De un tiempo a esta parte, los análisis de algunos segmentos opositores han caído en una inercia derrotista. Así, pues, todo aquello que hace el macrismo sería siempre una brillantez incontestable, surgido de análisis quirúrgicos de Jaime Durán Barba. Al revés, todo aquello que intenta el kirchnerismo es de una estupidez amateur, que sólo logra hundir al peronismo todavía más, y hace que su derrota en 2019 sea inexorable. De este modo, a veces el diagnóstico de la coyuntura pierde calidad, porque se vuelve inmune a la posibilidad de cambios. Que vaya si los hay desde las tardes del epílogo de 2017 en que las calles casi logran enterrar el ajuste jubilatorio, como semanas antes el movimiento obrero organizado había frenado la reforma laboral.

Algo así sucede con el último discurso de apertura legislativa de Mauricio Macri, cuyo tono confrontativo y gritón, alejado de la estética buena onda PRO, llamó la atención. Debe reconocerse que no la tenía fácil. Los de cada 1° de marzo son discursos en los que, además de inaugurar el período de sesiones parlamentarias ordinarias, el jefe de Estado, responsable general de la administración del país, da cuenta de la misma ante el Congreso reunido en pleno. Y esta vez se trataba nada menos que de explicar el peor de los tres años de gestión que lleva el ex alcalde porteño: para encontrar cifras similares hay que viajar en el tiempo hacia 1991, cuando todavía duraban las repercusiones del epílogo hiperinflacionario de Raúl Alfonsín.

De inmediato se quiso establecer que el motivo de la ira presidencial fue la campaña venidera, y la voluntad de recrear la polarización con CFK de cara a aquella. Y que el Frente para la Victoria habría caído en la trampa al responder con idéntica iracundia. Pero la realidad es que nunca Cambiemos abandonó la grieta como método de durabilidad frente a la escasez de resultados socioeconómicos atractivos. Y si realmente creyeran en los comandos proselitistas del oficialismo que alcanza con agitar el temor a un eventual retorno de la actual senadora bonaerense, no habrían dado un refuerzo de 46% de un saque en la AUH. Evidentemente, registran el desgaste. Entonces, de nuevo: ¿a qué se debió tanta crispación?

Repasemos datos. Los chismes políticos del último verano circularon alrededor de los planes de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, de adelantar la elección local, despegándose así de la suerte de su jefe. Aunque no faltaron quienes pretendieron ver en ello una maniobra coordinada entre Olivos y La Plata, la realidad es que la movida se pinchó porque ella entendió que eso costaba menos que el choque con Casa Rosada en que habría derivado insistir: Marcos Peña y compañía lo rechazaban. Fracasado ello, los intendentes PRO de la provincia todavía procuran al menos eliminar las PASO, y liquidar la disputa por su continuidad en una única cita. Está claro: a cómo de lugar, aparecer lo menos posible junto a Mauricio en las zonas donde peor mide.

Lo que no pudieron evitar Peña y Durán Barba es que otros gobernadores cambiemistas, del ala radical, el mendocino Alfredo Cornejo y el jujeño Gerardo Morales, sí se desentiendan del primer mandatario, pese a que éste intentó que desistan de ello, en citas a sus largas vacaciones en la Patagonia. En la UCR vienen sobrando gestos de rebeldía, que si no parecen más graves de lo que son es debido a la larga siesta en que cayó ese partido desde 2001. La ventaja que les llevaba Macri, que le permitió dominar la segunda alianza, era mucha, pero no para de acortarse. Martín Lousteau, aún mientras lo acompañaba en su última gira asiática, se atrevió a desafiarlo de cara a las primarias presidenciales, trámite que en Balcarce 50 quieren evitar.

Por último, el episodio cordobés, nada menos que la provincia que definió el balotaje 2015 (si se excluían esos votos del conteo, habría ganado Daniel Scioli; si, en cambio, se quitaban los de la provincia de Buenos Aires, equivocadamente tenida como crucial, igual triunfaba Macri). Las malas lenguas dicen que el aparato radical allí ve posibilidades de vencer, y quiere hacerlo vía Ramoncito Mestre. Al Presidente, por su parte, no le disgustaría la continuidad del justicialista ex Socma Juan Schiaretti, y prefiere allanarle el camino oponiéndole al presumiblemente más fácil Mario Negri.

No deberían llamar la atención desacuerdos como estos, son moneda corriente en política. La novedad es que, de pronto, aparecen quienes se animan a plantar bandera. Habla de un retroceso. Ya había sucedido en La Pampa, por eso la desesperación por impedir que se repita: ¿o será casual que el Correo Argentino, nada menos, diga que no puede garantizar la interna de Cambiemos-Córdoba? En el diario BAE del día de la alocución desaforada, el periodista Alejandro Bercovich escribía que Macri intentaría con sus palabras desmentir los rumores acerca de su presunta depresión y de que estaría recibiendo diarios de Yrigoyen impostando autoridad. Tenía buena información. Pocas horas antes habían vuelto los comentarios sobre la chance de que Vidal lo reemplace en la postulación junto a algún peronista, al decir de Jorge Asís, perdonable.

 Por fin, y volviendo al comienzo: ¿fue realmente el kirchnerismo el destinatario de la furia presidencial, o habrá sido la forma que encontró de recordarle a su propia tropa quién manda? A la luz de lo expuesto hasta aquí, estimado lector, podrá usted escoger la respuesta que más le cierre