En su entorno, según quien sea el interlocutor, sostienen que el Gobierno nunca quiso convocarlo realmente, o más bien que las propuestas para que lo haga se parecieron más a un convite de piedra que a otra cosa. Lo cierto es que, hasta ahora, Horacio Rodríguez Larreta quedó por fuera de cualquier foto con el oficialismo que diera cuenta de un llamado al diálogo sobre la base de un rechazo institucional a la violencia política tras el atentado contra su vida que sufrió Cristina Kirchner.

El principal candidato de Juntos por el Cambio no acudió a la Rosada el sábado pasado con el ataque todavía fresco, ni tampoco fue de la partida en la misa de la concordia organizada en Luján. Es más: en su principal aparición pública post-atentado, este martes, eligió polarizar. Fue durante una conferencia de prensa en la que anunció que las escuelas de la Ciudad recuperarán el feriado decretado por Alberto Fernández y en la que acusó textualmente “al kirchnerismo” de “intentar distraer” a la sociedad de los “temas que más preocupan: que suban los precios, que falte trabajo, que aumente la pobreza y que se profundice la crisis educativa”.

La cuenta es sencilla: así como aprovechó durante casi todo el 2020 las mesas de unidad junto al Presidente para enfrentar la pandemia, a través de las cuales pudo cultivar a nivel nacional un perfil de gestor, esta vez Rodríguez Larreta entiende que no existe tal provecho. No tiene nada para ofrecerle.

Mucho terreno tiene por delante para ganar, en cambio, al interior de su propio espacio. Aquél gesto pandémico de prestarse a la foto con el adversario ya fue usufructuado. El principal desafío de la hora pasa por contener a un electorado duro y de derecha que, cree, está esperando otra cosa de él.

Un centro desde la derecha

Ese tironeo, expresado en cuerpo y voz por la amenaza siempre latente de Patricia Bullrich, que le pelea la candidatura dentro del Pro a brazo partido, quedó expuesto esta semana, pero viene de antes. Ya el episodio de las vallas sobre Juncal y Uruguay, que terminó en represión, fue un síntoma de que no importa qué tan duro se exprese o se posicione con los hechos que siempre habrá una voz más radicalizada.

Aquél sábado en Recoleta funciona como un ejemplo claro. Pese a que el despliegue de Infantería fue desmedido, a que violó la ley de inteligencia al filmar deliberada y provocativamente a los manifestantes, pese a que fueron apresados diputados provinciales del kirchnerismo y que a pocos metros de la represión había un gobernador, un intendente y dos ministros del Gobierno nacional, Bullrich le dijo lisa y llanamente a Rodríguez Larreta que se quedó corto, que no tuvo las agallas necesarias para más.

Eso, en el entendimiento interno del larretismo, funciona además como autopercepción de estar ocupando, siempre, el espacio del centro político. Que hay un hilo de conducta, siempre al filo de romperse y en un delicado equilibrio, pero que a largo plazo mostrará una película que tendrá sentido en las escenas finales, en un desenlace que estará marcado por el perfil de centro que tendrá como candidato a presidente. Pero para eso falta mucho, por más que prime muchas veces en su equipo la sensación de que todo está ya encaminado hacia ese final.

Mientras tanto, el larretismo porteño tuvo dos gestos interesantes que fluyeron por lo bajo. La ministra de Desarrollo Humano, María Migliore, aprovechó su cercanía con su par bonaerense, Andrés “Cuervo” Larroque, para acercar un mensaje de apoyo al entorno de la vice. La legislatura porteña, además, convocó a una sesión a espejo de la que tuvo lugar en Diputados para repudiar el atentado. La enorme mayoría de los legisladores del Pro, salvo los cinco que responden a Patricia Bullrich y al ala derecha del espacio (entre ellos el Marido de Pampita), se sentaron en sus bancas y participaron del debate, a diferencia de lo que sucedió a nivel nacional.

Sin embargo, ese día se escucharon algunos discursos que hasta culpabilizaron a la propia vice por los hechos. “Lo que sucedió en el domicilio de Cristina fue producto de un pedido de prisión de un fiscal de la Nación”, disparó el “lilito” Hernán Reyes, autor también de un proyecto para remover de su cargo al juez Gallardo, odiado por el macrismo, a quien acusaron de la supuesta indefensión de la vice por quitar de en medio a la Policía de la Ciudad.

El encargado de armar esa sesión fue Emmanuel Ferrario, quien acompañó a Larreta de gira por Córdoba, de la que también participó Soledad Acuña, la más conservadora y ultraderecha-friendly de sus ministras. De ese encuentro amplio de los tantos que tuvo el jefe de Gobierno en esa provincia participó nada menos que la anti derechos Cynthia Hotton, desde hace tiempo abiertamente evangelista. Con ella se habló de “paz social”.

Esa actitud de ni siquiera mencionar el elefante que pasa por delante de los ojos de todo el sistema político y que resulta intolerable para un peronismo hipersensibilizado tras el atentado, está basada, también, en la medición concreta de que, efectivamente, fuera del microclima hay una porción de la sociedad y el electorado a la que la imagen de la pistola en la cara de la vice no le conmovió ningún cimiento, es decir, ni le pareció un autoatentado para zafar de la justicia ni un ataque a la democracia.

La pregunta inevitable en ese marco es si aquella fórmula del 70/30, en un país donde la “paz social” es un tema, es aplicable. Sobre todo si ese 30 sale del poder con su líder presa y después de que casi la matan en vivo y en directo para todo el país. Y si dentro del 70 siguen estando, precisamente, los encarceladores y los que aprueban a Sabag Montiel. La respuesta de si ese país es gobernable según el larretismo, es que no, pero tampoco -salvo excepciones- parece que se hagan intentos para modificar ese rumbo.

Mientras tanto, todo indica que Larreta seguirá buscando convertir el centro que viene desde la derecha, como camino hacia 2023.