Las estrategias del gobierno de Mauricio Macri para cada cimbronazo cambiario no dejan lugar a dudas. A lo largo de su mandato, apeló a la filtración o difusión de noticias estridentes en la prensa con el kirchnerismo o sus tópicos aledaños como eje luego de cada jornada alcista de la divisa norteamericana.

A los 7 días de su asunción, el presidente Mauricio Macri dispuso a través de su equipo económico la eliminación de restricciones para la compra de dólares y el precio de la moneda estadounidense se disparó con respecto al peso. De 9 pesos pasó a una cotización de 14 pesos, rondando un incremento del 40 por ciento.

Más allá de que la batalla por la legitimidad en la opinión pública se basó en ese caso en la celebración del “levantamiento del cepo”, caballito de campaña de Cambiemos, también se apeló a nuevos ribetes de la investigación por la muerte del fiscal Alberto Nisman. En tapa de Clarín para su edición del 18 de diciembre, puede leerse el pedido de la jueza Fabiana Palmaghini para que se aparte la fiscal Viviana Fein, atribuyéndole lentitud en su desempeño al frente de la pesquisa.

La segunda escalada cambiaria se percibió menos, porque se dio “por goteo”, al decir de los economistas. Porque si bien el valor del billete verde merodeó los 15 pesos a lo largo del 2016, para junio de 2017 comenzó a trepar de nuevo, con el cierre de las listas electorales para los comicios de medio término como tema central de la agenda mediática.

Así, entre mayo y julio de ese año la suba fue de los 15,64 pesos a 17,66. Los operadores financieros facturaron primero al impacto local de las denuncias de corrupción contra el ex presidente de Brasil, Michel Temer, cuando los mismos que lo usaron como ariete para el golpe contra Dilma Rousseff le soltaron la mano. “Cuando Brasil se resfría, nosotros estornudamos”, alegaban entonces con una candidez sobreactuada. En paralelo, a mediados de mayo el Grupo Clarín machacaba con la noticia del procesamiento de la titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, por el presunto desvío de fondos en la construcción de viviendas.

El operativo distracción parecía claro: la prensa apunta contra un emblema del campo popular y la lucha por la memoria, la verdad y la justicia ante los crímenes de lesa humanidad y las consecuencias de la dictadura, mientras la economía se estragaba a la sombra del medio de cambio yanqui.

Durante ese bimestre, la panoplia televisiva siempre tuvo a mano cualquier gacetilla de prensa del oficialismo o susurros judiciales. Sin ir más lejos, la tapa del Gran Diario Argentino para el 30 de junio ponía en tapa declaraciones chispeantes del ex ministro del Interior y ex candidato a senador peronista, Florencio Randazzo, contra Cristina Fernández de Kirchner, y unos centímetros más abajo el alegato de la fiscalía con pedido de prisión contra el ex vicepresidente Amado Boudou en el caso que los editores denominaron como el del “auto trucho”. En medio del descalabro financiero, además, el título principal se lo llevaba un dato cargado de optimismo: “Después de 15 meses de caída, la industria volvió a crecer: 2,7 por ciento de aumento en mayo”. La necesidad tiene cara de hereje.

Por otra parte, la pugna política por el acierto o no de cada sacudón económico también se da, en determinados reductos, con vítores a la suba del dólar. Tal es el caso de la nota publicada en El Cronista el 25 de julio, donde se celebra la devaluación contra el atraso cambiario. “Aunque la disparada del dólar en los últimos meses ponga los pelos de punta al ala política del Gobierno a pocas semanas de las elecciones y genere temores en los analistas por un posible traslado a precios, el avance no deja de tener sus efectos beneficiosos desde un punto de vista: el de la competitividad cambiaria”, dice un texto firmado por el periodista Matías Barbería.

El caparazón de la tortuga

Los cimbronazos más bruscos se dieron, obviamente, entre abril y junio y septiembre y octubre de 2018. Las corridas se llevaron puestos a dos presidentes del Banco Central de la República Argentina (BCRA) de manera consecutiva, Federico Sturzennegger y Luis “Toto” Caputo.

