Un jefe inesperado para un mundo que estalló
Llegó la Moncloa, pero una inesperada: con el Estado no se jode más
La épica del mundo sin fronteras terminó en la multiplicidad de países volviendo a replegarse sobre sí mismos, y con sus ciudadanos en cuasi gritos de guerra reclamándoles a sus compatriotas rebeldes que se metan adentro de sus casas. Un remedio rústico contra el coronavirus cuando no quedó otra, porque no hubo una app para frenar la pandemia. La conectividad es irreversible, pero la globalización, tal cual la hemos conocido, agoniza, es el diagnóstico mayoritario.
Alberto Fernández, que fue propuesto por CFK para la presidencia en el entendimiento de que él podía alcanzar con occidente diálogos que para ella serían imposibles (pero que Argentina necesitaba), de pronto encuentra que el esquema con el que le tocaba negociar tambalea. Cisne negro. Nada que vaya a sorprender a alguien que viene de las entrañas mismas de la política. Le toca lidiar con otra cosa, se arremanga y se pone a construir nueva política.
Alberto volvió oportunidad la crisis. Un peronista que no le ha temido a tender puentes con progresistas o con liberales, de repente, para cuidarnos, nos restringió libertades individuales ¡por decreto! a pedido de nosotros mismos, desesperado por cierto. Y, sobre todo, lo hizo con oposición y medios encolumnados detrás de su liderazgo. Los compactó, los ordenó según su línea. Dictó un aislamiento social obligatorio al anochecer de un día que amaneció con las tapas de todos los diarios, de Clarín y La Nación a Página/12 sin distinción, que en color azul repetían el mismo mensaje que se venía elaborando desde Balcarce 50. Cuadro a cuadro construyó la escena hasta que sólo quedó rematarla. No habría sido igual hacer esto al final y no al principio del grito común.
Al finalizar la jornada, había logrado partir la vereda opuesta, con cantidad de ciudadanos que no lo votaron reconociéndole que se estaba poniendo al frente. Otros, más obcecados, pero estérilmente, se agarran la cabeza no pudiendo creer que tantos suyos le crean a un peroncho. Hace sólo ocho meses, la big data nos miraba de arriba, sobradora.
Sólo a un lunático podría ocurrírsele que este presidente vaya a imponer un esquema de control social. Sí está claro que buena parte del pueblo argentino que tiene años de putear contra el Estado se ha dado cuenta que al final con sólo eso cuenta como derecho de propiedad real. Y que a Fernández, con miras a curar la economía reventada que recibió, le va a servir. ¿O es que se iba a arreglar con libertad de mercado mientras todos los líderes del mundo libre prendieron sus impresoras? Las plumas lúcidas del liberalismo, como Sergio Berenzstein, entendieron que se les acabó el negocio, y sudan pánico en sus columnas. Insisten en descalificar el gasto público. Nadie ya les lleva el apunte: en Olivos hay una fila larguísima pidiendo cheques para el día después.
La lucha ideológica sigue. No se trata aquí de que Alberto haya cooptado a Horacio Rodríguez Larreta y a Mario Negri, o que los haya convencido del fifty-fifty. Pero ahora el partido se juega en la cancha que definió él. Llegó la Moncloa, pero una inesperada: con el Estado no se jode más. Era una incógnita si lo lograría con la palabra. Seguro no tan rápido. Llegó a punta de decreto. El sector político que no pudo convencer a la gente de que hay que regular los dólares porque si vamos en masa a buscar uno terminamos lastimados, sí logró que se comprenda que hay que administrar la salud si queremos que dure. Golpe de “suerte”, pero hubo política para aprovecharlo.
Tampoco hay aquí ningún enamoramiento de la gorra: circula un video de Sergio Berni arengando a la bonaerense previo a su salida a la calle para controlar la cuarentena, con un tono castrense que alarmará entendiblemente a muchos, pero aclarando que “nadie está autorizado a realizar ninguna operación que no sea ordenada de su cadena de mando natural”. Control civil de las armas. Porque no alcanza con conciencia ciudadana pero que tampoco se pasen de mambo. Ya Fernández había dicho, cuando esto ni se olía, que había que dar vuelta la página con la oficialidad actual del Ejército, nacida después del genocidio y que a esta hora prepara alcohol en gel.
Ojo: esto recién empieza, no está escrito que vaya a salir bien y en tal caso quién sabe qué será del furor albertista de estas horas, pero, aunque por razones inesperadas, Fernández está parado hoy sobre un consenso que jamás habrá soñado. Y si desde la nada llegó al sillón de Rivadavia…