El liderazgo en política, como en prácticamente todos los órdenes de la vida, resulta fundamental para que un proyecto pueda salir airoso; ya sea instalándose, consolidándose y/o imponiéndose en el escenario político. Sea de izquierda, de centro o de derecha, moderado o contestatario, de bajo perfil o carismático, sobrio o demagógico, lo esencial es que esa o ese dirigente sepa conducir y liderar su espacio político y, con ello, que una parte importante de la ciudadanía se vea interpelada e identificada con dicho proyecto. La historia de América Latina en general y de Argentina en particular (en sí, la historia universal), así lo demuestra. Sin profundizar, y sin irnos demasiado lejos en tiempo y espacio, el devenir argentino y latinoamericano del siglo XX y comienzos del presente, refleja la trascendencia de los liderazgos fuertes, tanto positiva como, incluso, negativamente en la relación Sociedad-Estado.

En nuestra región, el tipo de liderazgo que más trascendió fue, sin duda, el de carácter carismático; el “César plebiscitario” parafraseando al sociólogo alemán Max Weber. Hasta la década de 1960 los líderes fueron de tendencia nacional-populista, inclinados más hacia la centroderecha del sistema político (Cárdenas, Vargas, Perón, incluso Yrigoyen o Sandino), aunque con un marcado antiimperialismo, sus raíces católicas y tradicionales no los hacían volcarse hacia una izquierda contestataria. Cosa que sí sucedería luego del triunfo de Castro en Cuba y un fuerte viraje ideológico de las nuevas generaciones, al son de la llamada Guerra Fría.

Con el proceso democratizador iniciado en los años 80, líderes como Raúl Alfonsín resultaron fundamentales para la consolidación democrática e institucional, dando fin a décadas de inestabilidad político-institucional y fuertes y sangrientas dictaduras militares que asolaron la región. Del mismo modo, y luego de la crisis económica que acompañó el proceso transicional, las políticas neoliberales de los años 90 terminaron siendo una solución que favoreció a unos pocos en desmedro de la mayoría de la población, más allá del “espejismo” de los primeros años de su implantación. Como resultado de ello, una nueva camada de líderes nacional-populares, pero de tendencia centroizquierda en esta oportunidad, logran restablecer síntomas de esperanza: Chávez, Pepe Mujica, Lula, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, Correa, Evo Morales representan -más discursiva que fácticamente- la antítesis del neoliberalismo y un nuevo tipo de Estado “presente”, preocupado -y ocupado- en atender las necesidades de los sectores populares.

Y como sucediera en los distintos momentos del siglo XX, los nuevos líderes dividirían a la sociedad en una traumática relación “odio-amor” en un contexto muy diferente a esas etapas de crecimiento económico y desarrollo industrial. Y, como un ciclo reiterativo pero cada vez más acelerado, esos proyectos neopopulistas (por llamarlos de alguna manera) terminan fracasando envueltos en fuertes denuncias y sospechas de corrupción, además de nuevas crisis económicas. Retornando a malas soluciones neoliberales que vuelven a convocar a salvaciones populistas que, pandemia mediante, profundizan el fracaso neoliberal y, paradójicamente, incluso se contradicen con sus propias experiencias de la primera década de este siglo. Y este ciclo, de idas y retornos, de triunfos y fracasos, cada vez se torna más acelerado con el consiguiente desconcierto, no solo en la ciudadanía, sino en la dirigencia política.

¿Y cómo repercute este desconcierto? En la cada vez más notoria ausencia de verdaderos líderes políticos con arraigo y alcance popular, tanto de los característicos y tradicionales líderes carismáticos como de los conductores partidarios (o “coalicionistas”, para estar acorde a los tiempos que vivimos). Y esto no solamente sucede en nuestro país, sino en toda la región e, incluso, en Occidente (quiero dejar de lado líderes como Putin o Kim Jong-un, por razones más que obvias).

De los tradicionales líderes carismáticos, solo podemos mencionar la vigencia, y hasta cierto punto, de Lula y de Cristina, sin observar en el horizonte inmediato, incluso mediato, el surgimiento de líderes de estas características en toda la región. Sí podemos ver ciertos dirigentes o líderes “conductores”, de carácter moderado y de centro derecha como Piñera o Lacalle Pou. Intentos de pseudo líderes de derecha y bancados por ciertos cultos evangelistas como la experiencia de Bolsonaro o, incluso, de líderes mediáticos como Trump, que no terminan teniendo un arraigo importante entre los votantes.

En este punto, y como caso peculiar de nuestro país, el intento de imposición mediática de Milei, está teniendo relativo éxito en una franja determinada de jóvenes (y, en algunos casos, no tan jóvenes), pero dista lejos de ser un verdadero líder político, al menos, hasta lo mostrado, y logrado, por el momento. Es más, lo mediático y las redes sociales, en estos tiempos de comunicación virtual, ha permitido que millones de jóvenes en todo el mundo se identificaran con personajes que nada tienen que ver con la política, pero si se “metieran” en política, quizás su popularidad e influencia decaería en demasía, tal el caso emblemático de Messi, por ejemplo. Un indicio que, la falta de representatividad política ya no solo proviene de lo partidario y lo ideológico sino también de lo personal.

En una nota de fines del año pasado, sostuvimos que el Partido Justicialista, surgido después del movimiento tras la figura de un líder, y en sus momentos de oficialismo, siempre contó con la presencia de un líder fuerte, y carismático, como conductor, ha ido “aggiornándose” y constituyéndose en un partido al estilo UCR, con mayor base popular, ciertamente, formando parte natural del juego político argentino. Pero poníamos la duda en el movimiento peronista como algo más amplio, y su necesidad vital de seguir a un líder. Líder que hoy no se visualiza más allá de lo que significa Cristina y que la plaza del pasado 25 de mayo (a 20 años de la asunción de Néstor) no ha hecho otra cosa que ratificarlo. ¿Pero después de Cristina, qué? Nada se vislumbra dentro del peronismo, como tampoco por fuera del mismo. Como ha sucedido en otros momentos de la historia argentina en particular, y de la latinoamericana en general, se ha producido una suerte de “impasse” en el surgimiento o aparición de nuevos líderes populares capaces de llevar adelante grandes procesos movilizadores. Lo que cabe preguntarse, como hacemos con el título de esta nota, es si este fenómeno será algo temporario o podemos sostener que, al menos por bastante tiempo, los liderazgos carismáticos fuertes dejarán su lugar a nuevas formas de conducción política, con las incertidumbres, para bien o para mal, que esto puede llegar a provocar…