor del gobierno nacional, para no regalarle oportunidad de estrellato a Cobos. Buscaba una licuación absoluta para reimpulsarse. Ésta sí anduvo bien: allí nació el 54%.

Entonces: ¿justo ahora que parecía que finalmente se recomponía su imagen e intención de voto y quedaba al borde de la victoria la ex presidenta elige ceder protagonismo? Y, sí. Ésa es la idea.

No hay rendición aquí. CFK convocó a los suyos a la adultez, como se desprende de la nota que escribió Mariana Moyano sobre la novedad. A repensar la lucha por otras vías y con un F5 metódico. La Cámpora acaba de sumar su segunda capital de provincia (ya tenía la fueguina Ushuaia, ahora capturó la pampeana Santa Rosa), y desde diciembre probablemente gobierne, vía Axel Kicillof y Mayra Mendoza, el más grande de los territorios (Buenos Aires) y una intendencia de 700 mil personas (Quilmes). Se trata de avanzar posiciones sin resignar estrategia.

Profundamente peronista, Cristina Fernández decidió guiada por un precepto del general: nadie esperaba sangre de una profundización de la grieta, pero siempre conviene más apostar al tiempo.