Pese a lo histriónico de sus rugidos, el león estaba acorralado. La manada hambrienta sólo recibía improperios y castigos de su parte, y comenzaba a gestarse una suerte de rebelión. El león insistió en su prepotencia ante la manda reunida, pero prometió que la comida llegará pronto, siempre y cuando sigan sus mandatos, y festejó la reafirmación de su liderazgo. La manada, que escuchaba entre el escepticismo y la cautela, siguió pensando en lo único que es real: la falta de comida.

Finalmente, este viernes pasó el tan discutido discurso presidencial para la apertura del 142° período de sesiones ordinarias del Congreso. Sin ninguna bomba económica como se especulaba en la previa, Javier Milei eligió el terreno de la política para desplegar una nueva jugada disruptiva que lo renovó en el centro de la escena. Sin embargo, sus problemas siguen siendo los mismos y, por ahora, no muestran atisbos de solución. La movida de anoche apenas aportará algo de aire a un Presidente que se había puesto solo entre la espada y la pared en su pelea con las provincias, y el aire se agotará rápido si no llegan los resultados materiales. 

Jugó bien Milei. Tras semanas de puros ataques a todo tipo de sectores de la sociedad, desde gobernadores hasta artistas de los más populares del país, las críticas que le apuntaban a su facilidad para ganarse enemigos y su inflexibilidad como gobernante florecían incluso entre sus aduladores de los medios de comunicación adictos. Abandonar el modo campaña e iniciar el modo gobierno era el reclamo generalizado al que se subía el propio establishment económico.

Milei respondió a esa demanda sin grandes anuncios concretos y, a la vez, sin despegarse de su perfil rupturista con la política. La habilidad del Presidente pasó por un mensaje en el que fustigó a la política desde críticas y medidas cortadas con la tijera del sentido común de la sociedad, para luego convocar al diálogo político como se espera y se necesita por parte de un gobernante. Milei le dijo a todos los que lo escuchan lo que querían escuchar. Le habló a su núcleo duro del 30% con la misma virulencia de la campaña, y alimentó al otro 25% que lo convirtió en presidente con un anuncio abstracto y capcioso pero cuyo título responde a una demanda histórica de la sociedad. Un pacto nacional propuesto por el Presidente que vino a romper todo.

Las referencias a la herencia fueron más cuantiosas y duras que en su discurso inaugural del 10 de diciembre. Con nuevos reacomodos de los números que sólo su cabeza entiende, la inflación de la que dice haber salvado al país ya no fue del 15.000% sino del 17.000%. La emisión monetaria, el “despilfarro” del “dinero ajeno” por parte de la política, y los privilegios de quienes construyeron un “apartheid” con la sociedad de a pie sirvieron un menú tan gastado como efectivo.

Milei agregó esta vez algo que evitó el día de su asunción. Le puso nombres propios a la “casta”, quirúrgicamente elegidos para revitalizar el rechazo al gobierno anterior que lo ungió presidente. CFK, Sergio Massa, Juan Grabois, Pablo Moyano y Roberto Baradel pasaron por la guillotina de su diatriba anti política. Algunos leerán este recurso como una profundización de la posición antiperonista de Milei y un guiño para acercarse al resto del arco político. Otros verán cierta desesperación tras la falta de resultados económicos en el hecho de jugar esa carta que el Presidente aún no había necesitado tirar con esa virulencia sobre la mesa.

En materia de propuestas concretas, nada demasiado nuevo ni demasiado significativo si se lo piensa desde los números de la economía. Sin embargo, todos los recortes anunciados a la política, más pesado en lo simbólico que en lo económico, son música para los oídos de una sociedad que votó mayoritariamente en contra del sistema. Efectismo puro sintetizado en el nombre que Milei eligió para el conjunto de proyectos que enviará al Congreso: paquete “anti casta”.

Hasta ahí, lo conocido. Pero el Presidente había prometido “una sorpresa” y la jugó con habilidad. No fue un anuncio de dolarización, o el paso previo de libre competencia de monedas como se había especulado. No fue una nueva devaluación o una fecha concreta para el levantamiento del cepo. No pasó por el terreno económico, sino por el político. En ambos el Gobierno venía mostrando un enorme déficit de cara a la sociedad. Sin nada que decir en torno a cómo o cuándo mejorará la economía, Milei aceptó el asesoramiento de Santiago Caputo para tirar la pelota a la cancha de los gobernadores y la oposición e instalar un nuevo eje de discusión.