Un artículo de La Nación, fechado el 31 de mayo del año pasado, consignaba que el país había asistido ese mes a la segunda mayor depreciación del papel moneda argentino, con una caída del 21,5 por ciento, desde la devaluación resuelta por Macri a comienzos de su mandato. Y a modo de meme, bien vale el fragmento audiovisual de la diputada Elisa Carrió tratando de llevar tranquilidad a los hogares argentinos con sus vaticinios sobre un dólar anclado en los 23 pesos.

Ya para fines de abril, las estimaciones calculaban la suba del dólar por encima del 10 por ciento, en los primeros cuatro meses posteriores al hirviente diciembre de la reforma previsional a palos en las calles. Pero antes de la instalación del debate acerca de si la tortuga se le escapaba al “mejor equipo de los últimos 50 años” o le daban tregua para complacencia de uno de los sectores que sostiene al Gobierno, se había producido un zamarreo financiero: fue el 7 de marzo, cuando el tipo de cambio pasó de 20,05 pesos a 20,60 pero cerró a la baja tras la intervención del BCRA. Al día siguiente, la noticia más replicada en los holding mediáticos era la que anunciaba que la ex presidenta iría a “un mega juicio oral” por unificación de dos causas por “corrupción”.

El manejo de la crisis comunicacional por el anuncio de Macri sobre la decisión de apelar nuevamente a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), acontecido el 8 de mayo pasado, no admitió atajos. Los voceros de Cambiemos sólo atinaron a decir que el organismo financiero no es el mismo que cuando Argentina se hundió en la peor crisis de su historia y los diarios jugaron en una cancha delimitada por esos márgenes discursivos. No obstante, el emporio de Héctor Magnetto le dio espacio en tapa a la ratificación de las condenas para Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi por la tragedia de Once.

La salida de Sturzenegger y el desembarco de Caputo en el edificio de Reconquista 266 tampoco generaban lugares para disquisiciones sobre causas judiciales o críticas al kirchnerimo o el peronismo. En su propio auxilio, el macrismo sacó chapa de suertudo: el banquero renunciante comunicó su renuncia el 14 de junio, justo el mismo día que arrancaba el Mundial de Rusia y después de la histórica sesión en Diputados que dio media sanción al proyecto de legalización del aborto.

Ese suceso del mundillo económico, incluso, habilitó lecturas que postulaban la necesidad de centralización del monitoreo de todas las variables en los funcionarios de mayor confianza para la Casa Rosada. Se suponía que se calmarían las tendencias alcistas pero la experiencia desmintió la esperanza de los ingenuos: con el player de la Champions League, al decir del jefe de Gabinete, Marcos Peña, arribó al BCRA un ex directivo del fondo Templeton y ex compañero de Caputo en el Deustche Bank, Gustavo Cañonero. Esa dupla al frente de la entidad crediticia daba garantías a los aficionados a la timba financiera y cada cual siguió atendiendo a su juego. Tanto es así que, aun en medio de la última escalada, Cañonero es mencionado como quien redacta informes tranquilizadores para Macri, asegurándole al jefe de Estado que habrá dólares suficientes para contener la demanda.

Para fines de junio último, con la Selección Argentina eliminada por Francia en el campeonato mundial de fútbol, el dólar alcanzaba los 29,57 pesos. Sin embargo, el oficialismo se granjearía una dosis de sosiego con el préstamo del FMI, el aumento de los encajes bancarios y la suba de tasas cuando promediaba el invierno: la moneda norteamericana bajaría a 28,03 pesos para la venta minorista en julio, completando una caída de 5,2%, desde el cierre del mes anterior.

