A ver si nos entendemos: la Boleta Única Papel (BUP) elimina de cuajo el clásico fenómeno de la “tracción” electoral entre diferentes categorías electivas (ejecutivas, legislativas, nacionales o sub-nacionales), que alentaba la boleta partidaria. Esto va en las dos direcciones de la ley de gravedad política: las candidaturas taquilleras de “arriba” no arrastran automáticamente a las de abajo y las jefaturas territoriales de “abajo” no empujan necesariamente a los candidatos de nivel superior.

Dicho en términos de la lista sábana “horizontal”, la BUP pre-determina un corte de boleta obligatorio, técnicamente inducido. Lo que antes era la excepción, de ahora en adelante será la regla general para los cargos nacionales. Por supuesto, este dispositivo no altera la existencia del sufragio “identitario” (quien siempre vota a la izquierda, al peronismo, al no-peronismo, etc.) o del voto “estratégico” (en esta elección “hay que frenar a Milei” o “hay que apoyar la lucha contra la inflación”), pero cada categoría deberá ganarse a pulso sus propios votos.

Por eso, resultan poco convincentes algunos argumentos que se escuchan por estas horas mientras se digiere la durísima derrota que sufrió el peronismo –en casi todo el país- ante las huestes de La Libertad Avanza (LLA).

El kirchnerismo de hueso colorado fue el encargado de tirar una de las primeras piedras contrafácticas: “si no hubiéramos desdoblado en la Provincia de Buenos Aires, nos habría ido mejor”. Más allá de esquivar toda responsabilidad por el armado final de la lista encabezada por Taiana, los seguidores de CFK prefieren ignorar un hecho obvio: aunque las elecciones se hubieran hecho el mismo día, la doble normativa vigente obliga a efectuar dos comicios distintos, con dos boletas diferentes, con padrones que no son homogéneos (un dato clave es que en las nacionales no votan los migrantes…), e incluso con la separación física de los cuartos de votación.

Se puede ilustrar el punto con datos gruesos de La Plata: el 26 de octubre sufragaron casi 2000 electores nativos más que el 7 de septiembre, pero hubo alrededor de 18.000 extranjeros menos; o sea, el último domingo votaron unos 20.000 ciudadanos que no habían concurrido a las urnas a comienzos de septiembre. ¿Cuál fue la diferencia final que LLA le sacó a Fuerza Patria(FP) en el distrito capital? Ya lo sabe: 20.000 votos. Toda la gente que no fue a votar en septiembre, en octubre votó con las dos manos a la agrupación violeta.

Con el diario del lunes sobre el mantel, una variante hermenéutica de la visión anterior apela al “argumento del miedo”: el contundente triunfo de FP el 7 de septiembre hizo temer un agravamiento de la situación política y económica, lo cual llevó a muchas personas -que no fueron a votar antes- a participar ahora en favor de LLA. Paso por alto en este momento la hipótesis sobre las causas del comportamiento electoral (sobre la que tengo pocos datos a tiro), pero en todo caso no habría que confundir lo fundamental con lo accesorio: el inconveniente no sería el desdoblamiento sino el temor, y en tal caso, cabría preguntarse seriamente por qué da miedo el peronismo. Más que una estéril discusión sobre almanaques, lo que habría que analizar es de qué manera se puede re-conectar el vínculo representativo con ese electorado temeroso a través de nuevas propuestas políticas.

Desde un ángulo diferente, algunos jefes territoriales del Conurbano salieron a reclamar –a los gritos y en caliente- que se escuche la voz de los intendentes, porque "son los que tienen los votos". Otra vez: no discuto la pretensión de las jefaturas comunales de subirse a la mesa donde se cocinan las candidaturas nacionales; tampoco cuestiono el rol que pudieron haber jugado los alcaldes en el tramo decisivo de la reciente campaña electoral; pero creer que los intendentes “tienen” atados los votos de otras categorías electivas superiores (provinciales o nacionales) es simplemente negarse a entender cómo funciona el nuevo esquema de votación.

De aquí en más, la disputa sobre desdoblar o no desdoblar las elecciones en la Provincia de Buenos Aires se volverá un tema recurrente de la agenda partidaria; también lo será el replanteo de las formas tradicionales de militancia territorial: entregarle en mano la “boleta” al vecino o a la vecina ya no será una opción disponible en los comicios nacionales. Pero como hemos venido insistiendo en esta columna, el tema de fondo está en otro lado: más que lamentar los antiguos mecanismos de “tracción” perdidos, lo que corresponde es re-pensar una estrategia de atracción política del electorado.

Dentro de la desgracia, esta derrota abrumadora borró de un plumazo lo que hasta ayer constituía -para amplios sectores de la oposición-un espejismo tranquilizador: el gobierno libertario se está cayendo solo. Por supuesto, el modelo socio-económico sigue teniendo las mismas dificultades que tenía el domingo a la mañana, antes de que se abrieran las mesas de votación; pero el apoyo conseguido por Milei a lo largo y a lo ancho de todo el país, sumado al inédito soporte que le brinda desde afuera la administración de Donald Trump, lo convierten en un adversario muy duro de roer. Ya veremos si el oficialismo aprovecha –o despilfarra- la oportunidad política que hoy tiene para relanzar su gestión.

Mientras tanto, el peronismo el general, y el kirchnerismo en particular, ya no podrán seguir postergando para un incierto futuro la ingrata pero necesaria tarea de autocrítica y renovación de quienes dejaron el país con un 300% de inflación, un 40% de pobreza y un tendal de causas de corrupción. Al fin y al cabo, los ciudadanos y ciudadanas que le “temen” al regreso de esas plagas no son “gorilas” –como prefieren creer los que siempre ven la paja en ojo ajeno- sino electores racionales.

En resumen: sin revisar narrativas y orientaciones de políticas públicas estratégicas, sin incorporar figuras que le disputen a Milei el territorio político de lo nuevo, parece difícil construir un proyecto de poder superador de cara al 2027.

Una de las tantas cosas que ha dejado en claro el resultado del 26 de octubre es que los problemas no están en la boleta o en el día de votación: son las candidaturas, los proyectos y la política. Esto es lo que hay que discutir.