El llamado al Pacto de Mayo fue contradictorio con la imagen de inflexibilidad y dureza que Milei venía construyendo. Sin embargo, esconde tras la fachada dialoguista la misma esencia de “a todo o nada” que caracteriza al Presidente desde sus tiempos de panelista televisivo. La convocatoria no fue a discutir un acuerdo nacional, sino a firmar 10 puntos previamente redactados por él mismo, que resumen buena parte del espíritu de su pensamiento económico y político. 

En su nueva fase “acuerdista”, el Presidente ofreció también un pacto fiscal a las provincias, si y sólo si a cambio de ello los gobernadores vehiculizan la aprobación de su caída “ley bases”. Palo y zanahoria que desde el peronismo ya salieron a calificar de “extorsión”, y frente al cual otros actores menos confrontativos y muy relevantes, como Maximiliano Pullaro o Martín Llaryora, eligieron dejar las puertas abiertas pero no sin soltar advertencias. La frase del gobernador cordobés resume esa postura: “para mayo falta mucho”. La comida y los recursos para las provincias faltan hoy.

Sin embargo, Milei salió airoso de su nuevo round con el sistema político. Sin relegar su ADN confrontativo, sin dejar de llamarlos “degenerados fiscales” y responsabilizarlos, junto a intendentes y legisladores por el estado de decadencia que describió en la primera parte de su discurso, el Presidente logró que buena parte de los gobernadores recibieran de brazos exageradamente abiertos su llamado al diálogo y que se aflojara así una tensión que escalaba hacia lo insostenible. El mejor ejemplo es el de “nachito” Torres, que dejó pasar rápidamente los inaceptables ataques que recibió de Milei y celebró la convocatoria a Córdoba, incluso retrucando con una invitación al Presidente a una reunión con los gobernadores patagónicos la semana que viene en Puerto Madryn.

Milei pateó la pelota a la cancha de los gobernadores. Son ellos quienes tendrán que salir a explicar que un pacto no puede firmarse a libro cerrado, sin discusión previa; explicar que los 10 puntos reflejan totalmente el modelo de Milei y que eso más que un acuerdo es una imposición; llenar, en todo caso, de un contenido diferente esos 10 puntos o incluso discutir aquellos que son imposibles de pactar y por qué. Gran acierto de Milei, porque en política el que tiene que explicar está perdiendo. Y con su movida de ayer el Presidente puso a los gobernadores en la necesidad de explicar por qué acompañarán su iniciativa o por qué no lo harán.

Mientras tanto, Milei complementó su personaje anti política y anti casta, que le alcanzó para llegar a la presidencia en un país agotado de la política endogámica e ineficiente, con una nueva faceta que los aduladores ya se apuran en calificar de “estadista”. Allí estuvo el verdadero núcleo de su mensaje, centrado en los pasajes en los que afirmó que no le importa la disputa del poder por el poder en sí, y que está dispuesto a caer en el “ostracismo” si es el precio a pagar porque la refundación nacional que persigue no supera la resistencia de “la casta”.

La convocatoria al Pacto de Mayo, siempre bajo sus términos y sus condiciones, fue la frutilla de ese postre. El Milei duro, intransigente e implacable con la política que trajo el país hasta acá, intentó mostrar que puede también jugar su juego, calzarse el traje de político y “negociar” los acuerdos necesarios para que “cuando nuestros nietos miren hacia atrás, en 30 años cuando el país sea una potencia mundial, sepan que ahí fue donde todo empezó a cambiar”. 

El inteligente movimiento de pinzas del Presidente, de mostrarse a la vez como el outsider antipolítica que es y el presidente político que el país necesita que sea, choca de frente sin embargo con el granítico paredón de la realidad económica. Los festejos, que se multiplicarán en las próximas semanas frente a su llamado a un pacto nacional, caerán rápidamente en saco roto si sus medidas económicas siguen castigando al 90% de la población. El relato acuerdista no se sostendrá si sigue quitándole recursos a las provincias, recortando sueldos a docentes, aumentando el transporte público, frenando el envío de comida a los comedores populares y mostrándose incapaz para frenar el aumento de los alimentos, los medicamentos y prácticamente todos los precios de la economía. 

El Gobierno festejará un 15% de inflación en febrero, quizás un 10% en algún mes del primer semestre. Intentará mostrarlo como un éxito de su programa económico, que aún no se entiende a dónde conduce. La realidad en la calle es otra, y los bolsillos que sufrían y castigaron electoralmente inflaciones mensuales de la mitad de esos niveles en el gobierno anterior no tienen demasiadas posibilidades para ejercer la paciencia y la confianza que el Presidente les pidió anoche, una vez más. El león rugió ayer con habilidad y se ganó algo de crédito. Pero la manada sigue y seguirá hambrienta, y los rugidos no se comen.