Ante la incertidumbre económica, la fe. El deterioro de las instituciones políticas, fruto del ascenso de formas sociales que oscilan entre el individualismo frustrante y el caos colectivo, tienden a reforzar los vínculos con la religión, sobre todo, en los sectores populares. Sin embargo, la manera en que se enhebran pulsiones, motivos y creencias no suelen ser tan lineales ni homogéneas.

Para el ex sacerdote salesiano, filósofo y teólogo Rubén Dri, “en los momentos de crisis, los sectores populares son los que más se vuelcan a la simbología religiosa”. “El último refugio que tienen es la religión”, dice, y menciona como ejemplo la figura de San Cayetano pero también “al Gauchito Gil y una cantidad de símbolos que pueden salvar en momentos de apuro”.

En ese sentido, enarbola de antemano una objeción a cualquier impugnación política desde las izquierdas o el laicismo. “No hay que pensarlo como alienación en el sentido del marxismo ortodoxo sino como una manera de sobrevivir: si le quitás al sujeto toda esperanza de sobrevivir, lo dejás morir”, argumenta. A su criterio, “un militante que esté interesado en que la sociedad se pueda recuperar no puede decirle al otro que no confíe en el santo pero tampoco puede dejar que esa confianza lo adormezca”.

Consultado por Diagonales para este artículo, el ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales y titular del seminario Sociedad y Religión de la carrera de Sociología de la UBA, Fortunato Mallimaci, asegura que “América latina sigue siendo una sociedad cristiana, donde predominan Jesús y la lectura de los evangelios y donde el culto mariano es una de las principales devociones que existen”. “Después –enumera- la imaginería cristiana: con santos y demonios”.

Asimismo, repara en lo que llama “las distintas intersecciones”. Y evoca los discursos del presidente Néstor Kirchner. “Decía que estábamos en el infierno y que íbamos a llegar al purgatorio porque resultaba algo fácil de comprender por todos”, ilustra, y al mismo tiempo desliza con picardía: “nunca prometió el cielo”.

Con zapatillas gastadas en su derrotero territorial para sus investigaciones, el doctor en Antropología Pablo Semán insufla ciertos matices a la pregunta que le hace este portal sobre la posibilidad de tejer una analogía entre la crítica de Rodolfo Walsh a los Montoneros, cuando reprocha la conversión de la organización en una patrulla perdida y advierte que el pueblo se refugia en terreno conocido. “En parte, pasa eso pero no quiero decir que los sectores populares son cristianos y luchan por la tierra porque hay un montón de cosas, como educación, penetración de los medios de comunicación y ciertos elementos de la autonomización femenina que permean”, sostiene, y grafica: “que la posición a favor del aborto no sea mayoritaria no quiere decir que eso esté alineado perfectamente con las clases sociales”.

Al respecto, el autor de libros como “Entre santos, cumbias y piquetes” indica que “el cristianismo, tanto el evangélico como el católico, son dos frentes de certidumbre y redes de apoyo importante para sobrevivir la crisis”. “Pero eso no implica una vuelta al cristianismo como Walsh pensaba que, tras el fracaso de la interpelación montonera, la gente se replegaba sobre el sindicato”, aclara.

Catolicismo, evangelismo y sentido común

El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil con el apoyo de los pentecostales y la movilización de los evangelistas en Buenos Aires con su pañuelo celeste en contra del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo desataron un debate condenatorio de antemano. Y para peor, habilitaron la manifestación de cierta sorpresa como si el evangelismo hubiese emergido de repente en estas latitudes.

Mallimaci narra que “mucho evangélico vino a la Argentina desde Chile, cuando fue el golpe de Pinochet”, y recalca que “no hay que olvidar que pertenecían a la Unidad Popular y al Partido Socialista”. “En Argentina esa experiencia estaba pero muchas veces siguiendo a pastores que venían de Estados Unidos y, desde ese entonces, empezó a tomar otro cariz, con pastores locales y con presencia entre los sectores populares del conurbano”, repone.

Por otro lado, el prestigioso profesor reconoce que “en plena dictadura, era también una forma de participar, resistir y expresarse mientras que esos pastores, en la década del 80’, dieron lugar al crecimiento a nivel local, reproduciendo lo que hacía el catolicismo popular pero con características propias”. “Ante la fuerte retirada del Estado, el acercamiento a ese mundo evangélico en el barrio era una manera de participar y muchos pastores lo hacían desde la “no política” o la distancia de lo social pero para refugiarse”, fundamenta.

De hecho, recuerda que en tiempos de apogeo verde oliva se apeló al “fichero de culto” y aquellos que no estuvieran registrados eran pasibles de que les cayera la Policía y los detuviera ante denuncias por ruidos molestos. Por entonces, los evangelistas se reunían en casas o garajes de barriadas populares.

Enfocado sobre el caso brasileño, Semán subraya además que Luiz Inácio Lula Da Silva primero y Dilma Rousseff después llevaron a los evangelistas en su alianza, objetando la crítica al fundamentalismo religioso o su utilización como un recurso de la derecha. Y al centrarse en el caso local, esboza que “en el contexto de la ofensiva de género, se produjo un cambio en las relaciones de fuerza simbólicas en el terreno religioso y las creencias asociadas a cuestiones de género”. En su opinión, “esa ofensiva generó una conciencia cristiana contra el aborto y esa conciencia cristiana se expresó mejor a través del mundo evangélico porque los católicos no pueden hablar de moral”.

