Fueron 200 largos días desde el inicio de la cuarentena por pandemia de COVID19, puntapié de un escenario de unidad nacional que Alberto Fernández utilizó para conducir un país exhausto por años de “grieta”. Luego de un considerable lapso de tiempo donde el Presidente apostó a ser diplomático hacia un lado y otro de la pugna política en nombre de “ganarle al virus entre todos”, el oficialismo llegó a un punto donde los intereses ya se vuelven irreconciliables con sus adversarios. Desde Vicentin al “supercepo” al dólar, pasando por protestas y el desgaste del ASPO, Fernández se ve ahora en la tarea de dejar las ambigüedades de lado y salir a marcar el verdadero perfil de su gestión.

La postal de Horacio Rodríguez Larreta indignado por la quita a CABA de un punto de coparticipación, sumado al repentino paquete de restricciones al dólar, se suman a un clima de agotamiento del ASPO donde el propio jefe de Estado reconoció que ya “no se puede hablar de cuarentena”. El intento por conformar a propios y ajenos en pos de mantener la “casa en orden” encuentra su fin en un momento del país que reclama definiciones claras en términos políticos, sociales y económicos. Resta repasar en qué momento fue que la “unidad” albertista empezó a mostrar sus primeras fisuras.

Sin duda, el conflicto por Vicentin puede ubicarse como el primer punto de desencuentro entre el oficialismo y la oposición. El proyecto de expropiación de la firma cerealera revivió, por primera vez desde la llegada de Fernández a Casa Rosada, el fantasma de “la influencia de CFK”  y el sesgo “chavista” del Frente de Todos, elemento que obligó a Fernández a hacer equilibrismo entre los señalamientos de la oposición y la lealtad al núcleo cristinista de votantes que contribuyeron al triunfo en 2019. Ni “amigo de Magnetto”, ni “albertítere” de Cristina. Fernández supo avanzar sobre la discusión, pero el precedente quedó: la oposición encontró un lugar desde donde disparar.

Se terminó el “período de gracia” y Fernández apuesta a endurecer su proyecto de gestión

A partir de allí, al mismo tiempo que avanzaba la cuarentena, la radicalización del ala dura de Juntos por el Cambio –ahora sin responsabilidad de gestión- comenzó a encontrar nuevas trincheras desde donde correr al jefe de Estado. La polémica por la supuesta “liberación masiva de presos” fue un elemento que los sectores del macrismo residual sin supieron fogonear –con la ayuda de sectores del periodismo afín- y acaparar a un núcleo de la sociedad hasta ese entonces disperso y marginal, pero que empezaba a enviar sus señales de desencanto con el oficialismo. Como huella de esto, todavía pueden rastrearse en Internet los registros de las primeras y precarias “marchas anticuarentena” de mitad de año.

Tras un fluctuante período de tregua –con Larreta como actor fundamental para la alianza entre oficialismo y oposición-, el conflicto con la Policía Bonaerense cruzó un límite, con una quinta de Olivos acaso sitiada por efectivos armados reclamando un aumento salarial. Allí, Fernández no solo tomó la decisión de nacionalizar un problema provincial, sino que apeló a una solución aún más conflictiva que el problema: la mentada quita de coparticipación a CABA. Ahora, con un Larreta que intenta judicializar en instancias internacionales la medida, la paz entre el Frente de Todos y JxC pende de un hilo en la recta final del año.

En ese transcurso, el propio Fernández se vio en la tarea de comenzar a dejar de lado su perfil bajo de dialoguismo y consenso –carta fuerte desde su llegada a la Presidencia- y comenzó a endurecer su posición, acorralado tanto por el avance del macrismo como por las presiones del propio bando, necesitado de conducción y liderazgo para sostener el proyecto. Lejos del Presidente de la “moderación” que se edificó en marzo, hoy aparece un Fernández que reafirma sus decisiones y se planta ante los detractores.

“Con mucho respeto por el macrismo, que esa es la oposición, porque ahora parece que nadie fue macrista, yo les diría que tengan un poco de prudencia después del desastre que dejaron. No solamente heredamos el desastre que nos dejaron sino que tenemos que seguir remando en el medio de la pandemia. Nos dejaron el barco lleno de agujeros, entraba agua por todos lados”, fueron las más recientes declaraciones de Fernández en referencia a sus adversarios políticos. El mandatario aprovechó la ocasión para meterse de lleno en la discusión por las recientes restricciones impuestas al dólar, la controversia más caliente que ahora está sobre la mesa.

Se terminó el “período de gracia” y Fernández apuesta a endurecer su proyecto de gestión

Ahora están desesperados con el dólar. Durante cuatro años tomaron deuda de un modo delirante y dejaron que esos dólares se fueran del sistema sin hacer nada, ¿qué pretenden que hagamos ahora? Siempre va a estar ese antiperonimo que cree que somos la causa de todos los males cuando los males los causan ellos. Nosotros somos un movimiento reparador de los daños que otros causan”, disparó el Presidente.

Tras un largo camino de lucha contra el COVID19 –que todavía se mantiene vigente, con el agravante de una sociedad civil agotada por el ASPO y descontenta por el efecto en el bolsillo-, Fernández se prepara para un porvenir donde habrá cada vez menos lugar para la moderación y exigirá mano de hierro. Primeras señales de lo que definirá el delicado escenario del cada vez más cercano 2021.