El otro facazo de los mesadineristas se produjo en la última semana de agosto, cuando el dólar llegó a 40 pesos, aunque se recortaría por debajo de los 38 durante algunas semanas para tocar de nuevo esas cifras para espanto gubernamental, y el BCRA subió las tasas del 40 a 60 por ciento. Las promesas de los desembolsos del FMI no inyectaban serenidad sino voracidad y por aquellos días ganaban presencia temas como el paro convocado por la CGT para el 25 de septiembre, aunque sin movilización, la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción a raíz de un fallo de la Sala IV de la Cámara de Casación en la causa IBM-DGI y la citación judicial para la senadora CFK y tres dirigentes de La Cámpora, Andrés Larroque, José Ottavis y Eduardo De Pedro, en el marco de la investigación que llevaban el juez Claudio Bonadío y el fiscal Carlos Stornelli sobre las fotocopias de los cuadernos del remisero Oscar Centeno.

La eyección de Caputo del Banco Central para el 25 de septiembre, el desembarco de Guido Sandleris al frente de esa entidad, el fortalecimiento del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y la aplicación de una zona de no intervención por disposición del FMI mientras el dólar no se salga de una banda cambiaria con piso y techo redundaron en el oxímoron más preciado por el periodismo vernáculo: tensa calma. Ningún analista serio auguraba pax cambiaria pero cada sablazo devaluatorio tajeaba profundamente a los sectores más postergados. De modo que la cotización a la baja de la divisa, cuyo control desvela a Cambiemos aunque ideológicamente subrayen la libertad de su regulación, trajo alivio.

El fantasma del 89’ en 2019

A 30 años de la hiperinflación que se comió al gobierno de Raúl Alfonsín con adelantamiento de elecciones y triunfo de Carlos Menem incluido, el temor a ciertos aspectos que se repiten y las sucesivas devaluaciones caminan la nuca de las principales espadas del Gobierno. Ante los primeros amagues del dólar, Dujovne exploró la chance de que el FMI adelantara la posibilidad de que los 11 mil millones de dólares correspondientes a la entrega del segundo semestre se implementaran ahora para afrontar la dolarización incipiente de las carteras. Y como los tiburones cuando huelen sangre, marzo fue el punto de partida para que los grandes jugadores de las finanzas buscaran la saciedad: el 7 de marzo último los bancos vendieron dólares a 43,40.

Como era de esperar, a la noticia sobre el nuevo peldaño hacia arriba en el tipo de cambio se la empataba en las portadas periodísticas de los medios afines al establishment con lo que calificaban como “revés judicial para Cristinta”, respecto de la causa del memorándum con Irán. Esta vez, la Corte Suprema desestimaba el pedido de rechazo a la prisión preventiva elevado por la defensa de la ex presidenta y actual senadora. “Ya no tiene más instancias de apelación e irá a juicio”, se jactaba Clarín en tapa.

Aunque lo más contundente de la semana que hoy culmina es que el diario que Roberto Noble legó a los lectores argentinos no dedicó un solo recuadro en su portada del 27 de marzo para el nuevo salto del dólar, superando los 45 pesos durante el día anterior. Paradójicamente, sí se ocupa de incluir con ribetes destacados que la Justicia acortó los plazos para el regreso de Florencia Kirchner al país, para declarar en dos causas judiciales donde aparece imputada junto a su madre y su hermano, el diputado Máximo Kirchner.

Por su parte, le dieron relevancia a este último bamboleo cambiario en La Nación, por mencionar uno de los periódicos cuya línea editorial mantiene todavía cierta identificación con las políticas del gobierno de Macri. “Pese a la tasa, el dólar siguió en alza y marcó otro récord”, dice en su tapa de este miércoles el diario fundado por Bartolomé Mitre.

En definitiva, las tácticas y estrategias de la comunicación política oficial recurren a menudo a la estigmatización del kirchnerismo, o la difusión de noticias pretendidamente condenatorias, pero se valen también de un sinnúmero de avatares cotidianos, procedentes de la agenda política o no, contemplando eventos de calendario deportivo o cierta relevancia social. En ese terreno, podría decirse que Cambiemos combina –para mal o bien, según la óptica del que revise este derrotero- la planificación con el reflejo ante aquello que no depende de sus gestiones.