En paralelo, Mallimaci cita la Primera Encuesta sobre Creencias y Actitudes Religiosas, realizada en el marco del Conicet en 2008: el mundo evangélico es el 10 por ciento de la población total y de cada 10, 8 son pentecostales; la Patagonia tiene 3 veces más evangélicos que el resto del país; en el NOA tienen una presencia mayoritaria y una muy importante en núcleos urbanos como Córdoba, Rosario y Buenos Aires. “La enorme diferencia con el espacio católico es que son el 10 por ciento y están movilizados al 50 por ciento, cuando los católicos representan alrededor del 70 por ciento pero sólo una porción minoritaria participa y se moviliza”, sopesa.

Bajo esa perspectiva, contesta por la afirmativa a la pregunta de este sitio sobre el catolicismo como sentido común de los argentinos. “Hasta la dictadura, seguía reafirmándose como identidad nacional: la virgen María y la Nación era la misma cosa”, precisa.

Fervores de experiencia religiosa

Militante revolucionario toda su vida, Dri admite que “en la medida en que el catolicismo no responda, el evangelismo crece”. “La religión debe funcionar no sólo como refugio sino también como acicate para moverse porque el santo va a ayudar pero hay que poner lo suyo”, asevera.

Sin dejar de ponderar la labor y el compromiso de los curas villeros, habilita también una reflexión sobre los liderazgos como la asunción de responsabilidades sin anteponer el apetito personal o la vanidad. “Los líderes tienen una gran pasión y, a medida que actúan, asumen el liderazgo con conciencia”, según su punto de vista. “Jesús –resalta- fue un campesino que asistió a la experiencia de Juan el Bautista, que encabezaba un movimiento para entrar a la tierra de lo que era Palestina y llevar la lucha contra el imperio Romano pero Jesús se dio cuenta que así no funcionaba, sino que debía insertarse plenamente en el pueblo, formó el proyecto del Reino de Dios y eso colisionó con el sacerdocio y el imperio”.

Semán, por su parte, postula que “en la organización de las creencias religiosas de los sectores populares no importa tanto el modo de la creencia, si se es católico o evangélico, porque eso es una forma de definirlo desde las instituciones”. “La forma de elaborar los universos de creencia tiene más que ver con otras cosas que con las prescripciones sacerdotales oficiales”, expresa, y menta cuatro grandes modos: la creencia en el milagro o los agentes que pueden ofrecer o mediar milagros; la solidaridad –que le vienen desde experiencias políticas como el peronismo aunque no sólo de ahí-; la cultura juvenil como contraversión del rock y gestos contraculturales moldeada en espejo con eso; y cierto individualismo contemporáneo, psicología y cuidado de sí mismo o sacralidad de la autonomía del sujeto.  

En ese contexto, Mallimaci recupera que ya en la Convención Constituyente de 1994 aparecen dos partidos evangelistas, que tienen votos pero no fiscales, y logran colar un diputado. Y trae a colación que, con el frepasismo en auge, el ex vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez dio una serie de conferencias en iglesias evangélicas. Por eso, a su leal saber y entender, la lógica que ya en sus albores le imprimió el kirchnerismo al tedeum, sacándolo de la Catedral y convocando a otros cultos, dotaba de mayor legitimidad política y social la iniciativa, cuya potestad –enfatiza- es facultad del Jefe de Estado.

Finalmente, Semán pone sobre el tapete el saldo parcial del “avance de la agenda de género y la discusión sobre el aborto”. Más allá de que él mismo se manifiesta de acuerdo política y programáticamente con esas demandas, sostiene “científicamente” que no es una agenda compartida por la mayor parte de la población. “El debate que se dio hizo aumentar el porcentaje que está en contra: esclareció, movilizó a mucha gente y creó mucha conciencia feminista pero, como en tantas otras batallas de la Argentina, dividió al medio y el campo progresista se quedó con la mitad más chica”, afirma.

Desde ese andarivel, reclama que “los autores de las estrategias de quedarse con la mitad más chica alguna vez rindan cuentas políticamente de por qué hacen las cosas que hacen”, al tiempo que concede que “lo que dijo Cristina (Kirchner) sobre pañuelos verdes y celestes es porque ella es menos suicida que el progresismo, y eso que lo es pero se dio cuenta que en buena parte de la sociedad no hay un pañueloverdismo”. “La Argentina no es Almagro”, consigna.

En última instancia, manifiesta su “asombro” ante el hecho de que tantos dirigentes “se hayan sumado alegremente a los motivos feministas sin pensar en otra cosa”. “Mucha gente creyó que el feminismo era el relevo del kirchnerismo, que es uno de los razonamientos políticos más desproporcionados que vi en mi vida”, problematiza.

Por eso, Dri llama a la militancia a “parar bien las antenas”. “La crisis de las instituciones, políticas o religiosas, no es una crisis de las creencias o la fe”, concluye.