La simetría Fernández-Pichetto en tanto personajes secundarios devenidos protagonistas ha sido leída por algunos analistas como un “retorno de la política” saludable, natural y positivo, en vistas de las dislocaciones y deformidades que presentan los movimientos políticos a nivel global. Frente a los “candidatos de audiencias”, operadores políticos. Frente a los outsiders novatos, miembros de la clase política de probada trayectoria. Sin embargo, estos analistas dejan de lado que la opción por Mauricio Macri hace menos de cuatro años significó la unción a nivel nacional de una figura exógena de la clase política, si bien había hecho una modesta experiencia como intendente de la Capital Federal y, antes de eso, un club de fútbol. Un currículum mas bien escueto frente a, digamos, gobernadores, senadores, ministros con años de gestión en su haber y aun más trayectoria militante. Toda una vida dedicada a la política versus diez o doce años del actual presidente (si contamos los años en Boca). Macri hizo de su condición de outsider una doxa. Aún siendo Presidente, se plantea por fuera del sistema político, los “setenta años de peronismo”, la “vieja política” y demás axiomas.

Lo que este par Fernández-Pichetto está señalando, ante todo, son los caminos divergentes entre el poder real y el nominal. Claramente, las señales de uno y otro lado del espectro político apuntan figuras secundarias para ocupar el rol que institucionalmente reviste mayor poder, no porque estén aceptando nuevos liderazgos sino porque leen que este rebajamiento satisface a los poderes fácticos y se disponen a negociar con ellos. Son prendas de pacificación. Entonces, si el poder no está en la presidencia, ¿dónde está el poder?

La designación de Miguel Ángel Pichetto como vicepresidente en la fórmula del oficialismo entró de lleno en la agenda mediática, opacando el “anuncio pre-anunciado” de la alianza entre el kirchnerismo y Sergio Massa. El momentum generado por los protagonistas del campo opositor fue cortado antes del clímax por el oficialismo con pericia, demostrando un dominio experto del timing. Esta interrupción indica, no obstante, que esa alianza del espectro opositor al oficialismo le dolió. No así el anuncio de la fórmula presidencial, que dejaron correr una vez corroborado que sus previsiones permanecían inalteradas (“no nos cambia nada”, salió a decir, exultante, Marcos Peña).

En espejo con la figura de Alberto Fernández, Pichetto se destaca por su habilidad para sentarse en la mesa con cualquier interlocutor. Es un operador, si bien con un perfil un poco más alto que Fernández, un mayor gusto por las cámaras y el confort de los suntuosos sillones del poder. Siendo peronista, suma a su fórmula un veredero componente exógeno que Alberto Fernández no aporta, siendo del riñón de Calafate. Esta diversidad es algo que el PRO valora muchísimo, se jacta de ser plural en todos los ámbitos —la TV pública, de marcado corte oficialista, mantiene a Hebe de Bonafini en la programación—. La figura de un peronista como vicepresidente habla de una flexibilidad de la que la marca PRO ostenta desde su origen. No importa de dónde venís, cuál es tu camiseta, lo importante es que tiremos juntos para el mismo lado. Valoramos tu expertise, tus ideas y ganas de colaborar. Algo así rezan todos los correos que envían desde el año 2013. Lo mismo aplica para un voluntario que para un candidato a vicepresidente. El aporte en y desde la diversidad, una marca de origen cosmopolita y primermundista (un primer mundo, eso sí, del siglo pasado).

Los mercados parecen satisfechos. La Bolsa festejó aumentando su volumen operado y el riesgo país bajó después del anuncio. Y los amarillos paladar negro están exultantes, creen que con esta fórmula se gana en primera vuelta. A priori, parecería una fórmula bastante más accesible a los sectores medios que la figura de Alberto Fernández, más amigable, más familiar. Todas esas horas de vuelo frente a la televisión estarían redituando en una votabilidad más accesible que la de Alberto Fernández, todavía por construirse. Además, no está definido formalmente el nombre del candidato o candidata a presidente, así como la fórmula en la provincia de Buenos Aires. Si algo tiene fuerte el oficialismo es, además de su condición de oficialismo, es su marca PRO, a pesar de las derrotas en el resto de las provincias. Esta paradoja es difícil de explicar pero, dicho rápido, esa marca no se ha puesto realmente a prueba todavía. La apuesta por mantener los oficialismos y conservar la presidencia, la provincia y la capital es paralela al relato de underdog que azuza a las clases medias y las encamina para votar en contra de la amenaza populista.

La narrativa del momento parece dirimirse en el campo semántico de “la hora patriótica” y el mismo Presidente, que en su juramento omitió la Patria, ayer se deshizo en promesas y compromisos solemnes por ella.  No sería la primera vez, sin embargo, que los escribas del PRO se apropian y replican la superficie discursiva de la oposición (y de otros discursos también: feminismo, medio ambiente, incluso ¡el marxismo! “Macri es revolución”).

El Frente Patriótico de la oposición, haciendo caso omiso de las reverberaciones desafortunadas que el nombre pueda llegar a despertar en los dos o tres ciudadanos memoriosos, también lee la coyuntura desde un lugar parteaguas de la Historia.

Más que en la gestión de los próximos cuatro años de atravesar el desierto, ambos lados parecen más enfocados en conservar su capital político y salir indemnes de la trampa electoral que ellos mismos construyeron, desde el mismo momento en que tomaron la decisión de polarizar el espectro político. En el medio, el círculo rojo, el pueblo y un juego del gallina al borde del precipicio.