En la naturaleza, una relación simbiótica es la que se da entre dos organismos biológicos que obtienen en la misma un beneficio para su supervivencia. Si bien el parasitismo es una de sus posibilidades, en la que un organismo se beneficia  a costa del debilitamiento del otro, el término suele asociarse más a otras dos opciones: el comensalismo, donde un organismo beneficia a otro pero sin perjudicarse a sí mismo, o el mutualismo, donde ambos obtienen un beneficio de la interacción. La nueva etapa del FDT bien podría describirse bajo alguna de estas dos últimas posibilidades, el paso del tiempo clarificará cuál.

Lo primero a resaltar es que el reordenamiento de fichas en el oficialismo expresa mucho más cabalmente un esquema de poder real entre los distintos actores al que se barajó durante estos años. Cuando se hablaba del massismo como la tercera pata o el socio minoritario del frente, se le suponía como propio al albertismo un poder que siempre fue prestado y que nunca terminó de ejercer. Alberto Fernández nunca tuvo votos propios, una estructura ni un recorrido que justificaran el lugar jerárquico al que llegó solamente por la bendición de CFK. En todo caso, lo que sí tuvo el Presidente y se encargó permanentemente de dilapidar fue la oportunidad de construir ese poder al que nunca llegó.

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Fracasada su apuesta original por el ex jefe de gabinete de Néstor, CFK se vio obligada a recurrir a alguien que sí tenía y mantuvo poder propio. Ella misma lo reconoció en su discurso de mayo en la Universidad Nacional del Chaco, cuando afirmó que no tenía una disputa de poder con Alberto Fernández porque el Presidente no representaba a ninguna fuerza política del FdT y que justamente lo había elegido por eso. “Si fuera una disputa de poder, no sé, hubiera elegido al presidente del Frente Renovador (Sergio Massa), que venía de un partido político y de haber sido candidato a presidente, con legisladores, gobernadores” profundizó CFK.

De esto se desprende que, más allá de la oportunidad desperdiciada por Alberto Fernández para construir ese lugar de poder propio, los actores con poder real al interior del FdT originalmente siempre fueron el kirchnerismo y el Frente Renovador. De hecho, no hubo Frente de Todos hasta el acuerdo con Massa y, aunque sea contra fáctico afirmarlo, puede ponerse en duda qué hubiera sucedido en un escenario electoral 2019 con el peronismo dividido.

La reorganización del oficialismo, entonces, expresa una correlación de fuerzas interna más ajustada a la realidad de cada uno los actores que la propia CFK intentó eludir en 2019. Hoy, la aceptación de ese escenario por parte de la dueña de la mayoría de los votos se da, también como en 2019, por necesidad. La diferencia es que la necesidad es hoy aún mucho mayor que entonces, y que pesa sobre sus espaldas el evidente fracaso de su primera apuesta. Desde esta clave de lectura pueden comprenderse los movimientos de las últimas semanas.

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APOYO EXPLÍCITO O “QUEMATE VOS”

Aunque el nuevo superministro lo eluda, el relanzamiento del Gobierno a partir de la centralidad de su figura es la última bala en la recámara de un FdT conectado a respirador artificial. En una posición de debilidad extrema por la falta de reservas, la presión devaluatoria, la inflación descontrolada, los salarios por el piso y poder económico ordenado junto a la oposición política a la espera de dar el último zarpazo, la necesidad de entablar una nueva dinámica con los actores de poder que tienen hoy suficiente capacidad de daño como para quebrar al Gobierno es una urgencia de vida o muerte para el FDT. Y, mal que le pese al purismo kirchnerista que hoy patalea por el empoderamiento de aquel que prometía meterlos presos, la primera que lo entiende es la propia CFK.

Del bombardeo permanente al ya descabezado equipo económico albertista, o del silencio ensordecedor frente al nombramiento de Silvina Batakis, a las fotos y los abrazos para con Sergio Massa hay un abismo marcado por el pragmatismo político. La foto de bendición en el despacho de la vice, el abrazo de Máximo y Wado de Pedro en plena sesión tras su renuncia o el “fuerza compañero” que le dispensara en Twitter el bombardero Larroque, marcan a las claras la profundidad de esta nueva apuesta K. La pregunta que emerge frente a ello es si ese apoyo es a una apuesta que aspire realmente ser una carta ganadora para el 2023 o si es una jugada de despegue frente a lo que se evalúa como un fracaso inevitable.

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PODER DE VETO Y NECESIDAD DE BENDICIÓN

Probablemente no haya una única respuesta a ese interrogante, o más bien haya respuestas duales. En todo caso, sirve para abordarlo el comprender lo que está en juego para cada sector en este último tramo del Gobierno. Sin dudas, un fracaso definitivo en la gestión que se traduzca en un fracaso electoral hundiría a todos los actores del frente, aunque algunos confíen en un beneficio de inventario por un pasado glorioso que queda cada vez más lejos. Pero lo que para algunos actores podría significar caer a los últimos lugares de la tabla de posiciones políticas, para otros podría ser un recrudecimiento de una persecución judicial con final impredecible.

