De no haberse realizado las PASO el 11 de agosto, es posible elucubrar -contrafácticamente- que los resultados de la elección del 27 de octubre hubiesen sido bastante más favorables al Frente de Todos. La “paliza” de las primeras alertó a un número relevante de votantes anti-k, ausentes en aquel sufragio preliminar y, “espantados”, acudieron a las urnas este último domingo, a fin de respaldar a Juntos por el Cambio. Además, un guarismo considerable entre quienes habían optado por Consenso Federal, Nos, y Despertar, con seguridad también sumaron a la alianza macrista.

En definitiva, el escrutinio provisorio de la primera vuelta arroja una conclusión quizás incipiente: el “voto castigo” a cuatro años de latrocinio, desmadre institucional ampliado, descalabro socioeconómico, monumental transferencia regresiva de ingresos, endeudamiento externo -inusitado- que deberemos afrontar con el Frente de Todos, la desocupación, la miseria y el hambre, etcétera, mutó en una cuasi-“caricia” indulgente del electorado.

La catástrofe devenida en estos dos meses y medio -desde las PASO-, cuando la administración amarilla potenció sus atrocidades previas, debiesen haber ensanchado la brecha de la diferencia a favor de Alberto Fernández, en lugar de minimizarla. Exceptuando el desempeño de Axel Kicillof en Buenos Aires, coherente con lo esperable de una “reacción popular” ejemplar, ante el daño social inmenso infligido por Cambiemos, los sufragios “premiaron” a la gestión cleptócrata con un 40% de adhesión.

Dentro de esta proporción “respetable”, cabría incluir -junto a las corporaciones, financistas, y bancos, cuya rapacidad gobernó desde fines de 2015-, el núcleo payasesco amarillo del “sí, se puede”, más los segmentos sociales envenenados por un cipayismo ancestral, o intoxicada en forma más reciente por los mass media, hegemónicos y falaces, brutalmente sesgados y alienantes.

Bajo una configuración, idealmente arbitraria, una respuesta electoral decisiva ante el desgobierno saliente, la corrupción sistemática, el robo consuetudinario, y la mentira como regla inviolable, hubiera sido representada, verbigracia, por un caudal de votos cercano al 60% para el Frente de Todos, e inferior al 30% correspondiente a Juntos por el Cambio. Ello, al margen de la significación simbólica que fungiera como espaldarazo rotundo de legitimidad al presidente electo, hubiese cristalizado en una representación parlamentaria más sólida, con el propósito de reconstruir un país arrasado.

Así como Pirro obtuvo una victoria militar, a costa de la pérdida de gran parte de sus tropas, y ese triunfo no produjo logros estimables para su reinado, el nuevo gobierno no iniciará su gestión con el aval tendiente a neutralizar la previsible arremetida de los poderes fácticos.

*Posdoctorado Humanidades [FFyLL-UBA], Dr. Ciencia Política [UGR-España], Lic. Sociología [FFyLL-UBA]