Semana Santa, año 2022. En la “twittósfera” política argentina, sobrevuelan análisis que equiparan los tiempos que estamos viviendo con la misma semana de 1987, aunque sin la velada amenaza militar. La oportuna y recomendable lectura del libro de Juan Carlos Torre (“Diario de una temporada en el quinto piso”) le aporta aún más color a estos análisis. Sin embargo, este período goza de una serie de características distintivas de aquél período. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional vino a blanquear una situación que prácticamente toda persona que se dedica al análisis político estaba esperando desde el inicio de la actual gestión en el gobierno nacional: en el oficialismo no todos los espacios son lo mismo, no todos piensan lo mismo, y no todos hacen lo mismo. A tal extremo que la amenaza de ruptura de la coalición gobernante es permanente. La amenaza del período pascual, en este 2022, es otra. Ahora bien, ¿dónde está parado cada actor en este contexto de inestabilidad?

En los últimos días, una serie fuerte de rumores se ha ido instalando en la opinión pública y en el círculo rojo. Desde rumores de cambios de gabinete y renuncias en puestos de gobierno y del poder legislativo, del más variado color interno dentro del Frente de Todos, hasta discursos contradictorios entre exponentes de la coalición (por ejemplo, Larroque instando al gobierno nacional a tomar una posición más confrontativa frente a “ciertos intereses”). Sin embargo, lo concreto y observable es que en el Frente de Todos se han consolidado cuatro grandes grupos (sin desmerecer las diferencias internas que puedan haber en cada uno de ellos), que tienen posiciones marcadas frente a la actualidad. Por un lado, tenemos al kirchnerismo duro, que manifestó sus diferencias tanto en la gestión económica como en las “formas” y los “debates” que lleva adelante la gestión presidencial. Por otro, a los movimientos sociales, que si bien en términos generales acompañan al gobierno, marcan límites respecto a la crisis socio-económica que enfrenta el país. En tercer lugar, al massismo, quien se ubica en el centro de los enfrentamientos entre facciones, proponiéndose a viva voz como alternativa de gobierno. Por último, al “albertismo”, y al peronismo de los gobernadores, que encabeza las negociaciones para sostener la gobernabilidad. Estos cuatro grupos, hoy por hoy, representan y manifiestan el débil equilibrio del Frente de Todos: mientras que para seguir gobernando, tienen que estar unidos, para seguir siendo viables, tienen que enfrentar cambios.

La oposición, frente a esta situación, mostró también sus tensiones internas: ¿se negocia o no con el oficialismo? En una primera instancia -el acuerdo con el FMI-, primó la responsabilidad, y se acompañó al gobierno, incluso en mayor medida que dentro del oficialismo. No obstante, las diferencias al interior de Juntos por el Cambio (ya reconocidas bajo el eufemismo de “halcones vs. palomas”) han aflorado. Algunos sectores del Pro en los últimos días han buscado endurecer el discurso (incluso Horacio Rodríguez Larreta lo ha hecho, al criticar el revalúo fiscal en la Ciudad), otros sectores se muestran más cercanos a una negociación más cautelosa. El radicalismo y la Coalición Cívica han suscripto a la segunda posición. Y el liberalismo, tanto en su versión inserta en Juntos por el Cambio, como aquellos fuera de la principal coalición opositora, ha bregado por diferenciarse claramente del oficialismo. Desde allí, ha penetrado también en la tensión opositora, porque se convierte en una amenaza “por derecha” en términos electorales.

¿Qué esperar de esta situación? No sería descabellado pensar en el corto plazo un escenario de ruptura del Frente de Todos, aunque sea parcial o incluso pequeño, que vaya limitando la gobernabilidad. Alberto Fernández y su gestión han mostrado en los últimos meses capacidad para negociar con la oposición y obtener concesiones que el propio oficialismo no da. Sin embargo, estas negociaciones tienen alcance en tanto y cuanto la oposición siga fragmentada. Dicho de otro modo, si el oficialismo no logra resolver (con unidad o con ruptura) su tensión interna, conforme pase el tiempo, obtener resultados favorables en la negociación con las otras fuerzas políticas le resultará sumamente difícil, sobre todo si la oposición logra realinearse. Para todo ello, ambos sectores políticos tienen que sentarse a la mesa a negociar. La rosca de Pascuas está servida.