CFK sabe que ya no puede especular y desde allí se entiende la decisión de permitirle el lugar de privilegio en la mesa de conducción a Massa. Si su caudal político y en votos, si el amor incondicional de una importante porción de la población para con ella es un capital que la pone muy por encima de todos, también el riesgo de una derrota con el macrismo representa un peso para su futuro muy superior al que puedan sufrir otros jugadores del frente, que ya demostraron su capacidad para reacomodarse en el mapa político cuando gobierna la derecha. La vicepresidenta es quien tiene todo para perder, y eso acerca las posiciones a una situación de mayor paridad en la negociación interna.

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Por otro lado, ya quedó harto demostrado que no existe peronismo sin CFK. Todos los actores que intentaron correrla del centro, desde el propio Massa en 2013 hasta el albertismo previo a su claudicación de estas últimas semanas, colisionaron inevitablemente contra la talla de su figura histórica. El “sin Cristina no se puede”, que formulara el propio Fernández, ha quedado más que evidenciado en el proceso del FDT. Si CFK no tuvo suficiente poder de conducción, lo que indudablemente demostró es su fulminante poder de veto.

Massa, el primer irreverente que osó desafiar en serio ese poder, pareciera haberlo comprendido a costa del propio cuero, o eso al menos marca su juego ordenado durante todo el gobierno del FdT. La alianza con Máximo en Diputados, que no se vio quebrada ni por el acuerdo con el FMI, la armonía con la gestión de Axel Kicillof en el territorio madre del massismo donde podrían haberse esperado roces, o el intento permanente por intermediar entre la vice y el Presidente ante los múltiples episodios de la interna entre ambos, son algunos ejemplos de la decisión política de Massa por cuidar el FdT. Hábil a la espera de su momento, Massa no tiró nunca nafta al incendio de la interna oficialista, y si algo no puede reclamarle el kirchnerismo es que haya operado en su contra, incluso cuando múltiples actores le calentaban el oído a Alberto Fernández con la posibilidad de romper con CFK.

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La vicepresidenta necesita una figura de peso político y con capacidad de generar una nueva dinámica con el poder económico si pretende sobrevivir en las condiciones actuales, que se verían drásticamente modificadas con el macrismo en el poder. La apuesta por Massa lo evidencia en el hecho de que las mismas medidas económicas de ajuste, por las que bombardeaban a Guzmán o le hacían el vacío del silencio a Batakis, hoy son toleradas con fotos y abrazos. El cambio que CFK parece estar acompañando, más que de rumbo económico pareciera ser de estabilización política. Para eso necesita hoy a Sergio Massa, como en 2019 necesitó a Alberto Fernández, lo cual también deja ver a las claras que el otro axioma del Presidente, “con Cristina sola no alcanza”, sigue también vigente. Nuevamente, ella es la primera en comprenderlo. Si efectivamente pudiera sola o mediante alguno de sus alfiles, ni la apuesta por Alberto ni la apuesta por Massa hubieran sido necesarias.

Massa necesita a CFK porque ya apostó todo al FdT. Como ya experimentó el fallido intento albertista, no hay rumbo económico ni político sin su aval o si ella lo veta y Massa lo tiene claro. La imagen negativa del tigrense en la sociedad es un ancla que arrastra desde sus distintos saltos políticos entre el kirchnerismo, la oposición a él y su apoyo de gobernabilidad al desastre macrista. Hoy por hoy, su único puente de reconexión con el electorado, al que se obsesiona por reconquistar, es una gestión exitosa que alivie los incontables problemas y pesares que hoy sufren los argentinos, empezando por la inflación. Para eso Massa necesita que no le obstaculicen sus decisiones, algo imposible sin la venia de la vicepresidenta.

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Así llegan los dos verdaderos actores con poder propio al tramo final de la gestión del FDT, con la necesidad mutua de alinearse para enderezar el barco de la economía, volver a generar expectativas en la sociedad y entablar una tregua con el poder económico con capacidad desestabilizadora. Ninguna de las partes puede cumplir todos esos objetivos por sí sola, y sin una articulación virtuosa entre ambos perfiles políticos difícilmente el FDT llegue con chances reales al 2023.

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Atrás de esa esperanza se recuestan también actores que serán decisivos a la hora de apoyar esta nueva etapa con compromiso y sin desligarse. Gobernadores e intendentes peronistas saben que sus suertes locales están en gran medida atadas a una renovación de las expectativas puestas en el Gobierno nacional, a riesgo de volver a sufrir una nueva ola amarilla si esto no sucede.

La nueva etapa del oficialismo tiene el pragmatismo en su ADN. La simbiosis es consciente entre la accionista mayoritaria con poder de veto y la única figura que pareciera hoy poder hacerse cargo del ajuste, alineando a TODOS  y generando nuevas expectativas al mismo tiempo. Cuánto durará y cuáles serán sus alcances reales es la pregunta inevitable que sobrevolará los próximos meses.