Trescientos mil ejemplares vendidos. Decenas de miles de personas apostadas en el predio de La Rural, en la Feria del Libro de Buenos Aires (ambas instituciones con una pesada carga simbólica de signo opuesto, es decir conservador, oligárquico, elitista), bajo la lluvia y el frío mirando una pantalla gigante, instalada ad hoc, como si se tratara de Messi, a punto de convertir el último gol del último minuto de la final de la Copa del Mundo.  

Los números son indiscutibles e insoslayables, su magnetismo también. ¿Pero cuál es, concretamente, el hecho político de Sinceramente?

En cuanto al contenido, cumple dos o tres funciones fundamentales. La primera es la constancia en actas de su lado de la historia, luego de años de demonización por parte del status quo y su propio, inexplicable, voto de silencio. La segunda es asegurar un nuevo nivel de intimidad entre ella y los suyos, recubriendo de un halo místico al riñón y, por extensión identitaria, su núcleo duro. Los guiños a Alberto Fernández, luego de que tanta agua corriera bajo el puente; la presencia de Felipe Solá y de Victoria Donda, por mencionar algunos, da cuenta del espíritu de reunión de 20 años de egresados que se miran con menos lupa y más afecto. La presencia de Daniel Vila también ilustra el punto de la concertación de clases o, más precisamente, de intereses, línea que resaltó a lo largo de su discurso. La tercera función del libro es provocar el acontecimiento de la movilización de los cuerpos, el recuento de voluntades que validaran su visión política y de la historia, como ella misma dijera.

Ahora bien, algo que rápidamente aprendió Durán Barba es que esos números espectaculares no son necesariamente una muestra de una población mayor sino que, prácticamente, es la población, una muestra que se agota a sí misma. 300.000 ejemplares que no se multiplican. Diez o veinte mil personas (o likes) no dejan de ser la cantidad de progresistas en CABA y alrededores, ya que gente humilde hubo muy poca, que siguen votando por ella y por Filmus. No altera el amperímetro del voto ni de la opinión pública: Sinceramente no gana adhesiones ni simpatías nuevas.

En cuanto al evento en sí, el discurso fue de alguna manera deslucido en comparación a sus anteriores, no dejó titulares ni frases-remera, zócalos. No hubo bríos ni derroche de carisma. No hubo definiciones políticas concretas, ni de candidatura, ni de un ellos y nosotros, ni de bajada de línea plena, en el sentido tradicional. Apenas unas referencias tenues al tercer peronismo, un consenso amplio intersectorial (“contrato”), una plataforma amplia y necesariamente vaga como para no ser contradicha, en la sintonía propuesta de “desengrietar”, pero también planteando una postura no “neutral”, decididamente “populista”, corroborando que la ancha avenida del medio es una trampa electoral en contextos de polarización. Una colega sonreía alabando la referencia al tercer Perón en lugar de referenciarse en Evita, estando tan irresistiblemente cercana la fecha de conmemoración de su nacimiento. Y quizás a contrapelo de las lecturas mayoritarias, consideramos aquí que el mayor hecho político de esa presentación de un libro no sea el contenido o el evento, sino la mujer en sí. En un momento de efervescencia feminista, con más entusiasmo que resultados, la presencia y relevancia de Cristina Fernández de Kirchner es el hecho maldito de la patria feminista, una auténtica piedra en el zapato del status quo, tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político. Queda flotando la pregunta de si algún día la sociedad será capaz de cuestionarse, más allá del pañuelo verde o celeste, qué lugar le da a la mujer poderosa –no empoderada–, la que está completa y, aun así, es deseante.

Una sociedad que está ensañada con la mujer en general y con las pobres en particular, es también desdeñosa y mezquina con una mujer que ejerce el poder sin doblegarse, ni ante la adversidad ni los adversarios. Una mujer que se rehúsa a desaparecer de la escena, que no es complaciente con los poderosos y no es condescendiente con sus congéneres, que siempre va por más, que conoce las trampas del patriarcado pero también de la policía del discurso feminista y las sortea. Quizás no las resuelve, pero les hace frente. Y aquí el hecho político central es que aparece no sólo con el cuerpo y el discurso, sino fundamentalmente la voz, algo que Lacan apreciaría mucho.  

La pregunta, entonces, sería: habiendo tenido la oportunidad de entregar un discurso filoso, repleto de definiciones, diagnósticos brillantes a los que nos tiene acostumbrados, chistes eficaces, picardía irresistible, ¿por qué no lo hizo?

Quizás, la respuesta esté cifrada en aquella frase de “mi gran apuesta son los jóvenes y a ellos están dirigidas estas palabras”. Como en aquel acto del Luna Park, el trasvasamiento generacional regresa al discurso kirchnerista para completar un ciclo. De todas las caras esperadas e inesperadas, hubo un gran ausente: Axel Kicillof, quien estaba justamente camino a Washington DC. Esa toma de distancia es sintomática: después de todo, el campo nacional y popular también puede jugar al tero. Abriendo entonces la etapa del epílogo de su carrera política, Cristina cambia de posición y juega de 5, llevándose las marcas para que el goleador tenga el campo abierto y avance bajo el radar. Jugadora de toda la cancha, cede la vanguardia a las nuevas generaciones y se acopla a sus estrategias, aportando lo que tiene y algunos trucos extra, aprendidos en el oficio. Con ella, los Fernández, Solá, Gioja, etcétera, unidos en cadena firme, casi como si la vieja guardia peronista, el politburó, estuviera diciendo “nosotros preservamos la retaguardia, avancen tranquilos”.

Si acaso está la juventud, particularmente La Cámpora, en condiciones de conducir este nuevo ciclo político con los complejos desafíos que presenta, es otro libro que está por escribirse.