En las últimas horas, la esfera política y mediática volvió a instalar el dilema “chavista” en la opinión pública argentina. Ya casi como una costumbre, el fantasma de un presunto socialismo autoritario emerge cada vez que el gobierno intenta orientar sus políticas a una fuerte presencia dentro de las finanzas privadas. De un lado y otro de la grieta, aparecen tanto las  reivindicaciones y críticas hacia una supuesta “Argen-Cuba” que, desde hace años, existe solamente en los prejuicios y especulaciones de la oposición.

Como era de esperarse, la reciente intervención de la firma Vicentín por parte del Gobierno volvió a tocar un nervio siempre sensible para el escenario político argentino, que es el del rol del Estado frente al sector empresarial. La dinámica de involucramientos, participaciones y, en este caso, la directa expropiación por parte del Estado, ha sido motivo de orgullo para adherentes como también motivo de crítica para detractores.

Frente a este tipo de medidas, Cambiemos mantiene una larga tradición de operar contra el kirchnerismo, al que siempre ha intentado etiquetar de “chavista” como sinónimo de autoritarismo de izquierda, que busca apropiar riquezas y desabastecer a los mercados. El estigma achacado a los gobierno de Cristina Fernández de Kirchner mantiene tanta vigencia que el propio Alberto Fernández tuvo que salir a aclarar: “La intervención de Vicentin fue una decisión mía, no de Cristina Kirchner”.

Con tal de despejar las especulaciones fogoneadas por opositores y medios afines, Fernández fue más a fondo y definió: “Quien me conoce sabe que soy un hombre que cree en un capitalismo más justo, pero que cree en el capitalismo. No me da vergüenza decir que soy un capitalista... sí me da vergüenza decir que el capitalismo en el que creo se convirtió en un capitalismo financiero sin contenido ético”.

El historial de chicanas “por derecha” hacia al kirchnerismo lleva varios años. Algunos identifican su inicio en el famoso “conflicto con el campo” del año 2008 por las retenciones móviles al agro, puntapié inicial de lo que luego fue catalogado como “grieta”. A partir de allí, cada movimiento del Estado en manos del kirchnerismo sobre la economía fue capitalizado en lo político por el incipiente Pro, que insistió una y otra vez en el inexorable destino venezolano que le esperaba a Argentina en caso de continuar con ese rumbo.

Casos como la estatización de YPF, Precios Cuidados, la instauración de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (mal llamada Ley de Medios K), la batalla judicial por Papel Prensa, fueron varios de los puntos que, a lo largo de la década gobernada por el Frente para la Victoria, dieron paso a la cruzada “anti-izquierda” que encararon políticos y periodistas opositores. En el año 2014, todavía bajo mandato de CFK, el diario La Nación incluso llegó a titular “Argenzuela” a una de sus notas editoriales y en su encabezado definía: “El gobierno argentino ha sido uno de los mejores discípulos del chavismo en la invención de enemigos internos y externos, y en cómo dividir a la sociedad”.

Vuelve a aparecer el dilema “chavista” hacia ambos lados de la grieta

Con Mauricio Macri ya en el poder, esa retórica no solo no cambió, sino que se convirtió en una bandera de campaña del entonces oficialismo cambiemita. Así lo demostró el famoso “no volver a ser Cuba”, slogan que tuvo su traducción material en el desmantelamiento de la Ley de Medios y su autoridad pertinente, la AFSCA, el vaciamiento de organismos públicos de control y, por supuesto, la “liberación” plena de la economía hasta entonces regulada por la mano del Estado. Las consecuencias del liberalismo rabioso de Cambiemos trajo consecuencias económicas desastrosas para el país y el miedo a una supuesta Argentina chavista, con el tiempo, dejó de ser excusa. La grieta, dicen, sirve para ganar elecciones, pero no para gobernar.

Por otro lado, mientras el macrismo se agarraba del discurso anti-latinoamericano, el kirchnerismo transitaba su larga marcha de “resistiendo con aguante” donde decidió reivindicar aún más los lazos políticos, ideológicos y programáticos que unificaron en su momentos a los gobiernos de CFK, Lula, Evo Morales, Chávez y luego Nicolás Maduro. No obstante, la conformación del Frente de Todos y la reorganización del peronismo con Alberto Fernández a la cabeza también significó bajar la temperatura a la épica kirchnerista que signó buena parte de los últimos años.

Ahora, la expropiación de Vicentín vuelve a revivir las intenciones opositoras de salpicar al Gobierno de chavismo explícito, una chicana que obliga a Fernández a aclarar no solo que detrás de esta decisión no está la mano de Cristina, sino que también, a fin de cuentas, él “cree en el capitalismo”.